Lunes, 27 de noviembre de 2006 | Hoy
Por José Natanson
La crisis política y de representación que estalló en diciembre de 2001 fue el punto de partida para una larga serie de estudios e investigaciones académicas. Abundaron, por ejemplo, los textos entusiasmados con las asambleas (el filósofo Rubén Dri incluso tituló su libro “La revolución de las asambleas”) y las fábricas recuperadas, un fenómeno interesante pero económicamente poco relevante. Hubo también polémicas intelectuales, como la que enfrentó a José Nun, que postuló su idea de un “nacionalismo sano” y defendió la convocatoria a una asamblea constituyente, con Vicente Palermo y Marcos Novaro, que lo acusaron de no medir las implicancias profundas de sus palabras.
Que se vayan todos, el libro de Inés Pousadela publicado por Capital Intelectual, se destaca claramente en la ya extensa bibliografía sobre la crisis, que suele tener más buenas intenciones que rigurosidad. La tesis central es que la crisis de representación se superpuso a un proceso, más estructural, de metamorfosis de la representación.
Aunque ambos fenómenos tendieron a confundirse en el caos del momento, conviene diferenciarlos. La metamorfosis de la representación, dice Pousadela siguiendo a Bernard Manin, es un proceso de largo alcance que involucra al conjunto de las democracias contemporáneas y que supone cambios radicales en las formas de constitución de las identidades políticas, en las relaciones que se establecen entre los líderes y los partidos, y entre ambos y la ciudadanía. Implica también un rol cada vez más central de los medios de comunicación. La personalización de los liderazgos, el debilitamiento de los partidos, la preponderancia de la imagen y el reinado de los medios son algunas de las características de este proceso.
La crisis de representación, en cambio, es un fenómeno explosivo, acotado en tiempo y espacio, que se caracteriza por el cuestionamiento al lazo representativo por parte de los representados: las críticas a la clase política como una corporación malvada, la percepción de corrupción e incapacidad generalizada, el voto bronca y las movilizaciones callejeras son características de este fenómeno.
Pousadela, joven politóloga argentina residente en Estados Unidos, dedica los primeros capítulos de su libro a dejar en claro qué significa cada cosa. Después, el libro analiza las particularidades del caso argentino, entre ellas el hecho de que la democracia de partidos terminó de instalarse, al igual que en otros países de la región, justo en el momento en que comenzaba a cambiar en el mundo occidental. Repasa la crisis de 2001, el estallido de entusiasmo asambleario y el progresivo decaimiento de las nuevas formas de expresión política, en simultáneo con una rehabilitación del poder presidencial de la mano de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner, la recuperación económica y el retorno a la normalidad
Pero es una normalidad distinta. Pousadela expone y justifica la hipótesis que es el eje del libro y que se destaca por su sencilla claridad: la crisis ya pasó, y lo que vive Argentina hoy es un proceso largo de cambio estructural en las formas de la política y la representación. Se trata de una democracia –Manin la llama “democracia de audiencia”– distinta de la anterior, donde los partidos importan cada vez menos y las personas y los medios cada vez más, y donde todo es más cambiante, fluido y rápido. No importa si es mejor o peor, porque en todo caso es inevitable. Entenderlo no sólo sirve para entender en qué mundo vivimos; también nos deja un poco más tranquilos.
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