EL PAíS › IDENTIFICAN EL CUERPO DE LEONIE DUQUET, UNA DE LAS MONJAS FRANCESAS DESAPARECIDAS
Cuando la verdad resiste a la impunidad
La religiosa estaba enterrada como NN en el cementerio de General Lavalle, donde fue sepultada durante la dictadura, luego de que su cuerpo apareciera en las playas bonaerenses. Es del grupo de Azucena Villaflor. Por este caso fue condenado en Francia Alfredo Astiz.
Por Victoria Ginzberg
El cuerpo de la religiosa francesa Léonie Duquet, secuestrada el 10 de diciembre de 1977, fue identificado por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Su cadáver estuvo sepultado como NN durante 28 años en el cementerio de General Lavalle junto con los de las tres madres de Plaza de Mayo cuyos restos ya fueron entregados a sus familiares. “La verdad salió a la luz. Necesitábamos este poco de justicia. Esto es importante para toda la gente que luchó, los que conocimos a Léonie, su familia y por tantos que dieron su vida en Argentina”, señaló Thérèse Logerot, quien fue compañera y superiora de las monjas francesas desaparecidas en Argentina que estuvieron cautivas en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).
El juez Horacio Cattani fue el encargado de hacer el anuncio público del hallazgo. “Esta mañana nos llegó la confirmación del estudio genético que establece que se identificó a Léonie Duquet y por lo tanto se procedió a ordenar la rectificación de su partida de defunción”, señaló ayer al mediodía el magistrado, acompañado por sus colegas Gabriel Cavallo, Eduardo Freiler, Martín Irurzun y Eduardo Luraschi.
“Es un día de agradecimiento y reconocimiento”, dijo Blandine Kreiss, encargada de negocios de la embajada francesa, que estaba presente cuando Cattani dio la noticia. La desaparición de Duquet y su compañera Alice Domon provocó durante años roces entre el gobierno argentino y el de Francia, que impulsó tanto en Buenos Aires como en París la investigación de los hechos (ver aparte). “Argentina tiene una gran deuda con Francia”, reconoció Horacio Méndez Carreras, durante años representante de las familias de las religiosas y actualmente encargado del área de derechos humanos de la Cancillería, que estuvo en tribunales en su “doble rol” de funcionario y abogado. Méndez Carreras hizo hincapié en la responsabilidad del represor Alfredo Astiz en el secuestro de Duquet: “El quería borrar toda huella que lo uniera con los secuestros en la iglesia de Santa Cruz, que ya estaba teniendo mucha repercusión”, afirmó.
Duquet fue secuestrada el 10 de diciembre de 1977, dos días después de que la Marina se llevara a un grupo de familiares de desaparecidos y a Domon de la puerta de la iglesia de Santa Cruz, donde estaban reunidos para preparar una solicitada que saldría en el diario La Nación. El mismo día que fue detenida Duquet desapareció Azucena Villaflor, fundadora de las Madres de Plaza de Mayo. Estas personas, doce en total, fueron apresadas a partir de un operativo de infiltración realizado por Astiz, que se hizo pasar por el hermano de un desaparecido para acercarse a las Madres.
El “Angel Rubio”, actualmente detenido en una base naval de Zárate y sometido a un tratamiento para tratar de paliar un cáncer, fue condenado en ausencia en Francia a cadena perpetua por el secuestro y asesinato de las religiosas. “La identificación de Léonie no cambia la condena contra Astiz. Vamos a seguir pidiendo su extradición”, aseguró desde París Sophie Thonon, abogada de los familiares de las monjas.
El cuerpo de Duquet fue exhumado en enero de este año por el EAAF en el cementerio de General Lavalle junto con otros seis cadáveres. Tres pertenecen a las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor de De Vicenti, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco. Los estudios genéticos habrían descartado que dos de los cuerpos recuperados fueran del grupo de familiares de desaparecidos secuestrados en diciembre de 1977. El séptimo sí pertenece a una de las personas detenidas en la Santa Cruz. Aunque no se informó oficialmente, es de Angela Aguad, cuya huella dactiloscópica hallada entre los papeles de un archivo de la policía bonaerense fue el primer indicio que permitió llegar a los restos de las madres y la monja francesa.
