EL PAíS › LA EXPERIENCIA DEL CUARTEL DE LA GESTAPO EN BERLIN
“Hay que enseñar, no herir”
Por V. G.
En el centro de la ciudad de Berlín, en el área conocida como Prinz-Albrecht-Gelände, se ubicaron de 1933 a 1945 las oficinas centrales del aparato de persecución del régimen nazi. Allí se instalaron, entre otras cosas, la sede de la Gestapo y la jefatura de la SS. Durante la Segunda Guerra Mundial esos edificios fueron dañados por ataques aéreos y finalizado el conflicto se terminaron de demoler. El lugar fue prácticamente olvidado. Recién durante la década del 70 comenzó a ser recuperado, trabajo que actualmente está a cargo de la fundación Topografía del Terror, financiada por el gobierno federal y de la ciudad de Berlín. Su director, Andreas Nachama, conversó con Página/12 acerca de las cuestiones prácticas a resolver en el momento de armar una exhibición sobre hechos horrendos.
Aún queda mucho por descubrir en el sitio que representaba el poder del Estado policial nazi y de la SS. El hecho de que el muro que dividía la ciudad pasara justo por allí, preservó el predio donde de otra forma se hubieran levantado nuevas construcciones. Actualmente sólo se pueden ver los restos de una cárcel de la Gestapo, que se encontraba en el sótano de uno de los edificios. Se calcula que por allí pasaron cincuenta mil detenidos, muchos de ellos líderes políticos que comenzaron a ser perseguidos antes de que se implementaran los campos de concentración y exterminio. Cruzando la calle, del otro lado de lo que era el muro, funciona el Ministerio de Finanzas.
Entre los restos de las celdas de ladrillo a la vista, y protegida por un techo de madera, se encuentra la exhibición de la Topografía del Terror, que incluye la historia del lugar, del genocidio nazi y de víctimas y victimarios. La Fundación espera que en no mucho tiempo más se materialice el proyecto que incluye un hall de exposiciones, una biblioteca y un auditorio.
–¿Cómo fue la participación de la sociedad civil y los sobrevivientes en la recuperación del lugar? –preguntó Página/12 a Nachama.
–Nuestra experiencia es que el impulso más importante lo dio la actividad de los ciudadanos de Berlín y algunos sobrevivientes o los hijos de sobrevivientes. Todavía funciona de esa manera. La Fundación hace un trabajo académico pero no queremos dejar a las víctimas fuera del proceso. Tenemos un comité con participación de la sociedad civil y los sobrevivientes o sus familias.
–¿Qué discusiones se dieron en el proceso de armar la muestra?
–Una discusión muy temprana del comité fue la de si presentar las fotos u objetos originales. Se decidió que se exhibirían copias para preservar el material, por ejemplo, de eventuales ataques, aunque este tipo de cosas no nos ha ocurrido. Luego se decidió usar sólo el blanco y negro. Había muy pocos originales en colores. Se trató de no poner muchas imágenes fuertes ya que hay una idea de que la gente no se queda mirando o no lee la explicación si las fotos son muy crudas. A veces hubo que reformular la muestra. Teníamos una foto de un sobreviviente que él mismo no quiso que se exhibiera y la retiramos.
–¿Con qué criterios eligieron el material, las historias?
–En la primera etapa simplemente presentamos las fotos que teníamos a disposición. Hoy tenemos muchas más. Tratamos de mezclar a las víctimas “prominentes” y las “no prominentes”. No se debería tener la idea de que todas las víctimas fueron prominentes o de que todos fueron gente desconocida. Lo ideal, para mí, sería balancearlo en un cincuenta-cincuenta, pero actualmente hay un 60 de “notables”.
–En la muestra no se encara sólo la persecución a los judíos, sino que se habla también de la resistencia política, de los homosexuales, los gitanos. ¿La inclusión fue natural o generó un debate?
–Tenemos un staff académico que tenía esa visión, pero hubo una discusión con las víctimas. No fue fácil la inclusión de los gitanos. Queríamos incluir más información sobre ellos pero cuando les preguntamos, al principio no querían que lo hiciéramos. Hoy no tienen problema, pero tampoco tienen material. A veces hay que hacer concesiones, nosotros tenemos que enseñar pero a la vez no tenemos que herir. Armar esta exhibición nos llevó tres años de preparación. Es un buen tiempo en el que hicimos workshops y otras actividades preparatorias.
–¿Cómo eligieron a los sobrevivientes que los asesoran?
–Nosotros empezamos este trabajo en 1987, 40 años tarde. Por supuesto en Alemania se habían hecho otras cosas, como la preservación de Buchenwald u otros campos de concentración. En la Argentina todavía tienen muchos sobrevivientes, pero aquí ya no quedan muchos.
–¿Qué pasó con este sitio durante los años de la división de Berlín?
–Aquí hubo un autódromo, un estacionamiento. Era la frontera de Berlín occidental y nadie quería construir una casa aquí. Los terrenos no valían nada. Que el muro pasara por aquí adelante fue una causalidad. Muchos de estos lugares fueron destruidos. La política del Este y del Oeste en la ciudad fue cortar con el pasado y empezar de nuevo. Se pusieron fachadas nuevas en todas las casas. Pero el hecho de que el muro pasara por aquí hizo que se preservara.
–¿Cuál es la relación de la fundación con el gobierno?
–Ellos nos aportan el dinero. Es una fundación pública. La plata nunca es suficiente, pero tampoco nunca sería suficiente.