EL PAíS › A 15 AÑOS DEL ATAQUE A LA TABLADA, UN REPORTAJE INEDITO A FRAY ANTONIO PUIGJANE

“Creo que La Tablada fue un error grande”

Desde el convento en Saavedra donde terminó su prisión domiciliaria, Puigjané habla de “la farsa” del juicio, del “error” del ataque al cuartel, de cómo sus compañeros del MTP “no lo entienden” y sus sospechas de que hubo una conspiración para engañarlos. Un documento testimonial jamás publicado en el país.

Por María Esther Gilio

–¿Cómo ve lo resuelto por el ex presidente Fernando de la Rúa?
–El presidente, como también la Suprema Corte, dijeron que el juicio realizado contra los atacantes de La Tablada fue perfecto. A partir de allí ¿cómo se puede proceder con justicia?
–¿La Comisión Interamericana de Derechos Humanos no condenó este juicio? ¿Qué dijo concretamente?
–Dijo, aunque con otras palabras, que fue una farsa. Los que lo vivimos sabemos que fue una farsa. Quienes lo sufrimos sabemos hasta qué grado lo fue.
–La sala estaba llena de militares que con su sola presencia presionaban a los jueces.
–Los jueces se reían como monigotes. Pero... usted me está haciendo hablar más de la cuenta. ¿Sabe que este tema es mejor que yo no lo toque?
–La sala estaba entonces llena de militares y los familiares de los muchachos.
–Familiares casi ninguno. No había espacio, quedaban afuera.
–¿Y cómo fue que a usted le dieron 20 años?
–Tenían ganas de dármelos y me los dieron. Dijeron, “no tenemos ninguna prueba, pero tenemos la convicción íntima de que fue el ideólogo”. (Se ríe.) ¿En qué se basaría esa convicción íntima?
–¿Usted sabía lo que ocurriría?
–No, no sabía nada porque los muchachos no quisieron mezclarme en un asunto que yo no apoyaría de ninguna manera.
–¿Cómo describiría al MTP, al que usted pertenecía?
–Como un movimiento político que había descartado la vía violenta, la lucha armada, pero que pretendía hacer un cambio revolucionario a partir de la participación de todos. Una de las cosas en que insistíamos era en ésta: democracia participativa y no representativa. Para eso proponíamos un trabajo en los barrios, desde las bases. La Tablada fue un hecho accidental que lamentablemente ha destruido al movimiento.
–¿Qué piensan sobre esto sus compañeros?
–Piensan de otra manera. No se dan cuenta de que fue un golpe de muerte para el movimiento. No lo ven.
–Debe ser muy duro aceptar que el resultado no sólo fue la cárcel y muerte sino también un paso totalmente desfavorable.
–Sí, es doloroso. Yo tengo, sin embargo, la esperanza de que todos estos jóvenes que buscan un cambio se incorporen a alguno de los tantos grupos pequeños que se han formando y tienen los mismos ideales que el MTP.
–Enrique Gorriarán Merlo fue quien organizó el movimiento.
–Sí, fue el padre del MTP.
–Si él estaba convencido de que ya no había espacio para acciones violentas y creía que las cosas debían realizarse de otra manera, ¿por qué se metió en un hecho como el de La Tablada?
–Para evitar una violencia mayor. Ellos tenían la información de que venía otro golpe militar. En diciembre del ’88, un mes antes de La Tablada, un militar que pertenecía al movimiento democrático de las Fuerzas Armadas, el UALA, nos dijo a dos compañeros y a mí que se venía otro golpe muy violento. “Los militares van a salir a matar”, nos dijo. “Va a correr mucha sangre”.
–¿Era verdad?
–Yo no sé. Lo que sé es que todo lo que llevó a estos muchachos a hacer lo que hicieron tiene mucha característica de trampa.
–Como si hubiera habido grupos interesados en que el ataque se produjera. Lo más curioso, es la acusación contra Enrique Nosiglia, que él había promovido este juego de embarcar al grupo en una acción que sólo beneficiaría a gente ajena al propio grupo.
–Sé que se dijo eso de Nosiglia, pero yo no lo creo.
–Si esto de Nosiglia fuera verdad, ¿para qué lo habría hecho?
–Se dijeron muchas cosas. Para molestar a Menem, para mostrar a los militares como salvadores de la democracia, para liquidar a un grupo que quería un país diferente.
–Esto de los militares no parece tan loco. La relación de los radicales con los militares fue bastante ambivalente. Y la conducta de los militares durante el ataque fue de una desproporción llamativa.
–Eso es así. Pirker, jefe de Policía de Buenos Aires en aquel momento, dijo refiriéndose al hecho: “Yo habría resuelto el asunto con unos cuantos gases lacrimógenos”.
–¿En qué se quedó pensando?
–En que yo no tengo la menor capacidad como dirigente político.
–¿Cómo llegó a esa conclusión?
–Me doy cuenta de que se me escapan de las manos miles de detalles. Hay que tener una gran astucia; yo soy demasiado crédulo, me dicen una cosa y en general no pienso que me están mintiendo. La creo.
–Esto recién lo está viendo.
