EL PAíS
› JOAN SUBIRATS, CIENTISTA POLÍTICO CATALAN
“Nuevas sociedades donde crecen los conflictos”
Para el investigador catalán, el mundo entró en una etapa donde crece la autonomía individual, crecen las desigualdades y crecen las diversidades, por lo cual crecen los conflictos en sociedades que están más desarmadas que antes para ofrecerles respuesta.
Por Luis Bruschtein
“Los Estados nos han quedado pequeños ante los problemas que plantea el mercado global. Y al mismo tiempo han quedado grandes con relación a los problemas más específicos de la gente”, señala el cientista político catalán Joan Subirats, quien visitó la Argentina invitado por Flacso para ofrecer una serie de charlas. Si ese es el problema para los Estados, no estarían mejor los partidos políticos, que deben afrontar una cantidad de problemáticas puntuales que responden al proceso de diversificación de sociedades que antes podían ser visualizadas como mucho más homogéneas. “La democracia –agrega– es aceptada de manera universal, pero las personas están cada vez más disconformes con la calidad de esa democracia.” Para Subirats, se trata de una etapa de crisis para los Estados, los partidos políticos y los nuevos movimientos sociales que deben encontrar formas de articulación que permitan dar respuesta a las nuevas realidades.
–Cuando se habla de gobernabilidad, creo que es importante distinguir tres conceptos: gobierno, gobernabilidad y gobernanza. Este último término es la traducción al español del inglés government. Los tres conceptos tienen lógicas distintas. El concepto de gobierno es el más clásico: corresponde a la labor más institucionalizada, jerárquica, regulativa, que un ejecutivo hace en términos políticos. Gobernabilidad hace referencia a las capacidades de ejercer gobierno en una situación determinada en una sociedad determinada, de atender a una sobrecarga de demandas que existen en el seno de esa sociedad y la capacidad de dar respuesta a ella. En cambio, el concepto de gobernanza, desde mi punto de vista, es más adecuado para dar cuenta de los cambios que se están procesando en el ámbito político fruto de la globalización, porque intentan decir que ante esos cambios, es muy importante generar dinámicas de gobierno conjuntas de los actores públicos y los actores sociales ante problemas que no son de carácter solamente públicos sino que son de carácter colectivo. De alguna manera intenta implicar al conjunto de actores sociales en el proceso de gestión, de dinámicas y de problemas colectivos.
–Gobernabilidad es el término más usado en el discurso político, más orientado a evitar situaciones de descontrol...
–Gobernabilidad da una impresión más negativista como concepto, como decir cuáles son los límites de la gobernabilidad, cuando se está volviendo ingobernable una situación o un país. Por ejemplo se dice que hay poca gobernabilidad de la sociedad en un país determinado. El concepto de gobernanza apunta más a ver cómo generamos dinámicas de responsabilidad colectiva sobre problemas colectivos y cómo el gobierno es más habilitador y generador de hábitos de respuesta colectiva, que no sustitutivo, manipulador o simplemente utilizador de esas capacidades.
–¿Cómo juegan las ideas de consenso y conflicto o confrontación en ese marco conceptual?
–Juegan un papel muy importante. Yo diría que cada vez más deberíamos entender que el conflicto es un signo de vitalidad de nuestras sociedades y que las sociedades son más potentes, democráticas y más capaces cuanto más consiguen contener el conflicto. En cambio venimos de una lógica de evadir el conflicto. En ese punto, el conflicto es tanto más grave cuando se enquista y no hay capacidad de respuesta y se convierte en algo ingobernable, en el sentido de no gestionable. En muchas partes está instalada la idea de que las sociedades son mejores cuanto más consenso exista. Eso no nos lleva a ningún sitio porque esa actitud oscurece u oculta los conflictos que realmente existen en cuanto a cuál es el futuro de la sociedad, hacia dónde se dirige, por ejemplo, o sobre dilemas morales y políticos que hay detrás.
–Ese dilema surge con más fuerza en sociedades donde la brecha entre ricos y pobres es más profunda...
–Si aumenta la desigualdad, y se acentúa el proceso por el cual los que tienen, tienen mucho, y los más pobres tienen cada vez menos, las capacidades de trabajar, de gestionar en esa lógica del conflicto se hacen más difíciles porque constantemente está planteado el viejo tema de cómo se distribuye la riqueza. Pero creo que además en todo el mundo no se trata solamente de los problemas de desigualdad, sino también de los de la diversidad. Estamos entrando en una sociedad en la cual la autonomía individual crece, crecen las desigualdades, crecen las diversidades, por lo cual crecen los conflictos. En cambio, estamos menos armados que antes para resolver esos conflictos porque tenemos discontinuidades vitales, discontinuidades laborales, no tenemos agregados sociales como teníamos antes, o sea, la sociedad está más desordenada.
