EL PAíS › OPINION
EL SALDO DE LA NEGOCIACION CON EL FMI Y TODO LO QUE SE VIENE

Cuesta arriba hasta la primavera

Un dolor compartido con España. El asombroso resultado de un round de boxeo. La virtud de no temer. Un llamativo discurso de Kirchner y un par de lecturas posibles. Se vienen los acreedores, pero tendrán límites. Ganar tiempo, rebusque que va terminando. Apuntes sobre empleo, pobreza y desigualdad.

 Por Mario Wainfeld

España es acá nomás, desde siempre. La humanidad es una, pero para un argentino Madrid no es lo mismo que Londres o Nueva York. La historia, la lengua, la relación íntima con la guitarra, las costumbres, ciertos hábitos culinarios emparentan más allá del mito fundante de la Madre Patria. Las gentes que se quejan, las que marchan por millones por las calles, las que relatan su tristeza o su azoramiento se valen (zeta más, “s” menos) del mismo idioma que nosotros y su dolor se hace nuestro sin necesidad de mediación intelectual alguna.
Cualquier lugar del mundo, ni qué decir Madrid, es acá nomás a la hora de comunicar acontecimientos históricos. La tevé, la radio, los teléfonos, Internet permiten un contacto en vivo y en directo. Sólo los que tenemos más de cuatro décadas nos permitimos, a veces, tomarlo con sorpresa. “Va a hablar Aznar”, dicen en cualquier café porteño en tiempo real y escuchan. Eso sí, no le creen. En la Argentina nadie le creyó a ese arrogante y banal petimetre de derechas: acá en el Sur registraron desde el vamos que su versión sobre la ETA es taimada y falaz.
Vivimos en un mundo complejo, en el que el jefe máximo del imperio más grande de la historia está en riesgo de perder las elecciones a meses de haber ganado una “guerra santa”. Un mundo en el que los ciudadanos cuyos gobernantes bancaron la guerra se movilizaron contra la decisión de sus mandatarios. Incluso en España ocurrió así. El atentado en Atocha atacó el territorio de quienes habían marchado por la paz.
El terrorismo es brutal e induce a la brutalidad, al simplismo, a derechizar lo que toca o afecta. Entrar en su lógica es, desde el vamos, una derrota y un imposible. Las luchas populares tienen otro rumbo, otra cadencia, se empacan en ser inteligibles. Y el respeto por los derechos humanos, empezando por el de la vida, es bandera de todos los “campos populares” del siglo XXI.
Algo de valioso hizo Aznar, fue convocar a marchas masivas y populares. Una decisión tan pertinente no brotó de su savoir faire, sino del desarrollo de la democracia en España, que es tamaño que ni siquiera el petimetre puede desvirtuarlo. Ni manipularlo como luego, enhorabuena, se vio.
En ejercicio de su libertad, el viernes y el sábado, millones de españoles poblaron las calles reclamando (con sus palabras y con sus motivos) verdad y justicia. Esas gentes marchando protagonizaron lo mejor de estos días aciagos. Cualquier argentino comprometido con la democracia y los derechos del hombre hubiera querido estar ahí y corear en su idioma, que (zeta más, “s” menos) es el nuestro, el repudio a los criminales y el reclamo de verdad al gobernante.
Un round extraño
Sólo en el contexto de un mundo en cambio, de poderes dominantes enormes pero en crisis, puede entenderse lo que pasó, en esta misma semana, en un país del Sur cuya importancia se agiganta en virtud de su hipertrofiada deuda externa. Quieras que no, Argentina empató (o quizá ganó raspando) un round contra el Fondo Monetario Internacional. Algo así como si el peso mosca criollo Omar Narváez le hubiera dado pelea a Mike Tyson.
¿Empató Argentina? De eso, proponen en la Rosada y en Economía, mejor no se habla. La pelea continúa y la fenomenal asimetría de los contendientes equipara un eventual festejo a un suicidio inminente. “Nos conviene un escenario de ‘ganador y ganador’”, confiesa uno de los negociadores argentinos.
Con Néstor Kirchner a la cabeza, los representantes argentinos mantuvieron tensa la cuerda hasta el final y consiguieron no ceder en lo sustancial. Una virtud los animó y fue bien destacada por el economista Aldo Ferrer: aunque querían evitar el default, no los paralizó el pánico de caer en él. El pánico fue la tumba de muchos decisores argentinos, piénsese en Fernando de la Rúa, en José Luis Machinea, en Jorge Remes Lenicov. Más allá de sus intenciones (a veces hasta buenas), su terror ante ciertos desenlaces los dejaba sin recursos, inermes.
Los primeros días alentaban los temores. El presidente del Banco Central Alfonso Prat Gay fue cacheteado en Basilea por sus pares (en el mismo sentido en que Narváez es un par de Tyson) de Alemania, Francia y Estados Unidos, que le exigían que Argentina se pusiera en caja. Primero habló el alemán, que fue quien propuso alterar la agenda de rutina y hablar del caso argentino. Luego sus dos colegas. Ningún otro añadió nada. Ni falta hacía, los que apretaban era, se supone, “los más amigos” de Argentina. Prat Gay repitió el argumento de todos los negociadores argentinos: el país sobrecumplió sus metas.
Entre tanto, varios medios de prensa locales y varios portavoces nativos de una derecha rancia y desrumbeada se hacían eco de las presiones del G-7 agitando el espantajo de “caerse del mundo”. Una expresión imprecisa que confiesa, involuntariamente, la matriz precopernicana del pensamiento de la derecha local.
Los argentinos mantuvieron el temple y llegaron a un acuerdo, sensato en función de las circunstancias.

