EL PAíS
“Es el momento de hacer un pacto educativo fuerte”
Pedro Krotsch, sociólogo experto en temas universitarios, advierte que no es tan fácil como se piensa adaptar el ingreso a la realidad económica, pero sugiere formas de concertación para orientar la demanda estudiantil.
Por Javier Lorca
En diálogo con Página/12, Pedro Krotsch, especialista en sociología de la educación superior y actual director del Instituto Gino Germani (Ciencias Sociales, UBA), analizó los conflictos y alternativas subyacentes a la polémica abierta por el ministro de Salud, Ginés González García.
–¿Qué problemas e ideas están detrás del debate sobre el ingreso en la universidad, la calidad y cantidad de médicos y psicólogos del país?
–La cuestión de la regulación del ingreso es una discusión de toda la vida en la universidad. En la medida en que el sistema se fue diversificando y masificando, empezaron a aparecer mecanismos de regulación y selección de la matrícula estudiantil. Hasta los ‘60 eso no pasaba, porque teníamos una universidad de elite. Ahora es una discusión que existe en todo el mundo y tiene que ver con políticas de Estado. Hay países, como Brasil o Chile, con una cultura de ingreso mucho más restringido, a diferencia de la Argentina, donde hay una representación colectiva muy fuerte de ingreso irrestricto.
–¿Cómo afrontar la tensión entre, por un lado, el interés de parte del Estado por regular el ingreso en determinadas carreras y, por otro lado, la autonomía universitaria?
–La regulación del ingreso es un problema técnico político que no ha sido saldado en la Argentina. Hay que descubrir mecanismos de concertación, que no son imposibles, y definir áreas de interés para las políticas educativas, sociales y económicas del Estado y, en función de esas políticas, acordar la promoción de determinadas carreras y disciplinas. Una cuestión central es cómo orientar y modificar la demanda estudiantil. Todavía hay una demanda muy tradicionalista, centrada en las profesiones liberales. Y los estudiantes tienen razón en elegir esas carreras, porque la economía del país no se ha diversificado. Hoy existen condiciones óptimas para alcanzar consenso entre el Estado y las universidades, porque hay un diálogo abierto con el Gobierno. Es el momento de construir un pacto educativo fuerte y a largo plazo. Pero, por detrás, está el modelo socioeconómico de país. Tenemos un mapa de disciplinas universitarias tan sencillo como el espectro de país.
–¿Cuál sería el mejor modo de manejar el ingreso en carreras como Medicina, donde esto implica conflicto?
–Creo en la legitimidad de la autonomía universitaria, admitiendo que el Estado tiene derecho a regular generando espacios de concertación. Cada disciplina tiene patrones epistemológicos particulares. Por ejemplo, en las ciencias duras no se plantea el problema de la cantidad de alumnos, sino el de los saberes que traen los estudiantes. En carreras como Medicina, el número aparece como un problema por criterios vinculados con la cantidad de alumnos en relación con el docente y el paciente. En la Argentina, la solución a este problema no creo que pueda abarcar al conjunto del sistema universitario.
–¿Hay información seria sobre el número de médicos, psicólogos u otros profesionales que precisa el país?
–No hay información válida. Para que la hubiera, debería haber proyecciones ocupacionales a diez años. Son imposibles. El ajuste de la universidad al mercado de trabajo es muy complejo debido a la aceleración de los cambios tecnológicos. Erich Teichler señaló que son las propias disciplinas las que deben construir sus prácticas profesionales futuras y los escenarios posibles. Los propios académicos deberían inventar carreras, combinando las existentes, para atender las necesidades del futuro. La universidad tendría que hacer ese cálculo en función de lo que se está produciendo en el campo del conocimiento. Pero se habla poco del futuro en la universidad. Tenemos un coyunturalismo brutal.
–Para saber si sobran médicos, psicólogos u otros graduados, ¿es tan sencillo como relacionar su número con el de habitantes? ¿Ese es un indicador confiable?
–No, es mucho más complicado. En los ‘60 se creía posible planificar los recursos humanos. Hoy eso está liquidado. Todavía pensamos, tradicionalmente, que el sistema educativo debe construirse simétricamente con el mercado ocupacional. Esta lógica se rompió con la globalización y la caída del modelo fordista. Hoy el mercado es tremendamente lábil. En muchos campos, como la psicología, los egresados crean su propia fuente de trabajo, van abriendo nuevas áreas para ejercer la profesión.
–¿Qué aporta la experiencia de otros países al problema del ingreso?
–En casi todos los países hay sistemas de regulación. Pero no se definieron con alguien diciendo “esto está bien” o “esto es malo”, sino consensuando, con la participación de los Estados nacionales y locales, las universidades, el sector productivo. En Estados Unidos se regula por vía del mercado, los aranceles y el prestigio institucional. En Francia hay un sistema altamente regulado, aunque hoy tiende a desregularse. En Alemania existe el derecho a la educación superior, pero no a entrar en cualquier carrera. En otros países hay regulaciones por universidad, por tipo de carrera, por historia académica del alumno. En la Argentina también: el CBC de la UBA es una regulación, en Córdoba hay cupos, en otras universidades hay cursos o exámenes. Lo ideal sería tender a criterios comunes en el país. Pero para eso hay que definir hacia dónde queremos ir. Discutir cómo controlar el ingreso en Medicina es sólo una parte de la discusión. Lo fundamental es definir qué médicos queremos formar, qué tipo de salud queremos en la Argentina. A partir de eso uno puede darse una política de regulación del ingreso y de construcción de las currículas. Si no, estamos debatiendo cómo hacer más eficiente algo que no sabemos para qué sirve.