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Dos socios dispares
Por José Natanson
En los ‘90, Argentina produjo una reorientación brusca de su política exterior, mientras que Brasil experimentó algunos cambios, que no se dieron de manera abrupta ni lineal. Las diferencias permiten proyectar la situación al presente y son el eje del análisis de Miriam Saraiva, de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, y Laura Tedesco, de la Universidad de East Anglia (Inglaterra), en “Argentina y Brasil. Políticas exteriores comparadas tras la guerra fría”, un artículo incluido en el libro Política Brasileña Contemporánea. De Collor a Lula en los años de transformación (Siglo XXI) compilado por Vicente Palermo.
El artículo analiza de manera detallada los cambios producidos en cada país a principios de los ‘90. Aunque no tiene en cuenta el nuevo giro –implementado por Kirchner en Argentina y por Lula en Brasil– es interesante para analizar el panorama con el que se encontraron ambos líderes, y para entender mejor las dificultades y los incentivos para modificarlo.
En Argentina, los cambios implementados por el menemismo y sostenidos luego por la Alianza fueron drásticos y tuvieron como eje conceptual la idea de la política exterior como parte (como herramienta) de la política económica. “La política exterior, vista como parcialmente responsable de los fracasos económicos del pasado, fue cuestionada dentro de un proceso de revisionismo más general del modelo confrontativo de inserción externa adoptado históricamente por el país”, aseguran los autores.
Como parte de este esquema, Argentina aceptó, casi sin condiciones, su lugar de actor marginal en la escena internacional: reconoció el liderazgo de Estados Unidos, reestableció relaciones con Gran Bretaña, envió buques al Golfo y votó contra Cuba en la ONU. Al mismo tiempo, avanzó en la política de no proliferación nuclear con Brasil, “posible gracias a la desmovilización política de las Fuerzas Armadas”, e hizo esfuerzos por sostener el Mercosur.
En Brasil, en cambio, las discontinuidades internas provocaron una continuidad mayor (un cambio menos pronunciado) en su política exterior. En los ‘90 se sucedieron tres jefes de Estado de distintas inclinaciones ideológicas: Fernando Collor de Mello, que intentó una reforma neoliberal brutal; Itamar Franco, con una orientación más desarrollista; y Fernando Henrique Cardoso, que retomó algunas de las medidas de Collor.
Los avances y retrocesos se sumaron al rol de Itamaraty, más autónoma que la Cancillería argentina y menos proclive a los cambios bruscos. Finalmente, el Mercosur era “visto por Brasil como un instrumento de refuerzo de la capacidad de negociación, proporcionándole mayor peso en la arena internacional”. Como resultado, Brasil no participó de la Guerra del Golfo y en 1994 se abstuvo de votar en la ONU el envío de una fuerza de paz a Haití. Los autores sostienen que en 1997 había participado en la mitad de operaciones de paz que Argentina.
El contraste es nítido. Argentina produjo un cambio brusco y sostenido en política exterior, facilitado por la reorientación profunda del modelo económico, la debilidad burocrática de su Cancillería y la visión sobre su irrelevancia internacional. Brasil, en cambio, vivió una transformación económica más lenta y errante y no resignó su autopercepción de actor internacional relevante. Su política exterior fue coliderada por Itamaraty, reacia a aceptar giros profundos. “La política externa de Brasil experimentó cambios, pero no se dieron de manera abrupta ni lineal. Experimentó avances y retrocesos que resultaron en un proceso gradual”, concluyen Saraiva y Tedesco.
El artículo es sistemático y permite un panorama claro sobre la evolución comparada. Está incluido en un libro que incluye, entre otros temas, un análisis del politólogo argentino Vicente Palermo, compilador del libro e investigador del Instituto Di Tella, sobre el camino del PT y las dificultades que enfrenta el gobierno de Lula; un artículo de Francisco Panizza sobre la política económica de Brasil y otro de Torcuato Di Tella sobre el sindicalismo brasileño.