–¿Esta dificultad de la política para dar respuesta a los nuevos problemas trae aparejado el desprestigio que tienen los partidos políticos?
–Es lo que algunos describen como proceso de desafección democrática. Nunca en la historia de la humanidad hubo tanta democracia como la que hay ahora, nunca hubo tantos países que teóricamente mantienen las reglas democráticas. Pero por otro lado, la democracia nunca había tenido una crisis de legitimidad como la que hay ahora. La gente no está de acuerdo con la calidad de la democracia, con la manera de funcionar. Es decir, la democracia se ha convertido en un referente universal y a la gente le es difícil ver otra forma de gobierno que no sea la democrática, pero está muy a disgusto con la forma concreta como funciona esa democracia, con sus elites políticas, con sus formas de selección, con la distancia entre esas elites y lo que a la gente le preocupa. En una encuesta que hizo The Economist en países que tienen democracias más o menos nuevas, como las de América latina, demuestra que hay un descenso en la credibilidad de esas democracias, porque la gente se pregunta: “¿Para qué nos sirve si cada vez estamos peor?”.
–En los ’90 hubo una discusión sobre la importancia de que la política recuperara capacidad de decisión sobre los procesos económicos. ¿Es una discusión que aún no se saldó?
–Siempre menciono un hecho que a mí me pareció emblemático. Cuando el socialista Leonel Jospin era primer ministro de Francia, unos periodistas le preguntaron qué iba a hacer el gobierno francés ante el anuncio de la fábrica Michelin de que iba a despedir a cuatro mil trabajadores. Sus acciones en Bolsa habían subido un 16 por ciento. El balance de la empresa era mejor que el del año anterior. Y la respuesta de Jospin fue: no podemos hacer nada. Porque si hacían algo, la reacción de Michelin sería cerrar los centros de producción en Francia y abrirlos en otros países. Cuando la sociedad francesa escucha a su primer ministro decir que no puede hacer nada, muchos se habrán preguntado “¿y esta política de qué va? porque teóricamente nosotros escogemos a una gente para que se preocupe de problemas colectivos y cuando surge un problema que aparentemente forma parte discrecional del ámbito de gobierno, dicen que no pueden hacer nada ¿entonces para qué sirven los políticos?” Esta especie de contradicción se da cada vez más. El Estado se descarga de problemas porque dice que el mercado se ha desterritorializado, o sea la economía se ha desterritorializado. Pero el Estado sigue territorializado y entonces es incapaz de seguir el ritmo del mercado. Los problemas que afectan a la gente están provocados por esa situación pero el Estado es incapaz de darle respuesta. Ahí aparece evidentemente la crisis de la política.
–El otro problema es el surgimiento de esa diversidad que los sistemas políticos no son capaces de contener...
–Es un problema apasionante porque es creciente el fenómeno de diversificación social. Problemáticas que van surgiendo con niveles de autonomía muy distintos. Allí está un Estado que partió de la hipótesis de la homogeneidad interna entre sus ciudadanos y de su igualdad, que lo hacía potente porque lo convertía en el representante colectivo de esetodo, que era nadie, pero que reflejaba a todos y cada uno de los ciudadanos. El modelo francés es el más clásico. De repente ese “todos” se empieza a romper por razones culturales, étnicas, sociales, de todo tipo, relaciones de género, o de opciones sexuales. Entonces la reacción de ciertos estados es decir que ante esa diversificación la única respuesta es recomponer los viejos ideales republicanos, unitarios, y van a un callejón sin salida. La reacción francesa ante el tema de los velos de las mujeres islámicas fue muy a la defensiva y difícilmente podrá contener la marea de diversidad. Los ingleses han sido más inteligentes y por ejemplo han aceptado la presencia de los velos y de otros signos religiosos, siempre que mantengan los colores de la escuela. Es una forma de decir: “Aceptamos tu comunidad si tú aceptas que la escuela es un espacio público donde también tienes que tener reglas de juego”. Por ejemplo, a los de la secta sij, en Inglaterra les dejan usar turbante, pero no en el laboratorio de química porque se les puede incendiar. Entonces ponen por delante la integridad física a su opción religiosa. O les dicen: “Ustedes pueden llevar el turbante en las obras públicas y no el casco, pero la tela del turbante debe ser homologada por las autoridades laborales”. Esa visión inglesa más pragmática de acomodar situaciones de diversificación contrasta con la visión más rígida, ideológica, potente, republicana, de los franceses.
