EL PAíS › EL GOBIERNO ASEGURA QUE NO HABRA BALLOTTAGE
Kirchner da por hecho el triunfo de Cristina y la llegada de un gobierno “más amplio y progresista” que el suyo. Promete colaborar con el armado de un frente de centroizquierda que trascienda al peronismo.
› Por Diego Schurman
Néstor Kirchner ensaya un ademán de satisfacción.
–La verdad es que con el 40,1 por ciento de los votos yo ya soy feliz, eh –dice el Presidente.
Son las nueve de la noche del viernes y en sus manos descansa un sondeo de Opinión Autenticada, una de las consultoras que no trabajan para el Gobierno. El estudio confirma sin ningún tipo de cabildeos el triunfo de Cristina Fernández en primera vuelta.
A una semana de los comicios, ya no hay encuestas que planteen un escenario de ballottage. Aunque las seis hojitas del trabajo ajeno a la Rosada evidentemente terminaron de tranquilizar las aguas.
–Dice que ganás en primera vuelta, ya está –se entusiasma Alberto Fernández desde el celular. Del otro lado, la candidata calma su ansiedad preguntándole al jefe de Gabinete los detalle del sondeo elaborado en la última semana.
El orden se repite. A más de 20 puntos aparece Elisa Carrió, tercero Roberto Lavagna y cuarto Alberto Rodríguez Saá. El quinto lugar lo disputan Ricardo López Murphy y Jorge Sobisch.
Kirchner ve un sesgo de derecha en todo el entramado opositor. Admite que no es el caso de Pino Solanas –amén de los tradicionales partidos de izquierda– pero considera que el cineasta a lo sumo obtendrá un voto testimonial. Con Carrió, en cambio, no tiene semejante condescendencia. Y la chicanea como “la nueva López Murphy”, por un supuesto techo de adhesiones. El mandatario es inclemente con la líder de la Coalición Cívica. Esta semana la Rosada hizo saber sigilosamente el contenido de un texto del foro de oficiales superiores retirados de la Fuerza Aérea que circula por mail. ¿El propósito? Exhibir, en un ardid de campaña, que Lilita cuenta con el apoyo de sectores reaccionarios de la sociedad.
“Podemos decirles quiénes a nuestro juicio, por sus plataformas políticas, serían los candidatos que más se aproximan a los gobernantes que desearíamos para lograr el país que aspiramos. Hablamos de Sobisch, Rodríguez Saá, Lavagna y Carrió (...). Sugerimos, pedimos, proponemos, unámonos votando para presidente al candidato (sólo entre los mencionados) que más posibilidades tenga de salir segundo para disputar la segunda vuelta”, dice el correo distribuido entre la “familia militar”. En las filas de la Coalición Cívica contraatacan destacando hombres de acervo menemista, entre ellos intendentes, que no opusieron reparos al indulto o la obediencia debida y el punto final y que hoy son parte del universo K.
Lógicamente, la oposición no sólo ve en el ballottage un excelente vehículo para desplazar al kirchnerismo sino también para condicionar un eventual gobierno de Cristina, si es que se impone en una segunda vuelta. El Presidente prefiere abordar ambos escenarios con lenguaje cáustico. “El ballottage es el principio del fin”, dice seguro de que ese acotamiento redundaría en un gobierno débil, con la sociedad fragmentada, y no en otro más democrático.
Los porteños
En el bolsillo derecho del blazer azul, doblado en cuatro, Kirchner guarda un papel ajado con su propio pronóstico electoral. No aparecen allí únicamente los porcentajes sino también los votos efectivos que vaticina para su mujer en cada provincia. Los repasa con una obsesividad extrema. Esos números caseros son decididamente favorables, aunque admiten cierta actitud inmisericorde de los porteños hacia Cristina y un sensible desdén de los cordobeses.