–No, no, me fui dando cuenta de a poco. Cuando el grupo se formó y empezó a actuar, yo lo fui viendo y también planteándolo. Pero los muchachos me decían que no, que era importante que yo estuviera ahí. Esto llevó a algunos compañeros de la orden religiosa a decir que me usaban como una estampita, para atraer gente, lo cual, claro, tampoco me gusta.
–¿Cómo se sentía en este movimiento?
–Yo, el trabajo en el Movimiento lo hacía con mucho gusto. Sentía que por fin había encontrado un lugar, no un partido porque no llegaba a ser partido, pero sí en un movimiento que me permitía decir después de predicado el Evangelio: “Bueno, si ustedes quieren vivir esto, la fraternidad, la justicia, la construcción de la paz verdadera, aquí en este movimiento tienen un lugar dónde trabajar”. La gente que formaba el movimiento era confiabilísima. Gente que lo ponía todo para lograr cambios en paz.
–Casi todos jóvenes católicos.
–Sí, jóvenes en su mayoría, pero no necesariamente católicos. Fíjese que mientras estuvimos presos en Caseros yo dije misa todos los días y nunca alguno de ellos me pidió para participar.
–¿Dónde decía misa?
–En mi celda. Como copa usaba una tapita de Coca Cola. Cuando los Pallarols, los mejores orfebres del país, se enteraron me dijeron “te vamos a hacer un cáliz que será una joyita”. Y me la hicieron de tres centímetros de alto en plata y oro. Estoy preocupado, no sea cosa de emular al Vaticano... Pero, de verdad que esa copita es una joya.
–¿Cuántos años estuvo preso?
–En la cárcel de Caseros estuve 9 años. Cuando cumplí 70 pasé al convento haciendo uso de las prerrogativas del sistema de prisión domiciliaria.
–Es difícil imaginar un sacerdote en la cárcel. ¿Qué hacía?
–Dios también está en la cárcel. En invierno se me hacía más duro porque tengo artrosis y el frío era grande. Pero fue interesante cuando llegaron al piso los hermanos ladrones. Ahí hubo un cambio. Las autoridades no encontraban motivo para castigarnos. Yo me comportaba como cura y todos los demás como seminaristas. Si los celadores decían “no se puede mirar por la ventana,” nadie miraba. Y bueno un día nos mandaron a los “hermanos ladrones”. Así llamaba San Francisco a los ladrones. Nos mandan los ladrones más bravos del penal. Los que hacían motines y batuqueos. Los que organizaban revueltas.
–¿Qué pensaban que iba a pasar?
–Creo que los directores del penal, que habían dirigido campos de concentración como el Olimpo, pensaban que iba a producirse una feroz competencia por la posesión del piso. Como consecuencia de tales trifulcas imaginaban heridos y tal vez algún muerto. Todo esto haría posible nuestro traslado al Sur, a Rawson, que es lo que querían. Pero los ladrones llegaron y nosotros los recibimos muy bien. Yo fui y visité a uno por uno. A mí me parecía estar visitando las casas del barrio. Se hicieron tan amigos que un día, a los tres meses perdieron la esperanza de la trifulca y decidieron sacarlos. Es difícil de creer, pero lloraban como criaturas. No querían que los trasladaran.
–¿Cómo recibió usted la noticia del asalto a La Tablada?
–Me impactó tremendamente. Quedé como si me hubieran dado un mazazo en la cabeza.
–¿Cuáles fueron en el juicio las declaraciones de sus compañeros respecto a su participación?
–Mis compañeros sin faltar uno dijeron la verdad. Que yo no había participado y que no tenía conocimiento de nada. Que no me lo habían comunicado porque sabían que me opondría. Y que además, por mi edad–sesenta años en ese momento y recién operado de la cadera– mi participación no los habría beneficiado. Con todo, el Comisario Re dijo en un programa de televisión que me había visto correr con una ametralladora en la mano. Claro que esto nadie lo creyó. Sé que un juez le dijo a un sacerdote amigo mío, que sabía que yo no había participado, pero que yo quería tanto a los que habían participado... me dieron 20 años.
–¿Y a los jóvenes que participaron en la acción?
–Perpetua. A todos perpetua. El juicio nada tuvo que ver con el derecho. En el juicio acusan a los que entraron con el camión de Coca Cola de haber aplastado al soldado Tadía que estaba en la puerta. Al soldado Tadía no lo mató el camión sino una bala que vino de adentro y de arriba, que tiró el subjefe del batallón Fernández Gutiérrez, que por supuesto estaba adentro. La bala le entró al muchacho en un ángulo de 45 grados. Esto está probado, sin embargo, se siguió diciendo que lo mató el camión. El juicio fue una vergüenza, nadie puede dudarlo. Uno de los colimbas declara con total ingenuidad que en tal o cual momento él pasó por el Colegio Militar para “repasar el libreto”. “¿Cómo? ¿Qué libreto?, dice el juez, seguramente aterrado y tratando de que el chico se dé cuenta y busque una salida al disparate. Pero el chico insiste, “Sí, sí, para repasar qué teníamos que decir”. Pinky mostró en televisión “El cadáver del soldado Tadía aplastado por el camión de Coca Cola”. ¡No era el soldado Tadía sino un compañero nuestro Roberto Sánchez, aplastado por un tanque! En este asunto, a un juicio absolutamente tramposo se sumó la complicidad de la prensa.
