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Valijas obvias
Por Eduardo Aliverti
Una primera observación es que el escándalo por el contrabando de droga a España haya sido considerado como un episodio grave, pero desligado de su profundo carácter político. Hay quienes lo han visto como una circunstancia más de una corrupción global que habría nacido de un repollo; quienes lo remiten a contornos casi meramente policiales; quienes incluso lo recortan a la sección de información general y quienes –los menos– le dan el auténtico sentido sistémico que tiene.
La etapa inaugurada con la dictadura militar, que en el 2006 cumplirá nada menos que 30 años, está muy lejos de haberse clausurado más allá de aspectos formales (que de todos modos deben ser permanentemente celebrados). Se vota; hay una libertad de expresión bastante considerable; hubo y hay una serie de reparaciones históricas del mismo tenor. Pero el huevo de la serpiente no fue aplastado. Militares asesinos y corruptos recibieron su lección institucional, en términos individuales de su carácter de preservativos del poder económico, pero la tarea orgánica que llevaron a cabo sigue haciendo sentir sus consecuencias a pleno. Un Estado desaparecido como regulador de los desequilibrios sociales, el festín de los poderosos, la corrupción impune salvo el caso de chivos expiatorios más grandes o más pequeños, la destrucción del tejido social. Todo respondió y responde a un proyecto de ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres que, con sus matices a lo largo de estas tres décadas, ha tenido –en puntuales y decisivas veces– el agravante de ser estimulado y aceptado por las mayorías populares. El caso del aeropuerto de Ezeiza no genera más que una mueca de “y sí, más vale, obvio”, pero avanzar más allá de ese rictus de resignación supone toparse, si no con la culpabilidad, con la amplia responsabilidad social frente al emblema. ¿Cuál emblema? Uniformados corruptos impermeables a todo prurito respecto de su presunta misión patriótica; nepotismo; narcotráfico; servicios de inteligencia; leyes incumplidas a sabiendas; regulaciones estatales desaparecidas; mafias; ibrahimes; yabranes; privatizaciones; zonas liberadas; jueces sospechables; pruebas borradas; negociados escandalosos. ¿Cómo se llama todo eso si no se llama sistema y proyecto político? ¿A quién podría ocurrírsele seriamente que la imagen de la rata y su gobierno es separable de ese rango emblemático que tiene lo de Ezeiza? ¿Y a quién se le olvida la mirada popular hacia el costado durante ese período trágico, y antes durante la dictadura, a cambio de fantasías de tablitas cambiarias y dólar uno a uno?
Es el sistema, estúpido. Frente al affaire de Ezeiza uno no sabe cuál cosa le causa primero –si revulsión estomacal o amarga gracia– el escuchar a tantos periotontos preguntarse, desde el cinismo de una mirada meramente “policial”, cómo es posible que hayan cargado valijas con cocaína en el avión de Southern Winds, y cómo es que los jefes de la Fuerza Aérea hayan argumentado que apenas controlan al 30 por ciento de las empresas de aviación, y cómo es que se haya privatizado el poder de policía y que el narcotráfico, los explosivos y el material biológico hayan quedado en manos de particulares, y cómo es que las valijas suban al avión sin pertenecer a ningún pasajero, y cómo es que las imágenes de las casi 200 cámaras que hay en Ezeiza se borran al mes, y cómo es que la empresa contratada por SW para controlar la seguridad de sus vuelos es, desde el 2001, propiedad del hijo de uno de los más salvajes torturadores de la ESMA, y cómo es que ese tipo dirigió la empresa encargada de la seguridad de los depósitos fiscales en Ezeiza, y cómo es que Víctor Dinamarca, agente del Servicio Penitenciario en la dictadura, tenía ligazón con otra agencia de seguridad que estaba a cargo de la seguridad de todo el aeropuerto; y cómo es que el personal de narcotráfico de todo el aeropuerto sea con suerte de 12 personas, y cómo es que si la Fuerza Aérea estaba al tanto de la investigación no lo haya informado al Ministerio de Defensa, y cómo es que el hijo del comodoro a cargo del aeropuerto haya hecho 50 viajes a España en los últimos meses, y cómo es que en la seguridad permaneciera gente de Yabrán y represores de la dictadura y cómo es que a los bebés no los trae la cigüeña.
Es el sistema, estúpido. A menos que se crea que es importante que el gobierno se enteró por los diarios. Si es cierto –y probablemente lo sea–, es peor todavía porque querría decir que las autoridades, en el mejor de los casos, son, con toda la furia, marionetas de lo propio que avalan, o de lo que son víctimas (de hecho, el ministro el Defensa avaló a la cabeza de la Fuerza Aérea y 48 horas después debió ubicar la lengua en ese lugar donde la espalda pierde su buen nombre y honor).
Es el sistema, estúpido. Es el mismo sistema desde el cual se “conoció” que el 54 por ciento de los argentinos gana menos de 700 pesos por mes, o el que entrega la imagen de esa lucha alcaponesca entre las bandas bonaerenses del PJ.
Es el sistema, estúpido, mientras tantos periotontos siguen preguntándose cómo puede ser que suceda Ezeiza.