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La mesa en la que se firmó la nueva versión del acuerdo con los enviados del FMI está enclavada en el Salón de los Cuadros del Ministerio de Economía. Es una mesa directorio de madera noble. Tiene sus años, tal como comprueba una placa de metal noble asentada en su centro (ver la foto que ilustra esta nota). La placa rememora que sobre esa mesa se firmó, en 1935, el tratado provisorio de paz entre Bolivia y Paraguay, cuyo mentor fue el canciller argentino de entonces, Carlos Saavedra Lamas. En 1938 se rubricó la paz definitiva, en Argentina, sobre ese noble mueble. Saavedra Lamas accedió al Premio Nobel de la Paz y fue emblema de una tradición argentina pacifista y de presencia latinoamericana que pareció arrumbada en la década del 90. Algunas cenizas quedan de ese fuego, al menos en la memoria y en el anhelo de los gobernantes argentinos.

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La forma en que Kirchner explicó los alcances del acuerdo y las tratativas previas amerita un párrafo. El Presidente eligió un acto en la casa de Gobierno para dar una versión detallada, escala “uno en uno”, de las conversaciones previas y de lo pactado. Su minucia espeja una de sus obsesiones, que es recuperar el valor de la palabra política. Contar qué pasó es tan necesario como predicar qué se hará.
En un segundo nivel, es claro que Kirchner quiso dejar patentizado que fue él quien llevó el peso de las negociaciones y que le sobran cualidades (incluso saber técnico) para hacerlo. Un mensaje que, cabe inferir, remite al ruido que, desde el vamos, nimba su relación con Lavagna, un ruido que no trascendió en este caso al marco de la pulseada con los de afuera.

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Los negociadores argentinos esperan que en el FMI se repita el escenario de aprobaciones y abstenciones logrado en la aprobación de la primera etapa de las metas. “Quién le dice –pondera uno de ellos–, por ahí hasta alguna abstención vira a aprobación. Sería todo un éxito.” Como fuera, la situación cambió de pantalla y lo que viene es una nueva etapa, en la queda abolida la base táctica de la anterior.

