EL PAíS
› OPINION
Por qué ya no les creen
› Por Washington Uranga
La crisis no da espacio para la falta de definiciones y para el doble discurso. De poco vale que el Gobierno siga pregonando su preocupación por los pobres, por los trabajadores, que publicite el “derecho de inclusión social” (que si se cumpliera no alcanza ni siquiera para la sobrevivencia), si en realidad las únicas sensibilidades que demuestra la dirigencia es ante las presiones del poder, nacional o internacional. La insinuación de un banquero poderoso produce más efectos en el Gobierno que todas las manifestaciones populares o las quejas de los damnificados. Ni este gobierno, ni el anterior, ni los que lo precedieron han dado la más mínima muestra de sensibilidad frente a los problemas reales de la gente. No bastan los discursos patéticos que ya no conmueven a nadie. Los hechos ponen una y otra vez de manifiesto que sólo los organismos internacionales, los “patrones” del mundo, los banqueros o cualquier otro que efectivamente pueda ejercer presión desde una posición de poder puede mover la voluntad de quienes gobiernan. Es realmente patético que en medio de la gravedad de la crisis la mayoría de los dirigentes (no sólo políticos, sino empresarios, sindicales y de cualquier otro tipo) sigan aferrados a una única idea fija: salvarse ellos mismos. Los únicos gestos de la dirigencia local son hacia sus mandantes de ayer, que lo son de hoy y que, suponen, lo seguirán siendo en el futuro. No hay sensibilidad con el dolor y la desgracia de los que no comen, de los que no tienen techo o de quienes se sienten estafados porque les quitaron los únicos ahorros. Es mentira la preocupación que demuestran ante las cámaras. Son frases vacías, adornadas con argumentos presuntamente técnicos. El principal impedimento para cambiar el rumbo de los acontecimientos en la Argentina está en sus dirigentes y en los compromisos a los que están atados. Porque continúan fieles a sus “patrones”, porque están convencidos de que su mejor negocio sigue siendo estar del lado de los poderosos, de quienes deciden. Lo único que realmente ha cambiado es que las víctimas, los desocupados, los excluidos, la clase media en crisis, ya no les cree que todo lo hacen en “favor del pueblo”. No es verdad que no se pueda hacer nada distinto de lo que se está haciendo. Y es claro que la única preocupación que tienen estos dirigentes es seguir conservando sus privilegios, a cualquier precio. Eso es lo único que los sensibiliza. Todo lo demás es mentira.