EL PAíS › OPINION

Demasiado

 Por Sandra Russo

Es demasiado –dice ella, hablando de ellas. Hace un rato acaban de darse a conocer los nombres de las nuevas titulares de Economía y Defensa. Las designaciones causaron efectos colaterales imprevistos. Ella es docente, progre, culta.
–¿Demasiado qué? –trato de entenderla.
–¿Economía y Defensa? ¿Dos mujeres? Economía bueno, se supone que si la pone a Miceli es para decidir todo él. ¿Pero Garré en Defensa? Es irritante.
–¿Irritante por su militancia en los ’70 o porque es mujer? –insisto. No me entra en la cabeza.
–¡Por las dos cosas! –grita ella, que está enojada. No es feminista, pero tampoco parecía chuparse el dedo. Quiero entender la lógica de este berrinche.
–¿Por qué suponés que Lavagna pensaba y Miceli obedece? –pregunto.
–Es evidente. El quiere gobernar solo, rodearse de gente que no moleste –explica.
–Sí, claro, me imagino –quiero ir al punto–, pero si designaba a un hombre era lo mismo, entonces.
–¡Pero que designe a una mujer es flagrante! ¡Ni siquiera disimula! –ella se inflama. Dice todo lo que dice como si fuera lo más obvio del mundo y como si yo acabara de caerme del catre. Y sigue: –Lo del cupo está bien, pero... ¿Economía y Defensa? ¡Con eso no se jode!
Ya no insisto. No quiero pelearme con ella, sólo quería comprender cuál es la lógica que hace que, a cierta gente con resistencia kirchnerista nada, absolutamente nada le venga bien. El giro de esta semana, con la designación de Miceli y Garré como frutilla, se presentó emparentado, a todas luces, con lo que ella misma venía planteando en las últimas semanas. Le escuché decir, por ejemplo:
–Acá no cambia nada. Puro gatopardismo. La brecha entre ricos y pobres sigue intacta.
Pensé que hoy ella iba a admitir que, como pasar, alguito pasa. Pero para mi sorpresa la escuché decir esa palabra horrible en boca de la clase media: “demasiado”. ¿A qué velocidad se debería correr la carrera que nos haga felices? ¿De qué monto es la inversión de deseo que estamos dispuestos a aportar a ese cambio al que presuntamente adherimos? ¿Cuántos grados exactos debería girar la tapa de la rosca para no sentirnos asfixiados ni expuestos?
Ante las designaciones de esta semana, eran esperables reacciones irritadas por derecha, pero del otro lado, del pozo ciego de la insatisfacción de izquierda, siempre hay sorpresas. El cuestionamiento del “exceso de género” era casi impensable, digno de señora de country con mucho tiempo libre, pero llegó: el solo hecho de que Miceli calce faldas la convierte en susceptible de lavado de sesos. Y Garré, de cuya garra no se duda, es precisamente por eso un “motivo de irritación” innecesario porque (¡lo dijo, ella lo dijo!) “después de todo los milicos ahora están tranquilos, ¿hace falta humillarlos?”
Después de un rato me cansé de tratar de entenderla. No hay nada que entender más allá de la quisquillosidad insoportable de quien está emperrado en emperrarse. Le dije que me iba. A lavar platos, claro.

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