EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Gustavo Veiga
Cambian los nombres de sus dirigentes o los sindicatos donde la burocracia es casi perpetua, pero no los métodos: la violencia tiene una misma matriz. Y se dirime a balazos. Puede ser una patota de la Unión Ferroviaria que lidera José Pedraza, la filial La Plata de la Uocra que conduce Juan Pablo “Pata” Medina o pistoleros movidos por intereses monetarios, que trabajan para el mejor postor. Emilio “Madonna” Quiroz fue identificado en delito flagrante. Su imagen, obscena, recorrió el universo informativo porque lo filmaron del derecho y del revés, arma de puño en mano. Corría octubre de 2006 cuando la emprendió a los tiros en la quinta de San Vicente. Era chofer y custodio de Pablo Moyano, el hijo del líder de la CGT.
Anoche, en el boca a boca de los militantes convocados en la esquina de Corrientes y Callao, circulaba un dato que completa el funesto paisaje: que en el ataque a los trabajadores tercerizados del Ferrocarril Roca habrían participado barrabravas. No importa tanto qué fe futbolera profesen pero, de confirmarse el dato, se repetiría el empleo de su mano de obra barata. Se mencionó a pesados de Independiente, Banfield y Ferro. Lo mismo da. A menudo, en hechos semejantes, aparecen personajes de equipos variopintos. El fallecido Juan Carlos Rousselot fue un precursor: se valió de los de Deportivo Morón para sofocar protestas vecinales a mediados de los ’90.
A diferencia de lo que ocurrió en el traslado de los restos del general Perón hace exactamente cuatro años, ahora el ataque-emboscada provino de un solo sector. Pedraza niega la participación de los afiliados a su gremio en el asesinato de Mariano Ferreyra. Varios de esos afiliados provocaron su procesamiento en la Justicia cuando lo acusaron por estafa. Mientras eso pasaba, él veraneaba en Río de Janeiro pagando una suite de hotel a razón de 400 dólares por día. La burocracia, cuando se la retrata, no es un entelequia. Es un encumbrado gremialista tomando sol en Leblon o el Caribe cuando los trabajadores de su gremio lo miran por TV o en las revistas de chimentos. Alguien que tiene un nivel de vida superlativo.
Entre los ferroviarios, tercerizados o no, las agresiones a palazos, trompazos o balazos, son moneda corriente. El 15 de octubre, en una protesta en la estación Retiro del San Martín, el maquinista Dante Miranda (protagonista del documental de Pino Solanas, La última estación) y un usuario del tren que salió en su defensa fueron atacados a puntapiés por una patota que fue vinculada al dirigente de La Fraternidad, Omar Maturano. Hay una denuncia penal en trámite por el ataque. Un ataque que no pareció de trabajadores contra trabajadores. Luis Barrionuevo, con aire profano, definió con justeza en el Congreso de la CGT de 1989 lo que piensan los gordos de la CGT de este tipo de violencia: “No estábamos definiendo a la cúpula de la Iglesia, así que hubo algunos sopapos”.
Medina, el ingobernable dirigente de la Uocra, volvió sobre el tema en agosto con su habitual desparpajo, en vísperas del congreso del PJ bonaerense que ungió a Hugo Moyano. Prometió: “Si viene a La Plata habrá tiros como en San Vicente”. La bravata no se cumplió, pero sí pintadas contra el camionero. Una, por demás, curiosa. “Por la liberación del movimiento obrero”. El Pata es un hombre que trabaja políticamente para Eduardo Duhalde, aunque tiene juego propio. En abril de 2008 amenazó con volar la destilería de YPF en Ensenada. Por eso le abrieron una causa por coacción agravada.
El crimen de Ferreyra, militante del Partido Obrero, es una consecuencia más de este tipo de prácticas. Y de una dosis adicional de impunidad, robustecida por la inacción policial. Matones y barrabravas, con o sin camiseta, asesinan azuzados por sus mandantes. Por ahora nadie los llama por su nombre: sicarios.
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