Dom 27.01.2002

EL PAíS • SUBNOTA  › ROSENDO FRAGA *

La dirección de la crisis

Al momento de ser declarado el default, la Argentina vivía la recesión más prolongada de su historia con 43 meses continuos, sufría el desempleo más alto registrado hasta ahora, superando el 20 por ciento, y venía de una elección legislativa, en la cual tuvo lugar la mínima participación electoral positiva desde que rige el voto obligatorio en 1912.
Esto por sí solo muestra que el país se encuentra frente a la crisis más grave de su historia, por lo menos del último siglo y medio. Nunca en el pasado se dio una fractura tan fuerte entre la política y la sociedad.
Duhalde es electo con el apoyo casi total de la dirigencia política y la misma amplia coalición de justicialistas, radicales, frepasistas y provinciales vota sus primeras medidas económicas.
Pero esta unanimidad en la política no tiene un correlato en la sociedad, dado que el nivel de protesta social tiene características inéditas, tanto por la participación de clase media con sus cacerolazos, como los saqueos de los sectores populares, desesperados por la brutal caída en los ingresos de los sectores informales que ha implicado el cese del gasto en efectivo impuesto por el corralito.
La Argentina no enfrenta por delante el riesgo de una “guerra civil”, pero sí puede estar en puertas de un estallido social violento de características anárquicas. En mi opinión, este escenario que combina una crisis inédita en lo político, económico y social con la posibilidad de nuevos estallidos violentos, no tiene la posibilidad de cambiar el sistema institucional. Es que la democracia es y seguirá siendo el marco en el cual la Argentina insistirá y reiterará sus esfuerzos por salir de la crisis. Pero que no se modifique el modelo institucional, no quiere decir que el actual sistema de partidos sobreviva a esta crisis.
Es que un fracaso de Duhalde, puede no sólo implicar el suyo propio o el de su partido, sino que puede significar el ocaso de toda una forma de hacer política en la Argentina e incluso de un bipartidismo radicaljusticialista, que ha dominado la política argentina durante más de medio siglo. Ni la democracia ni la política desaparecerán en el país pese a las alternativas que se pueden vivir.
La paradoja es que en el momento en el cual el descrédito de los políticos es mayor, es cuando más alta es la politización social en la población, la que se traduce en asambleas autoconvocadas, protestas, cacerolazos, llaverazos, marchas y reclamos. Es que el cuestionamiento a la política, termina politizando a quienes lo reclaman quieran o no y ello es porque en última instancia, el mismo no se traslada al sistema democrático sino a la forma en que éste es ejercido.
Si la actual administración fracasa, no dará paso a experiencias autoritarias como en el pasado, pero sí puede producirse un reagrupamiento político nuevo y diferente, como terminó sucediendo en Italia tras el “mani pulite”. En ese caso, los partidos demócrata cristiano y socialista no fueron sustituidos por corporaciones o formas no democráticas, sino por el polo del Olivo y el de la Libertad, los que permitieron una oportuna y necesaria renovación de la política y desde ella de la democracia.

* Director del Centro de Estudios Nueva Mayoría.

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