Lunes, 16 de abril de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
Una pregunta surca hoy con mucha intensidad el universo político argentino, por fuera de los pocos preocupados acerca del destino electoral inminente.
¿Cómo es posible que el malhumor social o sectorial se exprese en algunos de los territorios más ricos y privilegiados del país, incluida la provincia del propio Presidente? Las respuestas que se presentan como habituales son pobres, muy pobres. Porque se basan en ventajerismos electoralistas, en miradas cortas ligadas a características personales de los protagonistas nacionales y provinciales, en observaciones periodísticas atadas al contrabando ideológico-comercial de cada medio de comunicación.
El domingo pasado, con la firma de la colega Alejandra Dandan, este diario publicó una notable entrevista a Norma Giarraca, directora de la maestría de investigación de la UBA, coordinadora del grupo de estudios rurales de Flacso, del instituto Gino Germani y especialista en estudios de movimientos sociales y rurales. Detengámonos muy atentamente en el cuerpo central de sus consideraciones: “El modelo de los noventa, que se presentaba como la única salida, se cayó en 2001. (...) Esa posibilidad de salida única, la cuestión de la resignación, es el dispositivo que se rompió en el 2001. No es que se rompió el modelo, lo que se rompió es el dispositivo ideológico comunicacional. Ahora no le podés decir a la gente que no se puede repartir. Todos los días se habla de crecimiento del 8 por ciento, del aumento del precio del barril de petróleo. (...) El nuevo modelo económico de ‘agronegocios’ globales es altamente inestable por los vaivenes del mercado externo. (...) Hay una cosa engañosa al pensar que tienen una vocación política distinta a los ’80. (...) Como el agronegocio es absolutamente inestable, saben que tienen reservas para hoy pero no saben lo que van a tener para mañana. Por eso no quieren comprometer sus ingresos en una política de redistribución. (...) Si antes en la industria del automotor se necesitaban obreros con sueldos altos para consumir los coches, hoy el modelo del oro de las minas, de la soja o de la pasta de papel plantea que venden al mercado externo. (Los modelos más brutales serían) Neuquén y Romero; no nos olvidemos de Salta. Ellos comparten esto con el modelo nacional, pero piensan que si no hay consenso y sí hay protesta, hay que reprimir con todo. No es casual que junto con Macri y Blumberg compartan el mismo discurso de reprimir de una vez para que esto termine. Ahí sí hay una diferencia, Kirchner judicializó la protesta pero no quiere represión”.
Uno anda con ganas de decir que es la única diferencia, y ni siquiera se anima a asegurar que Kirchner no mandaría a reprimir si el contexto político fuese otro (de hecho, sus andanzas como gobernador de Santa Cruz no son, precisamente, las de una carmelita descalza; y basta con eso, porque también se podría tomar nota de que Río Gallegos es telecomandada desde Balcarce 50, y convengamos que entre la situación de los docentes santacruceños y los neuquinos lo que acaba de marcar la diferencia es un asesinado. Nada más y nada menos, o nada menos y nada más).
Ya está dicho que el modelo económico de la rata, en lo que hace a cómo se distribuye la riqueza o cómo se reparte la recuperación post 2001/2002, no sufrió modificaciones. Hay una clase privilegiada que continúa apropiándose de la parte mayor de la torta en proporciones que, inclusive, son superiores al tiempo menemista. En ese sentido, lo único que cambió fueron los actores de esa clase. De los grupos de la privatización a los agronegocios, como señala Giarraca.
Esos son los sectores que se comen al pato de la boda –ayer los negocios financieros, hoy la especulación productiva– y que gozan, apenas por ejemplo, de beneficios impositivos inconcebibles en cualquiera de los países desarrollados a que rinden tributo en sus discursos pretendidamente ideológicos. Pero: ¿la sociedad argentina se banca que se afecten las ganancias de esos octópodos concentrados de la economía, a costa de que desaten una ofensiva brutal? Se cuestionan, con toda lógica, los ridículos índices del Indek, pero, ¿estamos dispuestos a recibir la noticia de los índices reales, siendo que los oficiales construyen un imaginario colectivo de estabilidad? ¿O nos parece mejor apechugar porque no hay otra cosa que pudiera hacerse? Bastó un docente asesinado en una provincia patagónica, empalmado temporalmente con las discusiones paritarias, para que algunos medios comiencen ya a hablar de que una situación así estimula las peores ínfulas de los reclamos salariales, capaces de “avivar la inflación” como si la inflación no estuviese avivada por el comportamiento monopólico o concentrado de la economía. Como si no fuera cristalino cuáles son los nombres de quienes hacen escasear la carne o los lácteos. Imaginemos lo que sería la reacción si el Gobierno fugase hacia la izquierda, afectando las ganancias de esos sectores y aceptando por un segundo que el kirchnerismo estuviese operativamente dispuesto a hacerlo. ¿Es primero Kirchner que no se anima (no hay duda de eso: no se anima, o no quiere) o somos nosotros que no queremos ni por asomo que lo haga? Imaginemos. Kirchner es hoy el conductor de aquello que las clases medias tienen como aspiración. Y las clases medias son las que fijan el espíritu mediático, como reflejo del humor que domina. Esos sectores quieren hoy tranquilidad, en medio de turbulencias que otro no manejaría mejor. Por caso, todos sabemos que la inflación no es la que se dice. Pero hay miedo de que fuese peor en manos de cualquier oposición.
En alguna y sensible medida, es parecido a los comienzos de los ’90 sin que esto signifique comparar a Kirchner con la rata. Pero hay analogía entre aquel “esto es lo que hay”, de entonces y ahora. La diferencia, por volver a citar a Giarraca, es que entonces había la extorsión de “esto o el caos” y ahora hay un discurso de recuperación y plata que sobra. El discurso de la rata servía para contener, en función de la etapa internacional que se vivía, y el de Kirchner estimula que los reclamos populares se incrementen por más que electoralmente esté tranquilo gracias a la ausencia absoluta de alternativas.
Si ese discurso es sincero, el Gobierno se tiene que hacer cargo de repartir de otra manera. Y si no, se tiene que hacer cargo de los Fuentealba por mucho que a los represores de primera mano haya que encontrarlos en las provincias.
Es una de dos.
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