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Si los argentinos quieren obviar toda mención al puntaje del round, para qué hablar de lo que fue su táctica hasta ahora. Pero, aunque no se diga, lo que la dupla Kirchner-Lavagna procuró es dilatar la negociación con los acreedores privados todo lo posible. Hay quien dice que el promotor de ese criterio fue el Presidente, otros sugieren que la maquinó el ministro. En cualquier supuesto, el tiempo que se ganó permitió al Gobierno ganar puntos en el terreno de la política y la economía local. Mientras se gambeteaba esa negociación crecía el prestigio de Kirchner, su consenso y también el PBI. Kirchner se hizo fuerte en la negociación, con las espaldas cubiertas por el alto consenso ciudadano que lo acompaña.
Que la táctica haya sido exitosa en términos coyunturales no equivale a decir que sus generadores hayan acertado plenamente. Seguramente pensaban que el FMI, garantizados sus créditos en condición de acreedor privilegiado, se tomaría un tiempo más largo para convertirse en (ilegal) abanderado de los bonistas privados. Pero el Fondo y el G-7 se apuraron a meter de contrabando en la negociación los reclamos de los acreedores privados. Y, por la razón de la fuerza, la necesidad de la negociación ya forma parte de la intrincada madeja del acuerdo.
En el nuevo tablero el Gobierno promovió, presto, una convocatoria a todos los representantes. Se resalta “todos”, pues no cedió al reclamo de centralizarla en el italiano Nicola Stock, bestia negra de Economía y de la Rosada. Y, también sin estrépito pero con firmeza, los argentinos rehusaron una propuesta de reunirse con Stock “en cancha neutral”, esto es en Lima, Perú. “Debe venir acá”, se empacaron. Así será, el mes que viene.
El repunte de la economía argentina obra un resultado dual. Robustece la consistencia del gobierno argentino y acicatea la ambición de los acreedores. La cotización de los bonos argentinos es casi un encefalograma que revela su pensamiento. No es sencillo plasmarla en cifras, dada la vastedad de papeles pintados que repartió Argentina por el mundo, pero puede darse una idea repasando la evolución de los más trillados. Antes de la propuesta de Dubai cotizaban a 30 por ciento del valor originario. Cuando Lavagna, sin pestañear, propuso una quita del 75 por ciento, bajaron a pique. Ahora han recuperado su valor y tuvieron un respingo tras la tertulia telefónica entre Anne Krueger y los argentinos. La expectativa de llevarse una libra de carne crece cuando el deudor engorda, y este caso no es la excepción.
Habrá que ver cómo conjuga el gobierno su –ratificada– vocación de mantenerse dentro de los márgenes comunicados en Dubai (Kirchner piensa que desdecirse desmadejaría su consenso interno) y su necesidad de seducir, así sea un poquito, al capital.
Un modo imaginable desde el sentido común sería lo que jugando al poker se llamaría “poner la luz”. Arrimar una fichita, poner unos pesos y no ya nuevos sospechosos títulos sobre la mesa. En el Gobierno, en el corto plazo al menos, esa hipótesis tiene nulo rating. Algunos analistas imaginan que tal vez el G-7 o el propio FMI podrían aportar algún dinerillo para facilitar la maniobra. “¿En este momento, en vísperas de elecciones en Estados Unidos? Parece un disparate” analizan, ahí nomás del despacho de Lavagna.
La próxima aprobación de las metas será en junio. La discusión amuchó los dos primeros tramos y el Gobierno casi no tuvo sosiego en todo el verano. Ahora contará con tres meses ligeramente más distendidos.
La fecha crucial sigue siendo septiembre, cuando deban ponerse en debate las metas cuantitativas para los años por venir. Por entonces el gobierno habrá realizado “n” reuniones con los bonistas y deberá mostrar parte de su juego. Ocurre que el presupuesto 2005 debe entrar al Congreso antes del 15 de septiembre y debe prever eventuales pagos al exterior. Amén de tener resuelta la coparticipación federal, una discusión que recién comienza y que el propio Kirchner dinamizará reuniéndose más pronto que tarde, como a él le gusta, de a uno, con los gobernadores. Los mandatarios provinciales peronistas están algo rezongones con el Presidente. Se quejan de que no les presta especial atención, de que sólo lo ven cuando va en visita oficial a sus territorios. En la Rosada confían en que el liderazgo de Kirchner los traccionará y en que la existencia de una buena recaudación calmará muchos nervios. “Por los pasillos hablan mal de Lupín, pero con un asado y un par de cheques todo tendrá remedio”, discurre un operador político de la Rosada, cuyo temor finca más en la falta del asado (Kirchner desdeña esas liturgias) que en la de los fondos para mejorar las arcas provinciales. La estimación parece sensata: la reputación y la aprobación públicas del Presidente multiplican largamente la de cualquier gobernador. Cuesta imaginar que le surjan oposiciones fuertes en el corto plazo que, ya se sabe, es el único que cuenta en estos pagos.
Con unas cuantas barajas puestas sobre la mesa, el Gobierno tendrá limitada su capacidad truquera (que la posee en buena hora). Deberá haber definido, a más tardar en septiembre, si mejora sustantivamente su oferta o si se mantiene en los, estrechos, márgenes propuestos en Dubai. Las presiones, en ese lapso, crecerán tanto como la economía argentina, si no más.

