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Fantasmas en el corralito
Por Raúl Dellatorre
Si el presidente Eduardo Duhalde había vuelto espantado de Europa por el clima que percibió con respecto a la Argentina, el panorama interno que lo esperaba no le habrá servido para reponerse rápidamente. Regresó decidido a impulsar el cumplimiento de los compromisos asumidos ante el FMI y, a juzgar por las repercusiones que obtuvo en el Congreso, no le fue nada mal. Deberá pulsear un poco más con los gobernadores provinciales, pero tal como dijo a un medio italiano antes de emprender el regreso, la resistencia podría quedar circunscripta a un puñado de provincias chicas. Incluso, el ministro Lavagna habría conseguido algún gesto de flexibilidad en materia de ajustes provinciales en el Fondo que le permitiría al Presidente acercar posiciones con los gobernadores.
Retuvo a Blejer por algún tiempo más en el Banco Central, lo cual le evitó un disgusto mayúsculo con el FMI. Pero el empuje que traía Duhalde chocó contra una pared cuando se encontró con el panorama del sistema financiero: con tres bancos caídos en la última semana y varios más en la lista, el diagnóstico coincidente que le arrimaron los expertos es que “la situación no da para más, si en cuestión de horas no hay una resolución para el corralito, el sistema empieza a desplomarse de a un banco por vez”. El ansiado acuerdo con el Fondo, en tal caso, llegaría demasiado tarde.
Tan dramática es la situación que tanto Blejer como Lavagna, protagonistas de una lucha titánica en las últimas semanas, resignaron mutuamente posiciones, ante la mirada contemplativa y condescendiente de los hasta hace poco durísimos referentes justicialistas en el Congreso. El titular del Banco Central aceptará la fórmula recomendada por Economía como salida del corralito, una receta que combina bonos optativos de largo plazo con otros títulos de mediano plazo que se utilizarían como fondo de financiación de exportaciones, de alto rendimiento y escaso riesgo de goteo (salida de fondos del sistema). También se permitiría el uso de plazos fijos reprogramados para la compra de bienes, aunque en forma enormemente más restrictiva que la prevista inicialmente por Economía. Aquí está el punto en el que cedió Lavagna: no tendrá un impacto reactivante como el que había soñado, pero tampoco se correrá el riesgo hiperinflacionario que le provocaba pesadillas a Blejer.
“Hay varios bancos dados vuelta, que si no se cierra el goteo del corralito en un par de días, no hay forma de sostenerlos”, confesó una alta fuente que suele circular tanto por los despachos del Palacio de Hacienda como por los de los más encumbrados legisladores nacionales. Hasta pocos días atrás, la perspectiva era que en tanto se siguiera postergando una definición, estaba “condenado a desaparecer un banco por semana”. Ayer las proyecciones habían empeorado, y ya se hablaba de “varios bancos en la cornisa”. La resolución al corralito, aseguran, no podrá pasar de este fin de semana.
“Cerrar el goteo” significa canjear los depósitos reprogramados por algún tipo de título atractivo para los ahorristas y despejar el riesgo de nuevos amparos contra las restricciones al retiro de dinero. A la vez, se hace necesario generar un régimen suficientemente restrictivo como para que el dinero no se fugue del sistema por los pliegues de las operaciones de compraventa. Es por ello que, por ejemplo, la idea de habilitar la compra de acciones en la Bolsa con fondos del corralito ya quedó prácticamente desechada.
Los legisladores justicialistas recibieron, en las últimas horas, informes igualmente alarmantes. “Si no hay una solución urgente al corralito, no hay tiempo para esperar un acuerdo con el Fondo”, era la conclusión que ayer se repetía en el Congreso. Duhalde acababa de llegar de Europa dispuesto a apretar el acelerador. Pero la crisis financiera había avanzado durante su corta ausencia, hasta amenazar llevarse a todos cargados en el capot.