Sábado, 29 de septiembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
En el escenario iraní, el presidente Mahmud Ahmadinejad es el radical y el religioso Rafsanjani, el moderado. Algunas de las posiciones más duras del presidente –sus declaraciones negando el Holocausto, las repetidas invocaciones a la destrucción de Israel y la dura puja con las potencias europeas y Estados Unidos por el desarrollo de tecnología nuclear– redujeron el espectro de alianzas internacionales de la República Islámica de Irán. Este aislamiento debilitó la situación interna de Ahmadinejad y promovió a Rafsanjani a un lugar de mucha influencia en el esquema político iraní. Paradójicamente, aunque Ahmadinejad es el que recibe la exhortación para colaborar en la investigación del atentado a la AMIA, o sea el que de alguna manera paga el costo político, es Rafsanjani quien aparece involucrado en la investigación del fiscal Nissman, porque era presidente cuando se produjo el atentado.
Es lógico que tras el fiasco de la investigación del juez Juan José Galeano, que terminó con la libertad de los que supuestamente integraban la llamada “conexión argentina” del atentado, también se produzcan dudas sobre esta etapa de la investigación de la llamada pista iraní. Porque además del insólito encubrimiento que se produjo durante el menemismo, en el atentado a la AMIA, en su investigación y en todo lo que se ha producido a su alrededor, se han tejido intereses políticos de todos los colores, no solamente argentinos, sino también del Medio Oriente, desde el Estado de Israel, hasta el mismo Irán y también los Estados Unidos.
Para llegar a la verdad y procurar justicia para las víctimas del atentado habría que desbrozar esa maraña de intereses que juegan en un escenario que excede en mucho a la Argentina. Pero abandonar la investigación por el peso de esos intereses sería consagrar la impunidad de los asesinos.
Si se pusiera este conflicto en el terreno de las buenas intenciones, el resultado, incluso, sería el mismo que el de ahora. Irán no podría nunca arriesgarse a abrir las puertas a la investigación en un momento en que está muy asediada por Estados Unidos, en confrontación con los países europeos y con pocos aliados en el mundo árabe. Y la negativa de Irán obliga a la parte argentina a exponer esa reticencia en el plano internacional, más allá de las dudas que puedan existir y que solamente podrían esclarecerse en un proceso transparente. Sin embargo, la negativa de Irán a colaborar con la investigación, formulada en términos muy políticos, tampoco implica su culpabilidad, porque en la situación en la que se encuentra es muy poco el margen que tiene para hacer otra cosa. Sin embargo, podría aprovechar el hecho de que la exhortación se haya formulado en el marco de la ONU, para pedir, en todo caso, la fiscalización jurídica internacional del proceso. Lo que no se puede hacer nunca es abandonar la investigación y la búsqueda de justicia y de castigo a los responsables, lo que es más importante que cualquiera de los intereses políticos que están en juego.
El discurso de Kirchner en la ONU hizo equilibrio así entre un reclamo que trató de aparecer limpio de las connotaciones políticas que provocó la presencia de Ahmadinejad en Estados Unidos, y las críticas más conocidas al FMI, a la estructura del Consejo de Seguridad, a las relaciones comerciales desiguales que plantean los países desarrollados, la reivindicación de los derechos humanos y una fuerte protesta por las intenciones de Gran Bretaña de reclamar una zona de la plataforma submarina que rodea a las Malvinas. Y al mismo tiempo, como si fuera un discurso de cierre de su mandato, exhibió las cifras macro económicas y sociales de su paso por la presidencia, las que fueron repetidas hasta el cansancio durante toda la gira de siete días. Las cifras de crecimiento continuo a más del 8 por ciento del PBI, y las de disminución de la pobreza y el desempleo y crecimiento de la industria, aun cuando se le incorporen todas las correcciones que se plantean a los índices oficiales del Indec, resultan muy poderosas y prácticamente no hay países que puedan mostrar modificaciones tan grandes en cuatro o cinco años. Este recitado se convirtió en una especie de Biblia que fue repetida por el Presidente y su esposa en todos los foros y reuniones en los que participaron, buscando de alguna manera inversiones, pero también la construcción de una imagen internacional de díscolos pero eficientes.
