EL PAíS
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Elogio de la tortura
El 21 de abril de 1977, el obispo de Viedma, Miguel Esteban Hesayne intentó presentar a Harguindeguy, de visita en Río Negro, los casos de secuestros y torturas que se denunciaban en el Obispado. “Regresé de dicha entrevista, angustiado, apenado y embargado de un gran temor por el futuro inmediato de nuestro país”, escribió tres días después Hesayne en una carta dirigida a Harguindeguy. El ministro “a cargo del orden interno admite por principio la tortura como instrumento”, recapitula Hesayne. En ese diálogo “no sólo encontré errores”, agrega, “sino abierta declaración de principios de acción contrarios a lo más elemental de la moral cristiana”. Hesayne dejó constancia por escrito de que “la tortura es inmoral la emplee quien la emplee. Es violencia y la violencia es antihumana y anticristiana, en frase célebre de Paulo VI para sintetizar la doctrina católica, al respecto”. El obispo decía haber comprobado con angustia que las Fuerzas Armadas “optan para ganar una batalla muy dura y peligrosa por los principios maquiavélicos, renunciando de hecho a Cristo y a su Evangelio, no obstante los actos de culto católico que programen”. Había comprobado que no se trataba de “errores cometidos por algunos” sino que “desde la alta oficialidad se reniega prácticamente del Evangelio al ordenar o admitir la tortura como medio indispensable”. Ante esta “triste realidad, Dios no puede seguir bendiciendo a Fuerzas Armadas que ultrajan criaturas suyas, bajo el pretexto que fuere. Sigue siendo válido siempre aquello afirmado rotundamente por Jesús: Lo que hiciereis al más pequeño, a mí me lo hacéis”. Con una clarividencia que pocos tuvieron, Hesayne advierte que “una victoria a costa de actos indignos se convierte pronto en derrota, porque nadie construye ni al margen ni contra Dios. Fuerzas Armadas que torturan no saldrán impunes ante Dios Creador”. Si en la historia argentina “hubo pena de excomunión para quienes violaron templos materiales, ¿qué pena merecen los que violan torturando los templos vivos de Dios, que son todo hombre o mujer?”, concluye.
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