EL PAíS
“Una actitud política hubiera sido decir echemos a todos”
El filósofo Alfredo Pucciarelli analiza en diálogo con Página/12 las relaciones de poder en la Argentina a partir del golpe de Estado del ’76. Advierte que “el esquema de representación actual es absolutamente insuficiente para encarar la gravedad de los problemas que hay en este país”, por eso se atreve a comparar los desafíos que enfrenta el Gobierno con los que no pudo superar Alfonsín.
Por Washington Uranga y Natalia Aruguete
La política se ha vaciado. En su lugar, se instaló una “corporación conformada por empresarios, administradores gubernamentales, manejadores del aparato estatal y partidos políticos”. La regla es “acumular y concentrar el ejercicio del poder político estatal”. Así resume el filósofo Alfredo Pucciarelli la esencia de lo que ha pasado en la Argentina desde la irrupción de la última dictadura militar hasta hoy. En esa trama corporativa se centra el estudio que dio lugar a su nuevo libro: Empresarios, tecnócratas y militares. La trama corporativa de la última dictadura. Pucciarelli es investigador del Conicet, profesor en la UBA y en la UNLP, y ha desarrollado una minuciosa investigación de los sistemas políticos, los procesos sociales y de las formas que fueron adquiriendo las prácticas políticas contemporáneas.
–¿Qué pasó con las instituciones estatales durante la dictadura?
–Durante la dictadura se produjo un proceso de vaciamiento de las instituciones del Estado. Se tomó muy en serio la proclama de (José) Martínez de Hoz: “Achicar al Estado es agrandar la Nación”. En nuestro trabajo descubrimos que detrás del discurso privatizador, mercadocentrista había una trama oscura de relaciones entre instituciones estatales, elencos militares, dirigentes tecnocráticos y empresarios que constituyeron el nuevo núcleo de acumulación de capital en la Argentina. Ese núcleo duro, este nuevo centro de poder privado y estatal a la vez, que se constituyó durante la dictadura dominó el aparato estatal. Se empieza a generar un espacio ambiguo donde es difícil discriminar quién está de un lado y de otro porque la estrategia es precisamente eliminar las fronteras.
–¿Y cuando comenzó la democracia?
–La recuperación democrática se plantea retomar viejas políticas del Estado que se liquidaron durante la dictadura, con una consigna: la democracia no es sólo libertad de elegir, sino un modo de gestionar el aparato de gobierno y del Estado. Había un intento por constituir la institucionalidad democrática porque el Estado había perdido la capacidad de ejercer el monopolio legítimo de la violencia. Si el Estado es visualizado por la sociedad sin capacidad para ejercer la violencia legítima pierde legitimidad política institucional, moral y de otro tipo.
–¿Qué pasó con la legitimidad del Estado con el comienzo de la democracia?
Hubo un momento de quiebre. Los tres primeros años del gobierno de (Raúl) Alfonsín se corresponden con un gobierno legítimo que encara una tarea de reconstitución del sistema institucional. A partir del ’87 se produjo un nuevo divorcio entre aquella noción que sostenía que la sociedad tenía que utilizar el Estado para reconstituir las instituciones y las instituciones mismas. Y empieza a operar en forma sistemática ese poder oscuro que se había constituido durante el período de la dictadura. Y ahí es donde pasamos de la patria contratista a la patria financiera.
–¿Qué diferencias y semejanzas existen entre las estrategias políticas de Alfonsín y Kirchner, teniendo en cuenta que ambos han asumido la Presidencia en momentos de crisis socioeconómica?
–Tanto Alfonsín como Kirchner tienen que construir un partido de apoyo a la gestión y una estrategia de enfrentamiento a los poderes más concentrados. En aquella época, estaban comandados por los militares y ahora por las grandes empresas. En cuanto a las diferencias: Alfonsín tenía un partido que no cumplía la función de articular la gestión gubernamental con la sociedad pero tampoco estaba potencialmente enfrentado. En la gestión de Kirchner los poderes son más, tienen más poder y están más concentrados. Hoy los sectores populares están dispersos, fragmentados y despolitizados, con una crónica incapacidad detransformar en acciones y organizaciones políticas sus reivindicaciones sociales.
–¿Qué relación existe entre lo que usted describe y la estrategia política de Menem?
–Menem hizo lo contrario. Menem fue el primer gobernante que encarnó un período de grandes transformaciones –más allá de la calificación de esas transformaciones–, con un esquema de hegemonía orgánica en el cual incluyó la división política, intelectual, ideológica y moral de la sociedad. Todo eso lo maneja el menemismo entre 1990 y 1998 por lo menos.
–A partir de esa gestión, ¿qué características ha tomado el juego político?
–La moral y las prácticas de esa versión subdesarrollada del neoliberalismo frívolo que es el menemismo (no todos los neoliberalismos tienen personajes como María Julia) expresa el proceso de expansión ideológica cuya contraparte es un proceso de vaciamiento de la política.