El desaguisado político en el distrito mediterráneo llevó a los dos candidatos K a confrontar con la Rosada. Cristina busca enmendar la relación con aquel electorado. ¿Cómo? No va a transpolar hacia Juan Schiaretti el recelo que mantiene con José Manuel de la Sota y buscará recuperar el encolumnamiento del juecismo amén de lo que haga el propio Luis Juez.
La reunión que esta semana mantuvo con Daniel Giacomino transita en ese sentido. El intendente electo dijo acompañarla por convicción y recibió una reprimenda de su socio político. “Cambió la honorabilidad por la billetera”, lo acusó Juez sintiéndose víctima de una perfidia.
En privado, Giacomino le dio a la discusión el mismo encuadre de crisis de pareja. “Yo estoy en este espacio desde siempre. En cambio, Juez no vino a mi lanzamiento porque en ese momento tenía otro candidato (en alusión al Pichi Campana)”, recordó ante la primera dama, no obstante lo cual mantuvo su certeza que de que a su ¿ex socio político? le robaron la elección.
Con el ábaco oficial, Kirchner también hace cuentas en la Capital, un distrito históricamente adverso. Esta vez el sondeo es del Ceop, consultora contratada por el Gobierno. Allí Cristina obtiene el 29,5 por ciento de intención de votos, Carrió el 20,1; Lavagna el 16,2; Rodríguez Saá el 6,3; López Murphy 3,7 y Solanas 2,9.
Como se ve, el sufragio a Mauricio Macri en la última elección a jefe de Gobierno no lo absorberá ningún candidato en particular sino que se redistribuirá entre las distintas opciones, incluso la del kirchnerista Frente para la Victoria.
Aunque figura primera, Cristina no logra cautivar a los capitalinos y de eso fue testigo Fernando Braga Menéndez en sus focus group. El publicitario escuchó una y otra vez cómo diversos exponentes de clase media despotricaron contra la distancia, la frialdad y hasta el rimel de la primera dama. Nadie cuestionó el modelo económico, sí en cambio las giras de la candidata por el exterior.
Para Kirchner el electorado porteño es insondable. Pero se muestra convencido de que la senadora lo terminará seduciendo con un “gobierno progresista, más abierto y transversal” que el actual. A la pregunta de por qué no lo hizo él, admite que su esposa tiene mayor autonomía y decisión como para escapar al cepo que le impone su historia dentro del justicialismo.
Kirchner gusta mostrarse despojado y sin avidez de poder, aunque eso contradiga las charreteras que fue sumando desde la intendencia de Río Gallegos hasta la presidencia de la Nación. Incluso confía que lo midieron para volver a la gobernación de Santa Cruz pero que fue un capricho ajeno y no propio.
“Me daba el 95 por ciento de intención de votos. Un 66 por ciento decía que me admiraba, y el resto pensaba que era el único hijo de puta que podía gobernar esa provincia”, dicen que fue su jocoso análisis sobre el resultado del sondeo. Lo cierto es que en esa conflictiva tierra patagónica apostó por la continuidad de Daniel Peralta y preservó a su hermana Alicia para el Ministerio de Desarrollo Social.
¿Su futuro? Insiste en convertirse, desde la Fundación Calafate, en el armador de un frente de centroizquierda parar apuntalar “sin perturbar” la marcha del futuro gobierno, si es el de Cristina, claro. Por omisión, abandona toda posibilidad de convertirse en el presidente del justicialismo.
Asignaturas pendientes
Kirchner es capaz de decir de memoria todos y cada uno de los logros del Gobierno, que el propio presidente reconoce insuficientes para llegar al ideal. Fueron, en la concepción kirchneristas, los necesarios para pasar del infierno a las puertas del purgatorio, o para estar más cerca –otra vez, según la terminología oficial– de un país normal. La política comunicacional del gobierno explota esa idea en un nuevo aviso publicitario. (Ver recuadro.)