Los cadáveres ahora recuperados habían sido encontrados en las costas de San Bernardo y Santa Teresita entre diciembre de 1977 y enero de 1978 y fueron enterrados como NN en General Lavalle. La identificación de la religiosa fue posible porque el sobrino materno de Duquet, Michel Jeannigros, mandó una muestra de sangre desde Francia.
Al igual que lo ocurrido con las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, el análisis antropológico forense determinó que la causa de las fracturas que tenía Duquet en sus huesos largos era compatible con “las que son habituales observar como producto de una caída de un cuerpo desde cierta altura y su impacto contra un elemento sólido”. Este hecho, que confirma que la mujer fue arrojada al mar desde uno de los “vuelos de la muerte”, ya había sido advertido por los médicos de la policía que realizaron la primera autopsia en 1978.
Duquet y Domon pertenecían a la congregación de las Hermanas de las Misiones Extranjeras. La primera llegó a Buenos Aires en 1949 y la segunda en 1966. Léonie enseñaba catequesis en el colegio Sagrado Corazón, en Morón, y colaboraba en la capilla de su barrio, San Pablo. Antes había recorrido el interior del país y trabajado con comunidades indígenas y campesinas. Alice se había volcado de lleno al trabajo social con los habitantes de las villas miseria. En 1971 se instaló en Corrientes para apoyar la formación de las Ligas Agrarias. Cuando los militares se hicieron con el poder, sus amigos y conocidos empezaron a desaparecer. La religiosa viajó a Buenos Aires para reclamar por ellos y de esta forma se conectó con las Madres de Plaza de Mayo. Se hospedaba con Léonie en Morón y, así, su compañera también se vinculó con el incipiente movimiento de derechos humanos que se organizaba en el país.
El paso de las monjas por la Escuela de Mecánica de la Armada está documentado por numerosos testimonios de sobrevivientes de ese centro clandestino de detención. “El 8 de diciembre (de 1977) sentimos entrar en el sótano a todo el grupo de la Santa Cruz. A nosotros (los otros detenidos) nos encerraron pero sabíamos que los traían y escuchamos el ruido de las cadenas. Sabíamos de la infiltración de Astiz porque ellos mismos lo contaban”, narró a Página/12 Graciela Daleo. Dos o tres días después, cuando fue a lavar los platos, la mujer se encontró con una señora mayor con signos de haber sido maltratada. Estaba sentada y encapuchada. Se acercó, la abrazó y le preguntó si necesitaba algo. “Un café”, respondió. En ese momento un guardia se interpuso y con un grito le ordenó a Daleo que saliera del lugar. Luego le informó que la señora era una de las monjas del grupo de la Santa Cruz. Era Léonie.
La Armada se empeñó en negar esos secuestros, de los que se hacía demasiado eco la comunidad internacional. En un intento por despejar las sospechas evidentes, los subordinados de Emilio Eduardo Massera ordenaron a un detenido sacar una foto de las religiosas en el sótano de la ESMA con una bandera con la leyenda Montoneros de fondo. A Domon le obligaron a escribir una carta en la que decía que la había secuestrado “un grupo disidente del gobierno de Videla”.
Por esos días los detenidos de la ESMA también se enteraron del “traslado” (asesinato) del grupo secuestrado en la Santa Cruz. “Los oficiales, entre los que estaba Héctor Febres, volvieron con las botas embarradas. Decían que habían encontrado un buen lugar para dejar `los bultos`. Nosotros dedujimos que se las habían llevado en una lancha, que no había sido un vuelo”, recordó Daleo. Ahora se sabe con certeza de qué hablaban los represores cuando se referían a Domon y Duquet como “las monjitas voladoras”.
“Los políticos y militares de la época mentían y manchaban el nombre de Léonie y Alice. Decían que se habían ido a México a ejercer la prostitución, como dijo el ministro del Interior Albano Harguindeguy. Astiz fue condenado en ausencia en Francia y no creo que Argentina lo entregue al gobierno francés. Pero si lo juzgan y lo dejan preso sería aún más importante que entregarlo a otro país. Es la mejor forma de justicia y enseñanza, fortalece la memoria para que no se repita la historia”, afirmó la superiora Logerot, desde las afueras de Toulouse.