–¿Y cómo juegan los partidos políticos en esa situación donde se proyectan planteos tan diversos?
–Yo creo que juegan mal. Por un lado creo que son imprescindibles, pero ante esas situaciones tan complejas tienden a compactar, estructuran. A una situación tan compleja, tan dinámica, pretenden encerrarla en planteamientos programáticos, o en variables que reduzcan esa realidad a seis, siete u ocho planteos. Lo que pasa es que cada vez más, los partidos están más abocados a intentar transversalizar su grupo, porque al no existir esos conglomerados sociales más clásicos de la anterior etapa social, ahora se dirigen a un espacio más abierto. Por ejemplo el Partido Comunista de Cataluña ahora se llama Inciativa para Cataluña. Y en vez del color rojo, su bandera es ahora roja, verde y violeta. Porque intenta reflejar lógicas rojas, en el sentido de igualdad, de su tradición marxista; verde en el sentido de sustentabilidad ambiental y ecología, y violeta, de género o sexualidad. Entonces lo que pierde de identificación por parte de la clase obrera, que ya apenas si existe, lo gana en sectores profesionales que tienen problemas más morales, digamos, de modelo social. Esto hace que los partidos sean cada vez más maquinarias que se perciban con poca identidad y más como palancas de poder. Son muy necesarios, pero mal estructurados con relación a la realidad. Los nuevos movimientos sociales son más potentes porque normalmente reflejan preguntas específicas: ¿qué pasa con la vivienda? dicen los ocupas; ¿qué pasa con la deuda externa? Hay una visión más singularizada.
–En ese juego los movimientos sociales optan por los partidos que más se aproximan en cada momento a sus inquietudes...
–Claro, entonces lo más complicado y diría lo más necesario, sería encontrar partidos que hicieran de bisagra entre movimientos sociales e institucionalización. Porque si solamente son partidos-institución cada vez se separarán más de las dinámicas sociales que expresan a la gente. Esa capacidad de los partidos de hacer de bisagra es lo que está en juego y solamente algunos partidos lo están consiguiendo. Otros no, se ven como aparatos de mantenimiento del poder.
–Por lo menos en América latina, los partidos tradicionales, históricos se han quedado muy congelados...
–Me da la impresión de que aquí en América latina se expresan en formas más populistas, digo, como Chávez en Venezuela. O el movimientismo, ustedes aquí tienen también mucha experiencia. Este es un fenómeno que en Europa no está tan irradiado, pero es esa visión transversal. Pienso que aquí, el planteo por la distribución de la renta es un tema que amalgamamás esa diversidad. En Europa la diversificación se da más étnicamente, culturalmente, modelos familiares, etc. Allí el problema más relevante es lo que llamaríamos liberalismo de tipo 2. Si el liberalismo clásico reconocía nada más que derechos individuales, el nuevo liberalismo debería reconocer derechos individuales y derechos colectivos, por ejemplo aquellos que tengan que ver con opciones culturales, religiosas o étnicas. Y eso es complicado porque se generan ciudadanos con diversidades internas. En España se da con los inmigrantes pero también con las problemáticas propias de España. Por ejemplo, si un inmigrante llega a Barcelona y lleva sus hijos a la escuela, tendrá la educación en catalán. Porque esa no es una opción individual. Es una decisión como colectividad el reconocimiento de que la educación se dé siempre en catalán. Y el español es una segunda lengua. Es un derecho como colectividad que hemos asumido.
–Es como si las problemáticas que devienen de la economía y de esa diversidad hubieran excedido en muchos aspectos el marco de los gobiernos locales.
–En general la situación en Europa y el mundo exigiría procesos de abordaje de gobernación por encima de los Estados. Los Estados nos han quedado pequeños ante los problemas que plantea el mercado global. Y al mismo tiempo han quedado grandes en relación a los problemas más específicos de la gente. O sea que todo está en una situación aparentemente de conflicto. Es un proceso triple: pérdida de capacidades hacia arriba, pérdida de capacidades hacia abajo y presencia de más sectores sociales que piden más protagonismo y que no se sienten tan representados por los intereses generales que defienden los poderes públicos.
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