Sáb 13.08.2005

EL PAíS • SUBNOTA  › PANORAMA POLITICO

Ociosidades

› Por J. M. Pasquini Durán

Los trabajadores que lograron conservar el empleo durante la transformación regresiva de las últimas décadas no salieron indemnes de la travesía. Tuvieron que sufrir la pérdida de sus derechos laborales, incluido el antiguo y primario a la jornada de ocho horas, la precariedad de sus contratos bajo la amenaza de ser reemplazados por alguno de los millones de desocupados, la congelación de las remuneraciones, la indefensión legal ya que la mitad de la mano de obra no existía en los registros legales, estaba “en negro”, y la indiferencia o impotencia de sus representaciones sindicales, entre otras calamidades. En ese cuadro de debilidades, la porción del sector laboral en la distribución de las riquezas nacionales fue saqueada y transferida a minorías privilegiadas, hasta que la diferencia entre ricos y pobres se hizo abismal. Pese a todo hubo resistencia y luchas, dispersas y a la defensiva por lo general pero suficientes para jaquear al predominio conservador que terminó por agotarse y perdió, aquí y en el mundo, la condición de “pensamiento único”.
En el nuevo clima político de la región, donde los flamantes gobiernos emergieron reivindicando a los derechos humanos, que incluyen los derechos económicos y sociales, con movimientos populares todavía fragmentados y sin liderazgos políticos consolidados aunque activos y en disposición de pasar a la ofensiva, la “indisciplina” social es inevitable. Dado que esa ebullición no puede ser contenida en los moldes de los partidos y sindicatos tradicionales, fracturados a su vez por los estallidos de sus propias contradicciones, se expresa de manera turbulenta y bullanguera. Son irritantes para ciertas ideas de orden establecido, que tienen relativa certeza en comunidades donde las necesidades básicas están más o menos satisfechas pero que se vuelven reaccionarias cuando tratan de aplicarse en un país donde la mitad de sus habitantes habita en la geografía del hambre. En ocasiones, también, el entusiasmo ideológico de algunas minorías de la izquierda provoca desbordes en relación con el mismo proceso que lo cobija y, así, una demanda por mejores salarios es percibida como “la chispa en la pradera” de un proceso revolucionario imaginado según alguna literatura clásica expuesta como verdad canónica de un modo descomedido con la actualidad. Otro tipo de exceso es el que cometen los funcionarios que perciben conjuras políticas en las huelgas y piquetes. Unos y otros usan para construir sus retóricas algunos términos que deberían ser aplicados con el mayor rigor, como terroristas o genocidas, para que la confusión no desgaste los conceptos hasta que no signifiquen nada. Que la lengua mal usada no termine por echar el manto de olvido que anhelan los cancerberos del pasado nefasto.
El ministro Roberto Lavagna afirmó ayer que la huelga en el hospital Garrahan era pura política y que no le extrañaría que los delegados aparezcan el día de mañana en alguna lista de candidatos para las próximas elecciones. El ponderado economista dice que también el Fondo Monetario Internacional (FMI) tiene intencionalidades políticas y, sin embargo, ayer mismo justificó el pago puntual de las deudas como un camino hacia la autodeterminación nacional. Tiene derecho, por supuesto, a que le guste más una política que otra, pero no debería clausurar un análisis de manera tan superficial. El sindicalismo de base, protagonista central en varios de los conflictos últimos que ganaron notoriedad mediática, es un fenómeno que merece una observación más detenida, sobre todo de quienes ejercen el gobierno. Por otra parte, que las protestas sociales tengan sentido político no sólo es posible sino deseable. El debate, en todo caso, es cuál es el mejor sentido pero la respuesta la tienen que dar los propios trabajadores. En estos tiempos se advierte mediante la simple recepción de los discursos, de uno y otro lado, que hay una dosis excesiva de holgazanería en el pensamiento de todo el arco político. Sólo esa chatura puede explicar la reincidencia de figuras como Menem, Alfonsín o Cavallo que ya tuvieron sus momentos y que hoy deberían ocupar sus ocios en ámbitos de su privacidad, ya que para los espacios públicos, según se escucha a diario, hacen falta ideas y energías nuevas o que, por lo menos, no hayan tenido oportunidad de mostrar lo que son capaces de hacer. El pensamiento ocioso suele apelar a las resoluciones fáciles para evacuar problemas complejos, algunos novedosos del todo, cuando por lo general lo que pasa por reflexión es apenas poco más que entusiasmo, muchas veces pasajero. En los últimos días, por ejemplo, se han escuchado voces demandantes por la libertad de Raúl Castells muchas de las cuales se habían alzado con idéntica energía para convalidar las iniciativas de Blumberg, cuyas propuestas lo hubieran dejado morir en la celda al prisionero. Esa volatilidad de las opiniones que suelen confundirse con el “sentido común” es otro síntoma de la ausencia de ideas maduras y responsables.
La actual campaña electoral es la vitrina transparente y vacía o, en todo caso, repleta de improperios cruzados. De esa caja llena de agravios, algunos piensan que emergerán después del 23 de octubre y antes del 2007 dos procesos transitorios hacia la formación de un bipartidismo diferente al tradicional, ya que se formaría un bloque de centroizquierda, encabezado por el matrimonio Kirchner, y otro de centroderecha, cuya cabecera no emerge aún con la misma nitidez. Otros, en cambio, creen que la lógica presidencial persigue el poder, no el proyecto, para lo cual construye, según la tradición partidaria, con ladrillos fabricados con mezcla de bosta y barro, en las proporciones que decida el líder. Sobre la traqueteada competencia Kirchner vs. Duhalde, José María Díaz Bancalari, duhaldista y de vuelta de casi todo, dice que hay dos verdades no escritas además de las veinte que forman el catecismo partidario. La vigésima primera diría “hay que alinearse con el vencedor” y la vigésima segunda, “el que disiente con el poder es traidor”. Entre los que rodean al intendente Martín Sabbatella, una figura emergente que se reivindica como de centroizquierda, esa disputa no es más que la actualización de la estrategia del PJ de producir cambios y transiciones hacia sí mismo en sus disputas reincidentes por la jefatura y el liderazgo. Horacio González, actual subdirector de la Biblioteca Nacional y un agudo observador, sostiene que después de seguir la trayectoria Luder - Cafiero - Menem - Rodríguez Saá - Duhalde - Kirchner, ¿qué se nombra cuando se dice peronismo?
Por ser la fuerza de mayor potencial electoral en el principal distrito del país, el peronismo ocupa buena parte de la atención política y mediática, pero lo cierto es que el conjunto electoral sigue sin merecer el compromiso ciudadano. La mínima participación en las internas realizadas en varios distritos y partidos el domingo pasado, algo así como el tres por ciento de los habilitados para votar, indica la mayor debilidad, quizá la primera fuente de incertidumbre sobre el futuro, del presente democrático. Tal vez sería tiempo de taparle la boca al oráculo de turno y entre todos intentar una reflexión verdadera sobre el futuro colectivo.

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