EL PAíS › HABLA UN MEDICO DEL SAME
“La gente creía que nos ayudaba”
Por Pedro Lipcovich
Hay médicos que, en lugar de curar enfermos, atienden personas sanas... que están en riesgo de morir: son los especialistas en emergencias. Página/12 dialogó con uno de ellos: escuchó qué es el “paciente rojo”, a diferencia del “paciente amarillo” o del afortunado paciente verde, e intuyó la vivencia crucial del médico que debe decidir, en segundos, si ese ser humano, que era rojo y aún está vivo, es ya un “paciente negro”. El emergentólogo, que estuvo desde los primeros minutos en el operativo de auxilio a las víctimas de República Cromañón, admitió algunas de las dificultades de un operativo donde, además de las víctimas, había en el lugar 2000 personas que “creían que estaban ayudando”. En su ambulancia, llevó esa noche a más de diez pacientes: cada viaje fue, a la vez, una fase decisiva en el tratamiento de esa persona y una experiencia, en el límite, de encuentro entre seres humanos. El especialista contó detalles de su trabajo, donde el vértigo de lo inmediato sólo puede sostenerse en el cumplimiento de férreas normas de trabajo, y su voz tembló al hablar de lo que más lo golpeó en la noche del 30 de diciembre: “No esperaba que en un local bailable hubiera chicos, pero había cuerpos de chiquitos de cuatro o cinco años”.
“Nuestro móvil habrá llegado a las 23.15 –recuerda Raúl Gómez Traverso, médico del SAME–. Para ese momento, ya estaba la UniCa y se había establecido una “zona de categorización.” La UniCa es la Unidad de Catástrofes, vehículo similar a una ambulancia, pero que no está destinado a trasladar pacientes sino a centralizar las acciones en el lugar del desastre. Junto a ella se instala la zona donde trabajan “médicos destinados específicamente a categorizar a las víctimas; los bomberos están entrenados para llevarlas allí en cuanto las rescatan: quienes están en estado crítico, pero recuperables son los ‘pacientes rojos’, que tienen prioridad para su traslado; después vienen los ‘amarillos’, que tienen lesiones leves; ‘verdes’ son los que casi no tienen lesiones y pueden valerse por sí mismos”. El médico categorizador pone junto a cada paciente un cono con una bandera del color que le corresponda. También hay banderas blancas, que están junto a los cadáveres, y hay banderas negras.
“Muchas veces los que, inicialmente, son rojos se transforman, en minutos o segundos, por la magnitud de su daño pulmonar o cerebral, en ‘pacientes negros’, que son los críticos irrecuperables: éstos tienen segunda prioridad en el traslado, después de los rojos”, explica Gómez Traverso.
Estos criterios de categorización responden a normas internacionales. “Todo nuestro trabajo se rige por protocolos establecidos: esta especialidad no es como otras, donde hay más tiempo para pensar o donde se puede consultar a colegas antes de tomar decisiones: encontramos o presumimos lesiones con riesgo inminente de muerte y desde el primer momento encaramos las maniobras para sostener y recuperar a la víctima.”
Entonces, el 30 de diciembre a las 23.15, “llegamos al lugar de la catástrofe y salimos de la ambulancia buscando pacientes rojos”. Pero no fue tan fácil: sucedía que, “en cuanto abríamos la puerta de la ambulancia, la gente que estaba allí tratando de ayudar nos ponía un paciente para que lo lleváramos. Y uno no se puede poner a discutir ni a explicarles los códigos de categorización: había que asistir y trasladar a ese paciente que nos ponían en la ambulancia”.
El problema partía de que “además de las víctimas, que fueron cerca de mil, había en Cromañón quizá dos mil personas más que, en cuanto se salvaron, empezaron a tratar de rescatar a amigos o familiares. Lo hacían con buena voluntad, creyendo que estaban haciéndolo bien. Muchas veces estábamos con una víctima y la gente se amontonaba, queriendo ayudar, sacándose las remeras, abanicando el aire, creyendo que así ventilaban al paciente. Nosotros les dábamos indicaciones, les decíamos que formaran rondas o cordones para poder seguir trabajando”.
¿No le corresponde a la policía acordonar y ordenar la situación? “Sí –contesta Gómez Traverso–, pero lleva tiempo y toda esa gente ya estaba ahí desde el primer momento, salía del lugar mismo del desastre.”
Cuando pudieron salir de la ambulancia, “apuntamos con la camilla a la bandera roja y salvamos a nuestro primer paciente”. Era un chico.
“Lo que me impactó, en cuanto di los primeros pasos en el lugar, fue la presencia de víctimas pediátricas: cuerpos de chiquitos de cuatro, cinco años; fue lo primero que vi”. Había que advertirlo a la primera ojeada porque las ambulancias tienen equipos de rescate diferenciados, según se trate de adultos o de niños. “Lo primero era evaluar las vías aéreas y ayudarlos con distintas maniobras incluyendo el suministro de oxígeno. En este tipo de desastres, en la mayoría de los casos hay lesiones en las vías aéreas; así como en atentados como el de la AMIA hay lesiones por aplastamiento y politraumas. Cada tipo de evento genera lesiones específicas, que a grandes rasgos, se pueden anticipar.” En la mayoría de los casos de Cromañón, “se reconocían rápidamente las lesiones negras y alquitranadas en las fosas nasales y la boca”.
Retiraron más de diez pacientes esa noche. “El tratamiento, que empieza en el lugar mismo, continúa durante el traslado: se hace reanimación y se procura estabilizar al paciente, mientras el chofer de la ambulancia recibe instrucciones de a qué centro derivarlo.”
Gómez Traverso trabaja en emergencias desde que se recibió de médico, hace 14 años. “Siempre me gustó.” ¿Por qué? “Lo que más me gusta de este trabajo es el hecho puro de ayudar, desde la asistencia médica, así como otro podría ayudar llevando agua al lugar de la catástrofe. Y es un trabajo que está siempre al límite: no hay margen de tiempo; si el paciente no respira, va a fallecer; si no se le controla una hemorragia, morirá en minutos; si no se atiende a su columna vertebral, quedará con lesiones de por vida.”
Y, en ese límite, “siempre se trata de personas, nunca llegan a ser ‘casos clínicos’. Cada vez que nos acercamos a una víctima, nos presentamos: ‘Mi nombre es Raúl Gómez Traverso y he venido para ayudarlo’, así nos presentamos. Y la persona registra el hecho de que alguien vino a ayudarlo, en ese momento desesperado, donde toda su vida cambió súbitamente. Yo le tomo la mano, le ofrezco la mano del médico”.
Y le hablan. “A ese paciente que está navegando entre la conciencia y la inconsciencia, hay que explicarle lo que uno va a hacer: ‘Te vamos a subir a una camilla, te vamos a poner un collar; dejáte puesto el oxígeno porque eso te hace bien.’ Eso ayuda a que colabore, a que se sienta contenido.”
Del incendio en República Cromañón, lo que más lo impresionó fue “la cantidad de chicos que había. Cuando uno va llegando al lugar en la ambulancia, se imagina la escena; forma parte de nuestro trabajo tratar de prever de antemano lo que uno pueda llegar a ver, para estar preparado. En este caso, yo iba a un local bailable que se había incendiado, no iba a una escuela, no esperaba encontrar chicos. Pero los había, y tenían las mismas lesiones que los adultos. No tendría que haber habido chicos, ni tampoco incendio”.