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Los índices de empleo produjeron sonrisas de satisfacción en Trabajo y Economía. Allí destacan que se creó una cantidad record de puestos, mes a mes (en verano, usualmente la época menos propicia al efecto) y que corresponden a la actividad privada, en su casi totalidad. Los planes sociales de ingresos están congelados y el empleo público, apenas menos. Oficialmente se enfatiza que un alto porcentaje de los puestos generados corresponde a actividades industriales. Una mirada veloz al mapa nacional permite inferir que las economías regionales, catalizadas por la devaluación, han prosperado. El turismo hace su parte en las regiones propicias. Muchos aglomerados urbanos del interior de menos de 500.000 habitantes alcanzan índices de un dígito. Los números ratifican lo que cual-quier observador avispado puede intuir “de ojito” si trajina el interior del país.
El Gran Buenos Aires, otrora estación intermedia del ascenso social, es ahora uno de los bastiones del desempleo. Un dato duro, difícil de revertir así no sea en el corto plazo. Debería analizarse pensando que ese enclave de pobreza y escasos horizontes es el núcleo duro del duhaldismo, cuya base social no son obreros “del ‘45” con ansias de acrecer su porción de la torta, sino desocupados o subocupados cuya principal aspiración es parar la olla el día siguiente. ¿Qué pasaría con la lealtad política de esa base social si consiguiera empleo estable, “con sobre”? Todo un dilema.
Los datos sobre salario promedio no están especialmente actualizados, pero en Trabajo lo estiman en alrededor de 750 pesos. Dos verdades de la Argentina del siglo XX se esfumaron en la década del ‘90: en este suelo había trabajo, y el que trabajaba “tenía para vivir”. El necesario y valioso aumento de la población ocupada no debería ocultar que la segunda parte de esa proposición sigue pendiente: trabajar no basta para transgredir la pobreza, a veces ni la indigencia. La Argentina necesita no sólo más puestos de trabajo, necesita mejores salarios.
La política social del Gobierno está centralizada en una visión productiva y distraída, cuanto menos, de la implantación de un salario ciudadano. Contribuye, sin duda de modo involuntario, a que el núcleo del problema permanezca intacto. Un ingreso ciudadano mínimo universal no sería, como dice la derecha precopernicana, una competencia desleal con la oferta de trabajo. Antes bien, forzaría a la elevación de los salarios de hambre que se siguen pagando en muchos lugares del país, incluyendo sus administraciones públicas de todo nivel.
La pobreza argentina es tremenda, pero la marca mayor que la aleja de sus mejores momentos es la desigualdad. Es dolorosamente asimétrica la distribución de los ingresos, del prestigio, del acceso a la educación y a la información, de la presión tributaria, de la esperanza si bien se mira. El crecimiento, innegable y saludable, de estos meses apenas roza ese entuerto.

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Termina el verano, que fue generoso con el gobierno argentino. Le ha ido bien pero suena imposible que lo siga logrando con “más de lo mismo”. Se han acortado dramáticamente los tiempos del regateo con los bonistas internos y comienza el tiempo de la negociación lisa y llana.
Así como se agotó esa táctica habría que preguntarse cuándo se termina el recurso de mejorar la recaudación fiscal por la alianza entre el crecimiento y la lucha contra la evasión y la elusión. Tal vez vaya siendo hora de atacar la regresividad del sistema tributario, agravante de las desigualdades de ingresos.
Tal vez haya que pensar el ataque a la pobreza en el corto plazo, de modo más veloz y amplio que la expansión de la inserción laboral. Tal vez haya que repasar algunos de los ítem del supuesto plan “B” que se mencionó en estos días, del que no se conoce un borrador pero sí su necesidad. Los planes de infraestructura, cuyo efecto multiplicador es innegable, no han visto aún la luz. Y surtidos etcéteras.
Tareas duras para comenzar el otoño. Pero imprescindibles para que Tyson, en los albores de la primavera, no emboque un mamporro de K.O.

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