EL PAíS
Un político académico
Por Nora Veiras
Daniel Filmus goza de un extraño privilegio: supo armonizar una sólida carrera académica con su militancia política. Para resolver esa tensión, siempre pensó y repensó cada ofrecimiento para ocupar un cargo público. Aceptó más o menos protagonismo en función de sus coincidencias con la gestión que lo convocaba, pero en todos los casos siempre se circunscribió al área de la educación. Ahora, en cambio, se decidió a jugar en las ligas mayores. “Si aceptó disputar la elección como candidato a vicejefe de Gobierno ya no podrá decir que lo suyo es técnico”, comentó un amigo que sabe de sus reparos para traspasar ese umbral.
“Estoy abrumado, angustiado”, repetía anoche, todavía incrédulo de su decisión. Está muy lejos de ser un novato en la militancia, pero sí es un debutante en la puja electoral. A los 17 años se acercó a la entonces poderosa Federación Estudiantil Comunista, la “Fede”, pero rápidamente al ingresar a la facultad se volcó al peronismo. Desde el centro de estudiantes de Filosofía y Letras de la UBA participó en la fundación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH).
Se recibió de sociólogo, hizo un master en Educación en la Universidad de Campinas, es investigador del Conicet, profesor titular del Ciclo Básico de la UBA y llegó a ser director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). Debutó en los cargos públicos como subsecretario de Educación durante el gobierno porteño de Carlos Grosso y poco después, en el ‘92, rechazó la propuesta de convertirse en viceministro de Jorge Rodríguez en el gabinete de Carlos Menem. Un par de años más tarde aceptó sí integrarse como asesor de la ministra de Educación Susana Decibe.
Cuando la Alianza ganó la Jefatura de Gobierno porteña de la mano de Aníbal Ibarra, Filmus se convirtió en uno de los dos peronistas –el otro es Jorge Telerman– convocados a sumarse a la gestión en la Ciudad. Esa decisión le provocó algunos roces con el peronismo, que no le perdonó el salto. Con Ibarra se conocieron cuando el ahora jefe de Gobierno era concejal y presentó la denuncia contra Grosso por el desfalco de la conocida como “escuela shopping”. En ese momento, Filmus le aportó información sobre los manejos non sanctos entre peronistas y radicales tejidos para transformar una escuela, declarada monumento histórico, en un engendro de convivencia con una galería comercial.
Como secretario, apostó a reforzar la educación pública en el único distrito del país donde casi la mitad del alumnado va a escuelas privadas. Es un convencido de que el Estado es el único árbitro posible a la hora de diseñar una sociedad más justa. Supo consensuar con la docena de sindicatos y en el último año garantizó 181 días de clase y logró que la Legislatura aprobara la extensión de la obligatoriedad hasta el secundario. Priorizó la instauración de proyectos piloto, como las escuelas bilingües, sobre reformas estructurales que demandarían incrementos sustanciales de la inversión. Eludió el conflicto al dilatar el tratamiento de una Ley de Educación que suponía abrir un frente con el sector privado donde la Iglesia pesa, y mucho. Filmus se siente seguro en el terreno educativo, pero ahora, en menos de dos meses tendrá que convencer al electorado de que su capacidad para lograr consenso va mucho más allá.