EL PAíS • SUBNOTA › CóMO FUNCIONA LA CUSTODIA DE LA MASIVA TOMA EN EL PARQUE INDOAMERICANO
Los ocupantes censados tienen una pulsera que los habilita a salir y entrar. La Gendarmería no deja pasar materiales de construcción. Los vecinos de Lugano acosan a los visitantes.
› Por Emilio Ruchansky
A cuatro cuadras del cerco que realizan la Gendarmería y la Prefectura al Parque Indoamericano, un puñado de vecinos de Villa Soldati mantiene cortada la Avenida Escalada, cerca de la bajada de la Autopista Dellepiane. Una mujer se queja del rol de la prensa en esta semana conflictiva. “Vienen a hacerles reportajes a estos negros de mierda y nadie habla con no- sotros”, dice la vecina. Se llama Patricia y no da su apellido porque trabaja para el gobierno porteño. Asegura que los okupas usan el dinero de los subsidios para comprarse televisores de pantalla plana. Para hacer el corte, los vecinos utilizan dos de los baños químicos que se destinaron para las personas que hacen la toma. “Que caguen en el piso”, contesta Patricia cuando el cronista le hace esta observación.
En la rotonda sobre la Avenida Escalada, de donde sale la calle Castañares, escenario de las peleas con los ocupantes, ocho vecinos intentan cortar la calle encendiendo gomas y acosan a cualquier persona con rasgos indígenas. “Hay que prenderlos fuego con nafta”, dice una señora que se queja de que la Presidenta no reciba a los vecinos de Soldati. Otra pide que lleven a los okupas a la Patagonia. Se suma Mónica Prochilo, la única que da su nombre: “Yo alquilo y hace años que pido vivienda y no me dan nada. Soy argentina, mi marido y mi hijo también”.
Pasa una mujer de rasgos norteños acompañada de una nieta y las señoras se le ponen a la par. Enseguida dos mujeres de Gendarmería la custodian. “¿De donde venís, bolita?”, pregunta una señora. “De Villa Celina, voy a visitar a un familiar”, le contesta. “No mientas. Vos te querés meter. Andate de acá.” La niña se pone a llorar y su abuela apura el paso. Las mujeres las persiguen hasta que Clementina Arce, la visitante, se topa con tres gendarmes que le informan que no puede pasar, que debe desviarse. Un pibe de la Villa 20, que también fue rechazado, se ofrece a acompañarla.
Pasado el control, frente a la calle principal del parque, hay un camión cisterna que reparte agua, tres ambulancias y varios gendarmes replegados. Con las mismas cintas con las que delimitaron los terrenos tomados, los ocupantes trazaron una cancha de fútbol y mientras algunos juegan, otros escuchan los partidos con sus radios portátiles. Quedaron charcos de la lluvia, se ven más carpas y muchos aguardan impacientes la llegada de los censistas para poder salir, ver a sus familias, bañarse.
“Yo salí temprano para dejar a mis tres chicos en casa porque estaban resfriados. Los dejé encerrados, así que estoy viendo cómo hago para ir a buscarlos porque todavía no me censaron”, cuenta María Vázquez, que alquila un cuarto en la Villa 1-11-14. Dice que hay un delegado por cada cincuenta personas y desde el gobierno porteño les reparten alimentos para cocinarlos ahí mismo. A su lado, sentado bajo una tienda, Juan Carlos revuelve el tupper de fideos en busca de un pedazo de carne que no aparece. Jura que si moría un boliviano más venía su presidente y seguro les daba tierras allá. “El problema es que en Bolivia no hay trabajo”, agrega.
Dos jóvenes que caminan con la pulsera blanca y azul, “el pase a la libertad”, como dice uno de ellos, señalan a la censista del Ministerio de Desarrollo Social. La joven se llama Florencia Iquis y a diferencia de muchas colegas, camina sin custodia. “Pregunto nombre completo, DNI, teléfono de contacto, que es muy importante, edad, si cobran un plan social y cuánto cobran y si la persona tiene alguna enfermedad o discapacidad”, informa la joven sorprendida por el nivel de organización de la gente y del conocimiento que los delegados tienen de las familias.
“Yo vine pensando que iba a ser más anárquico todo y fue todo lo contrario, además la gente nos recibió muy bien”, dice. A cada rato se le acercaba un ocupante para pedirle que la acompañe a censarla o relatándole la urgencia que tenía para salir del lugar. Lo que más le preocupa, dice Iquis, es que la idea era terminar el censo en un día, pero ahora le parece imposible. “Cuando anochezca nos vamos a tener que ir porque no hay luz eléctrica y no se ve nada de nada”, comenta.
¿Y cómo hacen para cargar los celulares? La respuesta aparece en un puesto de control ubicado en la calle Batlle Ordóñez, al lado de la Escuela de Cadetes de la Policía Federal Argentina. Allí hay un pasamano resguardado por la Gendarmería, donde los familiares de los ocupantes llevan comida, ropa, frazadas, revistas y retiran los celulares cuando hay que cargarlos. “No dejamos pasar ningún tipo de material de construcción, sea ladrillos, cemento o maderas para armar una casilla”, informa un gendarme. En un costado, Solano Balbuna charla con su hijo César, quien le pasa una bolsa de pan.
“Mi hijo trabaja en la construcción, mi mujer es empleada doméstica y yo estoy sin trabajo, así que me banco la toma”, explica el hombre, que asegura que sólo consiguió un terreno de cuatro por cuatro. “Vivimos pasando Puente La Noria, del lado de provincia, alquilamos una piecita en la villa. Para nosotros ésta era una oportunidad, por eso soporto todo esto”, dice. Cerca, un policía federal les explica a los gendarmes que terminaron el turno cómo salir de ahí.
“Ahora nos cercaron a nosotros, acaban de cortar la Autopista Dellepiane y otros accesos”, advierte el gendarme. Balbuena se vuelve a la toma comiendo el pan que alcanzó a traerle su hijo, desgarrado, dice, porque las noches son solitarias: “Por lo menos ahora no nos van a cagar a tiros”.
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