–¿Cómo se relaciona este “vaciamiento de la política” con las críticas al rol del Estado que surge en los años ’70 en el mundo?
–Las críticas al rol del Estado y al rol de la política vienen juntas. Hay una teoría que plantea que la globalización produce una pérdida de soberanía de los Estados nacionales y una concentración del poder al interior de las fronteras nacionales. Esa pérdida del poder del Estado para cambiar situaciones construidas en ámbitos no estatales es la que se transforma en el horizonte de la crisis del sin sentido de la política. La política deja de ser percibida como instrumento de modificación.
–¿Cómo es percibida la política por parte de la sociedad, en Argentina?
–No hay un cambio importante de percepción, hay esperanza. El mérito más trascendente de Kirchner es que establece un lenguaje simbólico compartido. El vaciamiento de la política significa también el vaciamiento del lenguaje. Las palabras se vuelven vacías. La esperanza de la gente tiene que ver con que ha recuperado la capacidad de diálogo. Quien me representa plantea los problemas que yo quiero plantear, independientemente de que los resuelva bien o mal. Creo que Kirchner está haciendo eso.
–¿Esa recomposición del diálogo permite recomponer una democracia representativa?
–Sí. El lenguaje se cayó junto con la crisis del esquema representativo. Kirchner está generando la posibilidad de reconstruir un esquema de representación. Pero a Kirchner le va a pasar lo que le pasó a Alfonsín: el esquema de representación actual es absolutamente insuficiente para encarar la gravedad de los problemas que hay en este país. Hay una doble tarea: reconstruir el esquema representativo para generar un mecanismo incompleto, que sólo puede ser resuelto con la democracia participativa.
–¿Qué posibilidades existen en Argentina de alcanzar una democracia representativa?
–Hay posibilidades porque la política es un horizonte abierto, producto de la voluntad. No hay una determinación estructural que nos impida hacerlo. Lo que hay es la persistencia de esquemas hegemónicos, básicamente del período menemista, que aún están presentes ¿Cuánto tiene de aceptación general la política de Kirchner? ¿Cuánta gente transforma esa aceptación en algún tipo de actitud política? Ni el uno por mil. La política está flaquita, el escenario es cada vez más escuálido. Está generado por personajes que cuando no son deleznables son patéticos. Ante ese escenario flaco y esa gran expectativa está la idea de que la política es cosa de los demás no mía. Lo político aparece como una actividad profesional.
–En la actual relación entre la sociedad y el poder político, ¿qué rol cumplen los políticos?
–Si se reconstruye el proceso por medio del cual tenemos los representantes que hoy tenemos se puede ver que acá hubo una activación social que no tomó una forma política, se quedó en la generación de una crisis orgánica. Eso se tradujo en una forma negativa que es a-política, e incluso, antipolítico: el “que se vayan todos”. Si uno dice “que se vayan”, es el otro el que debe tomar la decisión de irse. Una actitud política hubiera sido decir: “Echemos a todos”. Ahí entra a jugar la política: a quiénes echamos, cómo lo hacemos, con qué estrategia, quiénes van a participar. Eso no fue posible, fue una rebelión social no política. Esa ausencia de la política fue llenada por el duhaldismo con sus características. Cuando se hizo la reconstitución del sistema institucional, los personajes más siniestros de ese elenco que queríamos que se fueran, volvieron. Lo cual demuestra que acá hay dos países: uno que actúa y participa, mal o bien. Y uno pasivo y sojuzgado desde el punto de vista político y cultural que se mueve por las inercias que se van armando con el tiempo, que es el famoso sistema “clientelar” que hay en la provincia de Buenos Aires.
–¿Por qué logran volver estos personajes?
–Porque el sistema “clientelar” permitió que Duhalde armara la lista de representantes que le pareció mejor, con personajes mafiosos de todos los pelajes y la gente no lo discutió. El clientelismo tiene una referencia directa y una muy indirecta: está el puntero y en el otro extremo, el líder. En el medio, no queda nada. El clientelismo es una dimensión también cultural, no sólo un compromiso circunstancial de bienes por votos. Esos elencos políticos que surgen por mecanismos electorales que están vaciados de compromiso político, que están desenganchados de lo social, han aceptado además la ideología del posibilismo: no se puede hacer más que acordar formas de administración de un sistema económico, social, cultural e institucional manejado por poderes existentes. El reconocimiento de ese poder impone un límite tan estrecho que no hay políticas para desarrollar, ni compromisos para cumplir, ni objetivos propios como organización política. Todo eso expande aquel grupo corporativo que engancha empresarios, administradores gubernamentales, manejadores del aparato estatal y partidos políticos. Y ese es un verdadero grupo de poder que intenta enfrentar Kirchner pero le cuesta mucho.