EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Horacio Cecchi
Descartando los mensajes con odio que no suman sino que restan, creo que sería bueno sincerar la discusión. Como ocurrió en la historia mundial, el odio en una sociedad es instrumentado desde el poder político que encubre diferentes intereses bajo la máscara de la xenofobia que, a su vez, carece de explicación profunda. Veo difícil que alguno de los enfadados por Villa Soldati pueda “chapear” con un apellido originario, con lo que el presupuesto xenofóbico de la invasión se trastrueca y transforma a los defensores de la argentinidad extrema en hijos de inmigrantes pasibles de ser odiados por los que llegaron antes. Sinceramiento uno: cuestionan a los extranjeros, pero somos descendientes de extranjeros. El odio desatado mediante la difusión xenofóbica como lo hizo Macri (primera generación argentina de una familia italiana, o sea, extranjera) encubre el interés de su gobierno por usar el presupuesto que pagan los vecinos, incluidos los de Villa Soldati, en bicisendas que no usan los ciclistas, en cambios de mano en las calles, en mejorar los negocios privados en la zona norte. Pero no se protesta contra la ilegalidad de sus actos y del no uso de sus presupuestos, especialmente el que toca a la vivienda, madre de este conflicto. Escuchaba por TV a una mujer indignada que repetía el discurso de Macri diciendo “por qué vienen a mi plaza (que es un basural) si yo no voy a ocupar la plaza de la Recoleta”, y pensé: esa mujer no protesta por los clubes okupas en la zona de Palermo, ni siquiera sé si la dejarían ser socia, por aquello de la alcurnia mal entendida. La intrusión de clubes en plazas públicas es la transformación del espacio público en negocio privado. Dudo que vecinos de Villa Soldati tengan participación de ese negocio. Sinceramiento dos: no se protesta la ilegalidad sino sólo la que me molesta. Mientras Macri desate el odio contra determinados sectores, le va a ser más fácil pauperizarlos, lo que le permitirá a la primera dama porteña (también primera generación argentina de familia extranjera), dueña de marcas de indumentaria, tomar mano de obra casi regalada, por lo que ya fue denunciada en 2006. Curioso: nadie reclama por el incumplimiento de esas leyes laborales. Sinceramiento tres: mientras encajen en el perfil delincuenciable y peligroso, no importa si lo son o no lo son, nadie mueve un pelo por la legalidad. Escupir hacia arriba es riesgoso, porque la escupida vuelve. Pretender expulsar a alguien porque ya logré mi casita, y que no se vulneren (supuestamente) mis derechos, no es ni bueno ni estratégico. Porque vulnerar esos derechos que uno supone afirmados es endeble. Basta recordar la epopeya bizarra de Cavallo, transfiriendo la deuda privada en deuda nuestra (como piensa y hace Macri) para descubrir que tipos como Macri pueden transformar esos derechos en una piltrafa de un día para el otro, lo que dejaría los reclamos xenófobos en una peligrosa situación de paradójica “indefensión”. Sinceramiento cuatro: alguien puede creerse fuerte porque tiene a otro abajo, lo que le impide ver que otro, más arriba, podría estar pisando su cabeza. Como surge del sinceramiento cuatro, mirar el ombligo propio no deja ver el ombligo ajeno. Preocuparse sólo por la quintita propia, el supuesto de que no se molesta a nadie, pero que no me molesten, no es una ilegalidad, digamos que es lícito y no hace a nadie delincuente. Es de horizonte corto, pero no es ilegal. El irrepresentativo “yo, argentino”. Sinceramiento cinco: por favor, sigan en sus quintitas, pero no se arroguen una falsa representación nacional. También soy argentino, no quiero quedarme encerrado, prefiero conectarme con otras culturas, con pensamientos diferentes, pero abiertos. Y si me venden un discurso, primero quiero razonarlo para saber qué me dicen. Y poder criticarlo.
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