Martes, 9 de junio de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Luis Bruschtein
La forma en que Francisco de Narváez describe su performance en la política bonaerense da la idea del capricho de un poderoso empresario que se pudo dar ese lujo gracias a la fortuna familiar, lo cual lo diferencia de otros candidatos que, más democráticamente en ese sentido, hace años que se esfuerzan en ese ámbito, tienen una historia política pública para valorar o censurar y un desarrollo territorial, fruto de ese esfuerzo, que no los obliga a pedir fiscales por televisión. Los demás candidatos tienen un historial político. El argumento principal de De Narváez es su fortuna. Y es la que lo está metiendo en problemas.
Aunque trascendió el sábado, la citación del juez ya estaba firmada desde la semana pasada, con lo que el candidato ya la conocía. El domingo, el principal título de tapa del diario La Nación fue una inusitada encuesta que daba ganador a De Narváez por tres o cuatro puntos por encima de Néstor Kirchner en el distrito bonaerense. Inusitada, porque es la única que propone ese resultado cuando todas las demás dan como ganador al ex presidente con una diferencia de entre cinco y diez puntos. Todas las encuestas detectaban un crecimiento de los candidatos radicales y de la Coalición Cívica y el estancamiento de De Narváez-Solá.
De repente sale este sondeo de la empresa Poliarquía como principal título de La Nación el mismo día de la citación. De Narváez calificó la causa de investigación del tráfico de efedrina que lleva el juez Federico Faggionatto Márquez como una operación en su contra porque las encuestas ya lo están dando como ganador –basándose en la que difundió La Nación entre bombos y platillos– y dijo que recusará al juez. Sin embargo, las llamadas al Rey de la efedrina desde sus celulares existieron y además De Narváez y el Rey de la efedrina tienen el mismo abogado, Mariano Cúneo Libarona, sin que se haya planteado una superposición de intereses, o sea que si al Rey de la efedrina le va bien, será lo mismo para De Narváez. Ninguno de esos hechos constituye prueba de culpabilidad, pero tampoco pueden ser despreciados en una investigación judicial.
Si quiere sacar partido del momento electoral, De Narváez puede denunciar que se trata de una operación sucia en su contra, pero no puede negarse a declarar escudándose en esa denuncia a no ser que realmente tenga algo que esconder. Seguramente para su bunker será más importante calcular cuál será el daño mayor a sus aspiraciones, si declarar ahora o posponerlo con trámites judiciales apoyados en una operación, esta vez propia, contra el juez Faggionatto, que ya se venía gestando desde que se conocieron las famosas llamadas.
El macrismo ya anunció que denunciará al juez y contará también con los medios que lo respaldan abiertamente, para los cuales será más importante la supuesta operación que la gravedad objetiva de que un importante dirigente político tenga algún tipo de involucramiento en una de las causas más importantes por tráfico de drogas. Existe ya un tratamiento mediático muy desigual entre esta causa, por ejemplo, y la que involucró a una de las víctimas del triple crimen por tráfico de efedrina como aportante a la campaña de Cristina Fernández. Una cosa es el aportante a una campaña y otra, mucho más grave, que sea el principal candidato el que aparezca de alguna manera involucrado, como en este caso.
A esta altura de la campaña la mayoría de los votos ya está decidida y es difícil que la tendencia cambie en forma decisiva. Pero esta causa seguirá al igual que otras que el candidato tiene pendientes sobre el origen de sus fondos. En la próxima elección De Narváez ya no tendrá la virginidad de lo nuevo.
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