–El capitán Monteli dice en el juicio: “Cuando esta chica pasó, le vacié el cargador en la nuca”.
–“Iba desarmada”, dice también y luego, “Ella cruzó y no me vio”. ¿Qué era esto sino un asesinato? La chica era de Quilmes y fue invitada por un pibe amigo suyo, Ricardo Veiga, a quien fusilaron. El fue uno de los cuatro que fusilaron.
–¿A ese capitán Monteli, no le pasó nada?
–Al día siguiente los abogados denuncian al capitán por asesinato. El tribunal como respuesta dice que hay que pasar a cuarto intermedio. Y cuando vuelven, expresan que esa denuncia ya constaba en el expediente. La cual era una absoluta mentira. Todo esto que le cuento estaba, además, permanentemente acompañado de las risas de los jueces. No vi nunca jueces que rieran tanto. Todo fue una vergüenza. Los allanamientos... a mí para tratar de complicarme en algo, porque no tenían nada de qué agarrarse, dijeron que habían descubierto que en mi domicilio guardaba explosivos y proyectiles. Nosotros tenemos en general dos domicilios, aquel en donde están nuestras oficinas, en mi caso era Pompeya donde está nuestra casa central, y otro que podemos considerar como nuestra casa. Ellos contaron cómo habían realizado la operación que les mostró que en mi casa había armas. Dicen, “primero –dado el peligro– entró el especialista en explosivos”. En realidad fue el que los colocó ahí. “Y después,” dicen, entraron los testigos que los vieron”. Lo curioso es que la casa a la que fueron no era la mía sino otra donde vivían varios sacerdotes de mi misma orden. Muy bien, había explosivos, cuando entró el testigo allí estaban. Lo que no estaba era mi casa. Mi casa no era ésa, estaba a 35 cuadras.
Los abogados dejaron pasar a los 7 testigos y luego que éstos dieron todos los detalles sobre el lugar de los explosivos dijeron: “Está bien, en esa casa puede haber explosivos, pero ésa no es la casa de Fray Antonio Puigjané”. Como dice la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, son gravísimas las irregularidades cometidas.
–¿Cuál es su juicio sobre el hecho, sobre la acción de La Tablada?
–Yo creo en todos los compañeros, creo en su honestidad, en su sinceridad, en su amor por un mundo mejor. Pero creo que La Tablada fue un error grande. El rechazo de la gente fue total. Ellos creen que no.
–¿Cómo ve lo decidido por De la Rúa respecto a los condenados en el juicio?
–Tiene de bueno que haya posibilitado el levantamiento de la huelga de hambre. Si la huelga no se levantaba, estos chicos –después de 116 días de huelga– iban a empezar a morirse. Y además estaban decididos a morirse. Todos estaban dispuestos a seguir hasta la muerte. En este sentido lo dispuesto por el presidente fue positivo.
–Usted participó de la huelga por un tiempo.
–Yo dije que los acompañaría con ayuno y oración. A los 57 días los compañeros me pidieron que abandonara. Yo tengo 70 largos. Me pareció bien. Ayuné 17 días más que Jesús que ayunó 40. A veces lo provocaba.
–¿A quién?
–A Jesús. Le decía: “Aguanté 17 días más que vos”.
–En lo referente al ayuno la decisión de De la Rúa fue positiva, ¿y respecto al resto?
–En cuanto al resto, después de 12 años previos me parece muy grosera la idea de que con esta disposición se cumple con lo ordenado por la OEA. Lo que dice la Comisión es que el juicio está viciado de nulidad.
–Es decir que no hubo juicio.
–No hubo. El informe de la Comisión dice, por otra parte, que las víctimas deben ser reparadas. ¿Alguien habló de esto? ¿Alguien dijo que los que están presos, lo están, desde hace 12 años, como resultado de un juicio viciado de nulidad?
–En definitiva no fue ni indulto ni conmutación, fue una disminución.
–Sí, a los que tenían perpetua les dio 20 años.
–¿Cuál habría sido para usted la solución?
–Que hubieran puesto 17 años en lugar de 20.
–¿En qué principio jurídico se habría basado esto que usted propone?
–La Comisión de la OEA habló de “reparar a las víctimas”. Reparar a las víctimas significa ponerlas en la condición que tenían antes del juicio. Diez y siete años habría permitido acceder a la libertad condicional.
–¿Qué pasó con José Saramago que vino expresamente a la Argentina a hablar de este caso con De la Rúa?
–De la Rúa no le concedió audiencia. Se lo sacó de arriba haciéndolo hablar con Storani. Es lo que yo le digo, el fascismo es una enfermedad que ha entrado al corazón de muchos argentinos. De cualquier manera, hay que tener esperanzas, creer, no bajar los brazos, seguir luchando.

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