Sáb 19.03.2005

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

El obispo que quiso ser general

› Por Luis Bruschtein

La pregunta es qué hubiera pasado si el obispo Baseotto se hubiera limitado a defender su posición sobre el aborto sin hablar de tirar personas al mar. De alguna manera es lo que hacen, y seguramente de manera premeditada, los miembros de la Conferencia Episcopal. No hablan de tirar personas al mar con una piedra atada al cuello para defender lo que ellos definen como “el derecho a la vida”.
Porque en realidad, para este gobierno el tema del aborto no figura entre los puntos principales de su agenda. Ni siquiera puede decirse que tenga una posición homogénea. Podría decirse incluso que ha tenido bastante poco interés en impulsarlo más allá de algunas propuestas legislativas que esperan desde hace tiempo tratamiento parlamentario.
Más allá de las declaraciones formuladas en una entrevista a Página/12 por el ministro Ginés González García y que ni siquiera fueron el centro de la conversación, el verdadero problema de la Iglesia sobre este punto viene de fuera, del protocolo sobre Derechos de la Mujer, de la ONU, y que debería ser ratificado por el Congreso. Todos los proyectos sobre despenalización del aborto se refieren a casos de violación o riesgo de muerte de la madre, y ninguno ha podido ser discutido ni en comisión.
El tratado de la ONU contra la discriminación de la mujer, que tampoco habla del aborto como derecho ni plantea su despenalización, se limita a señalar algunos puntos sobre las garantías de defensa legal para aquellas mujeres que lo han practicado. Aun en este caso, el tratado llegará al Congreso más por compromisos internacionales que por impulso oficial. Si algo habría que decir del Gobierno sobre este tema, es que ha sido renuente a promoverlo. Es de esperar que el tratado se apruebe a pesar del ruido que hace la Iglesia en todo el mundo para que sea rechazado.
Joseph Ratzinger y Angelo Sodano han sido los operadores más recalcitrantes y reaccionarios de este papado. En el Vaticano se acaba de emitir una especie de consejo para que los católicos no lean el best-seller de segunda categoría El Código Da Vinci, en cuya trama el asesino malo es un alto miembro del Opus Dei. Se trata de una estupidez propia de un pensamiento simplista e integrista. No sería sorprendente que esta clase de jefes vaticanos apoyen a Baseotto, que piensa de la misma manera.
Pero la derecha siempre ha sido más rápida que los sectores progresistas de la Iglesia para entender la diplomacia y los floripondios de la burocracia y la política. Ni Ratzinger ni Sodano actuaron nunca en forma destemplada con cartas agresivas a los gobiernos o cosas por el estilo. Con paciencia cortesana y sin demasiada exposición, lograron en estos años aislar a las corrientes más rebeldes, para dejarlas sin obispos y promover, en cambio, a los prelados menos comprometidos o cuestionadores. Esa es la Iglesia que dejará Juan Pablo II. Conclusión: es probable que Sodano simpatice con Baseotto, pero la famosa carta no existió.
El problema con Baseotto, además de su simpatía por la dictadura, es que actuó como operador político de sectores interesados en erosionar al Gobierno. Los antecedentes que tiene esta persona, que cuando habla de la dictadura dice: “La que algunos denominan como dictadura”, que fue juarista en Santiago del Estero, donde no es querido ni siquiera en Añatuya donde fue obispo, permiten decir que su frase sobre tirar al mar a Ginés García tenía una intención clara.
Un gobierno que condena los crímenes cometidos por la dictadura no puede aceptar a un vicario castrense que ironiza sobre ellos, como si fuera un viejo camarada de Videla y Massera. Bastante daño han hecho ya a los argentinos esta clase de religiosos, muchos de los cuales apañaron y hasta formaron a los viejos generales golpistas.

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