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Testimonio y gestión
por Néstor Vicente
La revolución sandinista fue conmovedora para quienes veíamos ahí sintetizado nuestro pensamiento cristiano y de izquierda. En ese tono caribeño, que suena musical al oído, repetían los nicaragüenses consignas que eran respondidas a coro. “Entre cristianismo y revolución” gritaba alguien, y la respuesta llegaba como un rebote: “no hay contradicción”. Dos frases definían un pensamiento superador de supuestas antinomias.
Plagiando aquel recuerdo hoy siento que deberíamos decir que entre el testimonio y la gestión no hay contradicción. Al menos, no debería haberla, ni estamos condenados a que la haya.
Dar testimonio es acreditar con hechos aquello que se piensa y se dice. Y es, por tanto, una virtud indispensable de toda política, sea del signo que ésta sea.
Sin embargo, en un equívoco uso de los términos, se definió como política testimonial a aquélla que se regodeaba en un discurso que no podía encarnarse en los hechos. También se usó el calificativo de testimonial cuando se intentó descalificar un discurso o tildarlo de impracticable.
En la necesaria refundación de la política, tarea pendiente de convocatoria y participación abierta, no podemos conceder una confusión de estas características.
Todos tenemos la responsabilidad de dar testimonio de aquello que pensamos, caso contrario seamos capaces de corregir el pensamiento o reconocer la inconsecuencia.
Si un conjunto de ideas no tienen hoy en la sociedad condiciones para su aplicación o no están dadas las circunstancias que las convertirían en posibles, no sería adecuado calificarlas de testimoniales, porque capaces de ser testimoniales en los hechos deben ser todas las ideas que en modo seguro les quitaría su cuota de verdad como propuesta a ser alcanzada.
No es admisible llegar al Gobierno con un discurso que de la tarde al amanecer se descubre imposible de concretar. No todo lo que se sueña o se camina en el rumbo de la utopía terminará encarnándose, pero una cosa es estar en el camino sin lograr la meta y otra diferente cambiar el rumbo.
En definitiva, tenemos que testificar en la política y en la gestión pública nuestro pensamiento. Es cierto, vale aceptarlo, que es más difícil gobernar dando testimonio de la igualdad, la Justicia, la solidaridad, y la sensibilidad social, que siendo lamentable testigo de la entrega, la desigualdad y la exclusión.