El mandatario se vuelve algo más reticente al abordar las asignaturas pendientes. Peor aún, saca un florete y se presenta como un avieso espadachín para defender las reformas en el Indec. Lo hace desde la política, alertando con incomprobables movidas conspirativas de Lavagna para generar la idea de inflación, y desde la más cruda de las praxis, relatando cómo el precio de los tomates volvió a la normalidad una vez que se liberaron 22 mil cajones retenidos. En este último caso, deberá convencer a las amas de casa de que lo que vieron en el supermercado era una maldad supina del circuito comercial.
El Gobierno ya ordenó informar que la solución al Indec llegará entre noviembre y enero, obviamente cuando las elecciones sean un recuerdo cercano. En esa afirmación, junto a la comisión creada ad hoc, va implícito un reconocimiento a la existencia del problema.
No obstante, en la Rosada consideran que los alertas de inflación son un peregrino engaño. Kirchner azuza por estos días un informe reservado, con fecha del 10 de octubre, de la gerencia de análisis macroeconómico del Banco Central. Se trata de un relevamiento de expectativas de mercado que Martín Redrado realiza entre las principales consultoras económicas, y este incluye a las menos amigables con las política oficiales. En ese paper el cálculo de la inflación del año en curso es de 8,5 por ciento, mientras que el de los próximos 12 meses es del 10,6.
El Gobierno se esperanza con la llegada de un inminente dictamen judicial que niegue coimas y sobreprecios en Skanska, donde están involucrados dos funcionarios ligados al ministro de Planificación, Julio De Vido. Por las ramificaciones, el caso será difícil de ocultar, aunque las partidas del juez Guillermo Montenegro y el fiscal Carlos Stornelli –-incursionarán en política de la mano de Macri y Daniel Scioli, respectivamente– podrían entorpecer las investigaciones.
Nada nuevo ha dicho la Justicia en estos días sobre las valijas de petrodólares que viajaron con el ex funcionario K, Claudio Uberti, desde Venezuela, como nada nuevo ha manifestado Kirchner sobre la bolsa de dinero encontrada en el baño de Felisa Miceli. En la Rosada dicen que el aprecio que el mandatario mostraba por la ex ministra de Economía va cediendo con el correr de los días ante la imposibilidad de la ex funcionaria de explicar tanto el origen como el destino de los billetes. Quienes hablan por Kirchner buscan ponerlo a resguardo, ya que al resaltar su desazón y sorpresa lo distancian decididamente del episodio.
Sabiéndolo un caballito de batalla de la derecha, el Gobierno hizo barullo sobe el tema de la seguridad únicamente en aquellos días en que Juan Carlos Blumberg movía multitudes. Después se manejó con bajo perfil o desidia, según sea la versión oficial o la opositora.
Nada indica, de todos modos, que el asesinato a sangre fría de los tres policías en un destacamento de La Plata tuviera que ver con lo que el común de la gente menciona como inseguridad. Aníbal Fernández habla lisa y llanamente de “ataque mafioso”. El ministro del Interior se preguntaba por qué se encontraron más vainas que balas dentro del lugar, por qué ese mix de tiros y puñaladas, por qué los atacantes actuaron con guantes, por qué, siendo una dependencia policial, recién se supo de lo sucedido con el cambio de guardia.
“Es otro caso Prellezo”, le dijo Kirchner, recordando a aquel policía acusado del asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas. El Presidente sospecha de un golpe a la política de seguridad y derechos humanos del gobierno. Por eso no trepida en imaginar la presencia de mano de obra desocupada y de zonas liberadas.
Rápidamente Eduardo Duhalde emitió un comunicado para estrechar filas con el gobierno bonaerense y solidarizarse con los familiares de las víctimas. Sabe que no son pocos que lo evocan cuando suceden hechos de esta envergadura.
La noticia del triple crimen fue suficientemente pesada como para horadar la sonrisa de Kirchner justo el mismo día en que Diego Maradona prometía ponerle el voto a Cristina y las encuestas descartaban un ballottage.
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