EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
A diferencia de otros tiempos, las peripecias de los encuentros entre funcionarios del Ejecutivo y la Mesa de Enlace ya no monopolizan la atención de los canales de noticias o de los informativos nocturnos. La inseguridad, un pibe de 10 años que es un capo al ajedrez, el adelantamiento de las elecciones y las borracheras de San Patricio compiten en paridad. Ahora no dividen la pantalla en dos para mostrar en paralelo a ambos sectores. Paradoja sólo aparente: el perjudicado es el Gobierno al que se le concede mucho menos espacio-tiempo que a las gremiales rurales. Son signos que quizá algo expresen, acerca del interés del espectador.
Lo más visible es remanido: la cara de frustración de los líderes ruralistas, ensayada desde horas antes, en los aprontes televisados. Nadie puede sorprenderse, pues, con el descontento. Tampoco con la falta de tratamiento de “la contradicción principal”, la baja de las retenciones a la soja que no estaba en agenda. Voceros del agro hicieron volar ese globo de ensayo el lunes, tal vez para generar la condigna decepción posterior.
Lo más nuevo fue la apelación al Congreso, para tratar un proyecto acordado con dificultad entre el abanico de fuerzas opositoras que puja por representar al sector. La pasión republicana se declama, pero queda supeditada a que el proyecto se apruebe, algo altamente improbable.
Eduardo Buzzi habló varias veces sobre “calidad institucional” pero, bien leído, el mensaje de las gremiales del “campo” se parece más a la praxis del dueño de la pelota: o se juega como yo quiero o no hay partido. La Mesa de Enlace excluye la posibilidad democrática de perder, psicopatea con cortes de ruta. Para ir preparando el ambiente, convoca a acercarse a legisladores e intendentes. La crónica de estos meses da cuenta de la calidad institucional de esos acercamientos: con huevos, tomates o bosta en las manos, cuando no se llega con el puño cerrado.
“Alerta y movilización”, dice el mandamás de la Sociedad Rural, un hacendado millonario en dólares, paradigma de una nueva corriente clasista y combativa. El pressing se hará sentir, la amenaza del uso de la fuerza queda en el aire.
La oposición, que ha hecho la vista gorda ante los abusos de acción directa de los ruralistas, quizá deba repasar su actitud en los días venideros. Las elecciones están cerca, el clima de opinión dista mucho de ser el de 2008, el oficialismo no está encerrado como entonces, hay poco plafond social para los cortes de ruta. El seguidismo opositor fue fructífero en el conflicto de las retenciones móviles, tal vez en el nuevo escenario nacional y mundial sea un riesgo ser la claque de Alfredo De Angeli.
Si se hila fino y se analiza qué pasó con el acuerdo firmado dos semanas atrás, se podría reparar que los ruralistas casi no cuestionan incumplimientos por parte del Gobierno. Y que, a despecho de sus rezongos, sostienen la paritaria interminable, en pos de nuevas reivindicaciones. Aunque en forma implícita, eso equivale a reconocer que el oficialismo está honrando lo firmado y está sosteniendo el ámbito de negociaciones. Tales su métier y su deber, que menoscabó un año atrás: hasta los presidentes de las cuatro entidades confiesan que lo hacen de modo cortés y laborioso.
Hay bajas de retenciones importantes para las economías regionales, aportes económicos grandes para la vid y el tabaco. Débora Giorgi los detalla, quizá con exceso de cifras para una conferencia de prensa. Esas medidas interpelan a productores no sojeros, impactan más allá de la Pampa Húmeda. Pero la Pampa Húmeda y la soja son el epicentro de la revuelta, imposible de saldar en un cónclave que, pese a todo, sigue pariendo medidas razonables.
Más allá de las palabras, las contrapartes prometen volver a encontrarse en un par de semanas. Queda por verse el compromiso de una de ellas con la paz social, durante el entreacto.
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