Lun 04.02.2008

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

Vuelta

› Por J. M. Pasquini Durán

Como ministro en 2003, pasó con facilidad de Duhalde a Kirchner. En 2005 fue el único miembro del gabinete que se negó a hacer campaña por los candidatos del oficialismo, cuando Kirchner disputaba duro con Duhalde. A fines de ese año perdió su silla en la cartera de Economía y salió a buscar nuevo destino. Hizo alianza con los comensales de El General, duhaldistas anti-K, y con la dirección de la UCR que acusaba de traidores a los radicales K, para formar UNA (Una Nación Avanzada) desde donde desgranaba críticas contra el gobierno por supuestos “extravíos” del entonces presidente y sostenía que a Cristina le faltaba experiencia para la sucesión. Al principio de la campaña, la oposición de centroderecha lo miró como una “esperanza blanca”, porque creyeron que por fin habían encontrado un peronista que no era, según Borges, “incorregible”. Era nomás, porque siguió afiliado al PJ y se autodenominó “centroprogresista”, porque no le gusta la ubicación de izquierda y piensa que los aumentos de salarios, si no son controlados, generan inflación. Obtuvo 3.200.000 votos que le alcanzaron para medalla de bronce en la competencia presidencial, tercero, pero lejos de la primera posición ocupada por los Kirchner. Desde este fin de semana está de vuelta y se sacó fotos con Néstor en los jardines y los interiores de la residencia de Olivos, como cuando los dos eran titulares del equipo de gobierno.

El encargado de negociar la vuelta fue José Pampuro, otro duhaldista de paladar negro que hace rato les entregó su lealtad a los Kirchner, según testificó el reportero de Clarín que fue invitado al reencuentro fotográfico. Con Roberto Lavagna regresarán casi seguro los demás duhaldistas que lo secundaron en UNA y, quién sabe, a lo mejor arrastra radicales que se quedaron sin partido fijo, ya que al fin y al cabo el vicepresidente de la Nación, aunque aparece poco, es de ese palo: el mendocino Julio Cobos. A Néstor le gustaría porque, salvadas las diferencias, a él también le entusiasma la idea del “tercer movimiento histórico” (después de Yrigoyen y Perón) que alguna vez estuvo en las fantasías de ciertos hombres del presidente Alfonsín. No hay duda de que el giro de Lavagna es otro golpe al comando formal de la UCR, que ha dejado el campo orégano para que alguien se haga cargo del liderazgo de oposición, hoy en día vacante.

Para los Kirchner, en particular para Néstor que se ocupa de la reorganización “pejotista”, la vuelta de Roberto, otrora ladero distinguido en la formidable renegociación de la deuda, es un momento de felicidad, puesto que confirma su capacidad de convocatoria y de liderazgo partidario. De hacerles caso a las versiones de los que frecuentan los círculos dorados, Lavagna obtendría, a cambio de las muchas explicaciones que tendrá que dar, alguna vicepresidencia partidaria. De cualquier modo, ya estaba asomado al abismo donde caen las estrellas fugaces. No deja de ser curioso que por ahora justifique su vuelta en la promesa de Néstor de organizar un partido donde se respete la diversidad, como si alguna vez el peronismo hubiera perdido esa condición coral. Cierto es que peronismo y PJ no siempre significaron lo mismo. ¿Nadie guardará rencor por los dos años pasados en trincheras diferentes? La respuesta pertenece al tiempo. En política, alguien traga un sapo cada día y para no ir más lejos que le pregunten a Felipe Solá, el que alguna vez fue gobernador del primer distrito electoral.

En realidad, hay gargantas bonaerenses acostumbradas a la dieta. Eduardo Duhalde viene masticando sapos y culebras desde hace varios años, mientras sus leales de antaño cambian el banderín en medio del desfile. El actual gobernador, Daniel Scioli, no dejaba pasar oportunidad para exponer sus tremendos deseos de secundar a Néstor en el partido, como antes habían hecho binomio en la presidencia, cuando Kirchner era un tapado de Duhalde; pero el regreso de Lavagna le complica el camino. El tiempo pasa con una velocidad vertiginosa y lo que era válido ayer no más, ya pasó de moda. En política, la calesita siempre gira, como lo sabe cualquier profesional, y si permite algún movimiento, es la vuelta. Con suerte, hasta puede sacar la sortija... si el calesitero se la deja quieta.

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