En las reuniones con empresarios, en el Consejo de las Américas, con los demócratas de Bill Clinton o con los banqueros más duros que estuvieron en el almuerzo de la Reserva Federal de Nueva York, este discurso es recibido de entrada con dudas y recelos y sólo es aceptado cuando surgen los índices altamente favorables. Sin embargo, en estas reuniones aparecieron también en forma reiterada menciones al control de precios, a los subsidios, a los límites de la capacidad energética y a la puja salarial. En Estados Unidos, el canon liberal ortodoxo de la economía no cambió, aquí no tuvieron una crisis 2001-2002, y serían mucho más reticentes si los índices no fueran tan fuertes. La pareja presidencial insistió en sus discursos que “hay que mantener las posibilidades abiertas y no aferrarse a un solo modelo, porque todo cambia”. Aquí en Estados Unidos son pocos los que podrían pensar así. Y lo que genera la apertura no es una actitud teórica sino el interés por las cifras de la economía, que son mejores que las de México, Brasil o Chile, aunque las inversiones todavía los prefieren a ellos.
El mensaje del crecimiento económico fue acompañado por otro de continuidad. De alguna manera así estuvo planteada esta gira con una alternancia entre el presidente Kirchner saliente y la potencial futura presidenta Kirchner entrante. La división de tareas apuntó a mostrar, por un lado una candidata con vida propia, no dependiente del capital político de su esposo, pero al mismo tiempo continuadora de las políticas impulsadas en estos cuatro años.
Otro tema que apareció como una especie de espina y muletilla en casi todas las actividades fue la relación de Kirchner con el presidente venezolano Hugo Chávez, al que los norteamericanos asimilan como una especie de Ahmadinejad latino de tipo contagioso. También es una lucecita roja que se les prende a los empresarios y políticos norteamericanos. Para el sector más conservador de este país, ese factor vale sin más para desautorizar a la pareja presidencial, sin llegar a equipararlos con Chávez, pero dándoles un lugar en el jardín de exotismos latinoamericanos imprevisibles y folklóricos, como lo reflejó el artículo sobre Cristina Kirchner en el The New York Times.
Los menos recalcitrantes encuentran en el discurso de los Kirchner la posibilidad de un puente entre la poderosa economía del Norte y los gobiernos más díscolos de América latina, como también lo demostró el artículo sobre la candidata presidencial argentina en la revista Time.
Las críticas a la administración de George Bush fueron en esta gira más abiertas, con nombre y apellido. La estrategia del kirchnerismo fue buscar más sintonía con los demócratas que hasta ahora son los más favorecidos para las elecciones presidenciales norteamericanas del año que viene. Algunas referencias de Cristina Kirchner en el discurso en el Consejo de las Américas sobre el déficit fiscal norteamericano y luego la repetición de esa idea por Néstor Kirchner en la “Iniciativa Clinton”, prácticamente sonaron como discursos de campaña a favor de los Clinton. El ex presidente norteamericano mantiene una alta imagen positiva y su esposa Hillary se encuentra al frente de las encuestas en la carrera presidencial. Más de una vez hubo similitudes y comparaciones que se remarcaron en la gira, sin contar la reunión privada con Bill Clinton y luego la exposición del Presidente en el Foro que preside el ex mandatario.
Finalmente, a poco más de un mes de la elección presidencial de octubre, resulta indiscutible que la gira fue diseñada además como parte de la campaña. Sacó a Cristina Kirchner del debate con los demás competidores y le dio un foro donde se pudo explayar a gusto, pese a que el contacto con los periodistas fue prácticamente nulo. La actitud se deslizó entre relacionarse como si ya fuera presidenta electa –en varias de las reuniones fue felicitada o anunciada en ese sentido– y la de mostrar que se ganó esa posición por esfuerzo propio. No hubo una candidata que, aunque más no sea por una formalidad, trata de mostrar que está disputando el voto, sino una candidata que ya se da por ganadora.
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