Lun 30.01.2006

EL PAíS • SUBNOTA  › ESCENAS EN EMBARCACION, EL NUEVO “ULTIMO PUEBLO”

Juanitas y noche sin hotel

Llegar a Tartagal resulta más difícil de lo que uno pueda imaginar antes de partir en viaje, aún a sabiendas de que hay un puente cortado. Si el concepto de frontera invita siempre a pensar el territorio en construcción, con una ley que separa límites, pero al mismo tiempo genera la ley del Oeste, lo insospechado, este es el caso de la vera del río Seco. De pronto la crecida trajo una fisonomía nueva a un sitio en el que sólo alguno que otro paraba a descansar antes de seguir viaje. De hecho, hasta Embarcación, el pueblo de diez mil habitantes al que se llega 30 kilómetros antes de emprender el cruce, de súbito apareció en el mapa de los viajeros. Durante un mes ha sido el último pueblo de la ruta a Bolivia, quitándole ese puesto, por efecto de la naturaleza y el abandono, a Pocitos, oficialmente llamado Salvador Mazza, por el médico que encontró la vacuna contra la vinchuca.

No son esos insectos de contagio peligroso, pero lo que lo recibe a uno en Embarcación es una madrugada de 42ºC y una plaga de cascarudos voladores llamados juanitas. Las juanitas son un escarabajo típico de la zona que se han multiplicado este verano más que de costumbre, tal como pasa en otras áreas de la misma zona con las mariposas blancas. Todo tipo de relato se puede oír al hablar con los pobladores de los cambios en el clima durante la última década, sobre todo desde que se comenzó a quitar el monte para exportar la madera de árboles centenarios y luego sembrar los cultivos intensivos y rentables: la soja, el poroto.

Las calles de Embarcación están además llenas de chicos y chicas que parecen dar la vuelta al perro en la oscuridad total de la plaza cuando son las cinco de la mañana. En la puerta de la iglesia dos mujeres y un hombre conversan junto a sus bolsos. No hay hotel a la vista para guarecerse hasta que amanezca y aclare. En la Terminal dicen que no se puede ir uno “al corte” porque puede ser peligroso. En la Gendarmería un suboficial de turno dice que puede que hoy se cruce, pero que no sabe porque en las serranías llovió y eso puede hacer crecer otra vez el río. “Cruce, pero de día, con los que somos no podemos dar seguridad en estas condiciones”, dice y corta.

Los de la iglesia son los amigos de un tucumano que se casa con una bonita morena de Tartagal el sábado por la noche. Será un casorio con muchos ausentes. Ellos son raras avis que se atrevieron a aventurarse, pero que también deben esperar. Se sugiere que entremos al bar, el único a la vista, del otro lado de la plaza. Allí, entre muchachos con cara de rufianes, maricas adolescentes y una joven y rubia travesti, pasamos las horas. Los tucumanos estudian medicina.

Antes de cruzar el río se puede hablar con Irma Lema y María Romero, las mujeres que todavía intentan sacar unos pesos del corte. Al comienzo acarrearon bártulos de otros. A voluntad, les daban entre tres y cinco pesos por el cruce. Son unos 250 metros de puente que de lejos se ve largo, alto, considerable. Ellas caminaron decenas de veces por los rieles, pero se cayeron cinco de los durmientes. Entonces acondicionaron con unas maderas. Pero ésas fueron las traicioneras. Había algunas sueltas. Entonces fue que Julio César Mamani, uno de los hombres que vende choripanes y gaseosas, corrió y rescató a un niño, dice. Tras el chico se cayó un hombre. “Por el agua, ileso”, dice un Mamani que anda cubierto de hollín y es un evidente cómico campero. Al final, dicen ellas, la que se cayó fue una señora bien. Se quebró la pierna. “La llevaron de urgencia, pobre”.

Las mujeres tienen muchos hijos que alimentar, dicen, y se dieron cuenta de que podían vender o acarrear cuando una de ellas llegó hasta el corte harta de no recibir noticias de su marido. El hombre trabaja como peón en la finca Poma, del otro lado, y el patrón no les avisó nada. A él le pagan $ 13 el día, pero desde que empezó, hace unas semanas, sólo aparecieron con cincuenta pesitos. De todas maneras, no se quejan. Ellas pudieronhacer sus veinte pesos cruzando bolsos. “¡Já, es más lo que hemos burreado que lo que hemos ganado!” –dice María, pura risa y dientes.

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