Martes, 9 de junio de 2009 | Hoy
ECONOMíA › OPINIóN
Por Facundo Nejamkis *
Agotado ya el Consenso de Washington, con un marco de mayoría de gobiernos de izquierda en la región, es necesario un esfuerzo en la búsqueda de nuevos paradigmas de desarrollo. Es por ello que hace ya algunos años se creó la Red de Fundaciones Progresistas, conformada por el Cepes de Argentina y las Fundaciones Chile 21, Liber Seregni (del Frente Amplio de Uruguay) y Perseo Abramo (del PT de Brasil). Es un intento, modesto por cierto, de establecer un diálogo de la región con el resto del mundo, en especial con la familia progresista, de izquierda o socialdemócrata, desde una perspectiva de mediano plazo.
En este contexto social, político y económico de fuertes cambios y alta incertidumbre fuimos invitados como Red Progresista por la Fundación Friedich Ebert a Alemania para entrevistarnos y dialogar con líderes políticos, dirigentes sindicales y académicos vinculados con el que se suele señalar como el partido de izquierda de masas más antiguo del mundo: el SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania).
Nos sorprendió ver que, así como hace algunas décadas se señalaba la latinoamericanización de la Argentina, Europa transita hoy un camino con algunas similitudes en referencia a la aparición de nuevas problemáticas, vinculadas con el empleo, la informalidad, la marginalidad y la desigualdad. España se acerca peligrosamente al 20 por ciento de desocupación. El milagro español ha sufrido una avería de consecuencias impredecibles. Lo mismo puede decirse del milagro irlandés y vaya uno a saber qué sucederá con otros milagros que andan circulando por el Viejo Mundo. Los países del Este, con modelos basados en la desregulación, privatización y liberalización con algo de cohesión, se han mostrado altamente vulnerables a un mundo globalizado que ha probado no tener lugar para los débiles.
El caso alemán es diferente. La economía más fuerte de Europa tiene mayor capacidad para enfrentar este tipo de situaciones. Un sistema productivo altamente competitivo, altos niveles de cohesión social, una red de protección bastante sofisticada. Sin embargo, a nadie llamaría la atención que en nuestros países se hablara por ejemplo del “precariado”: un sector significativo de la población alemana que ya no vive bajo los estándares del modelo social europeo, que solía ser el logro más importante de la posguerra y con el que tanto tuvo que ver la izquierda reformista.
Llama poderosamente la atención un libro de inminente aparición, Democracia, no gracias. Muestra que el 30 por ciento de la sociedad alemana siente que el régimen democrático es indiferente para su vida. Y sorprende saber que, para los que vivieron en la Alemania comunista, ese número llega al 50. Ayer peleaban para derribar el muro y hoy se sienten decepcionados y sin esperanzas. Hace algunos años se publicaba un informe del PNUD con características similares sobre Latinoamérica.
Como Red Progresista de izquierda, centroizquierda, socialdemócrata o como guste llamarse en los diversos países nos preguntamos cuál será la posición de esta parte del hemisferio político frente a este escenario. Una opción, a la que parecen adherir parte de los partidos tradicionales, es creer que todo pasa. Que la crisis pasará. Que incluso será una oportunidad para fortalecer un mayor nivel de intervención estatal, que es uno de los principios tradicionales de la izquierda. Esta opción no da cuenta de una serie de fenómenos imposibles de soslayar. Entre otras cosas, que los cambios en el funcionamiento de los mercados internacionales han venido a quedarse. Que la estructura de las sociedades también se ha modificado, fragmentándose, y emergiendo fenómenos tales como una individualización exacerbada, que actúan como bomba de tiempo para el sistema de partidos. Que la política, más allá de izquierdas y derechas, es vista en general como una actividad cargada de negatividad, aislada de los intereses de los ciudadanos y al servicio de las elites. Que los partidos ven cómo se esfuman las viejas lealtades, generando en muchos casos como respuesta el abandono de sus programas, lo que no sería a priori cuestionable si no fuera porque suelen ir corriendo a los brazos de las ideologías, en muchos casos de derecha, que asoman como dominantes. Otra opción es realizar un esfuerzo de otra naturaleza, menos conformista. Comenzando por comprender que esta crisis tiene características estructurales y que incluso podríamos estar frente a un cambio civilizatorio. Que, como señaló Robert Reich, ex ministro de Trabajo de Bill Clinton, se trata de un problema de concentración del ingreso a nivel global, de insuficiencia de la demanda, producto de esa concentración, y que, por lo tanto, las respuestas deben comenzar por la redistribución.
El progresismo debe volver a construir un programa en el que libertad y la justicia social se vuelvan a conjugar. Para ello debemos ser audaces, comenzado por imaginar la política y sus disputas y conflictos, también en clave global, aunque sea solamente el comienzo de un largo camino por recorrer.
* Director ejecutivo del Cepes (Centro de Estudios Políticos, Económicos y Sociales)
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