EL PAíS • SUBNOTA
Si Néstor Kirchner cumple su propósito de trabajar para armar un frente de centroizquierda, debe saber de antemano que no es una tarea sencilla. Muestra de ello fue lo sucedido hace una semana en el Hotel Panamericano, donde ciertos vedettismos y especulaciones políticas forzaron la ausencia de Carlos “Chacho” Alvarez, una de las figuras promocionadas de la jornada.
Alvarez terminó llamando a la Casa Rosada quejoso porque alguien había vendido mediáticamente el seminario como su reingreso en la política vernácula. En rigor, el ex vicepresidente de la Alianza temía quedar sometido al desgaste de dar explicaciones de por qué había abandonado la puja electoral. Hubo tironeos, por un lado, entre los socialistas y funcionarios nacionales Jorge Rivas y Jorge Giles –quienes discutían si debían participar dirigentes justicialistas en el encuentro– y, por otro, entre el también socialista Oscar González y mano derecha de Chacho, José Vitar. Este último fue el encargado de explicar a propios y extraños el faltazo de Alvarez, quien, vale decirlo, gritaba a los cuatro vientos su bronca porque no habían invitado al seminario al asesor de Lula en temas internacionales, Marco Aurelio.
Hubo, también, quienes pugnaron por invitar al ex jefe de Gobierno porteño Aníbal Ibarra –como el caso de la candidata de Diálogo por Buenos Aires, Susana Rinaldi– y los que hacían fuerza para evitar su presencia. En medio de tantos cortocircuitos, hasta la titular del PAMI, Graciela Ocaña, terminó tensionando con la Casa Rosada y pegó el faltazo.
Al final, la foto de Cristina Kirchner con la socialista chilena Isabel Allende, la invitada estrella de esa tarde, logró disimular lo que se presentaba como una guerra de cartel.
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