Lun 08.01.2007

ESCRITO & LEíDO

Ideas disparatadas

› Por José Natanson

¿Cuál es la diferencia entre un cínico mentiroso y un delirante? Para Sergio Kiernan es fundamental: el delirante cree con pasión lo que vende y no percibe o no quiere ver “el barro en los cimientos de sus ideas”, es un fanático difícil de convencer, que suele vivir aislado en su secta de iluminados y cuyo mayor peligro reside en su capacidad para subir el nivel de violencia. La historia argentina está plagada de ellos y los hay de izquierda y de derecha: los socialistas que creen que los extraterrestres, al tratarse de culturas más avanzadas, necesariamente tienen que ser marxistas; los maoístas que sostienen que Argentina estuvo desde siempre copada por el imperialismo ruso, con agentes tan secretos como Amalita Fortabat o José Alfredo Martínez de Hoz; los fascistas que afirman que los judíos quieren instalar un segundo Israel en la Patagonia; o los nacionalistas que creen que los yanquis vienen por el agua, la tierra... y hasta el aire. Desfilan por el libro de Kiernan ideas extravagantes y personajes de ciencia ficción, como el izquierdista del espacio J. Posadas o el fascista Norberto Ceresole, más tarde asesor de Hugo Chávez. Hay también ejemplos trágicos, como la decisión del Partido Comunista Argentino de apoyar a la dictadura porque era aliada de la URSS, y sus advertencias sobre el riesgo de que Videla se “pinochetice”.

Pero el libro no es un simple compilado de ideas ridículas. Incluye también lo que podríamos denominar como una “teoría del delirio”, sustentada en la tesis de que las hipótesis descabelladas, usualmente contaminadas de paranoia y complot, son una tentación frecuente para los espíritus castigados que se niegan a aceptar la realidad pura y cruda. Así, Kiernan descubre los mecanismos detrás del delirio, el más común de los cuales, nos dice, es tomar un elemento de la realidad y sobredimensionarlo hasta el absurdo. Por ejemplo, los maoístas argentinos que terminaron explicando todo el sistema económico y político del país enteramente por el hecho, más bien anecdótico, de que la Argentina comenzó a comerciar con la URSS antes que con China. Otro ejemplo es el imperialismo, categoría hoy distorsionada hasta el absurdo por tanto marxista fuera de temporada. “El imperialismo que ‘sentimos’ por aquí –dice Kiernan– es más personal, es una mala leche hacia nosotros, una inquina contra la vocación de grandeza y el augusto destino que espera a este país. Esta convicción profunda de que los países grandes tienen algo contra nosotros es lo que llenó la plaza de Galtieri de argentinos que aplaudían a un tirano evidente porque había atacado a los británicos en las Malvinas. Es lo que hizo que los partidos de izquierda aplaudieran esa guerra como ‘objetivamente’ antiimperialista. Y que hasta Fidel Castro, que ya debería conocer mejor a esa laya de personaje, ofreciera ayuda y diera apoyo político.”

Kiernan tuvo la buena idea de recolectar durante años las ideas más absurdas de nuestra política y después encontró el tono adecuado para contarlas y explicarlas. El resultado no es entonces un panfleto indignado sino un libro escrito con elegancia y gracia, por momentos divertido y por momentos trágico, pero nunca solemne. Una sola pregunta cabe hacerse y es si es cierto que el delirio, como por momentos sugiere el autor, está especialmente presente entre los argentinos. ¿Es una característica tan nuestra? Habría que investigar un poco, pero es probable que en el resto de los países de América latina, por ejemplo, sea posible encontrar ideas tan absurdas como las argentinas. ¿Y en Europa? Un desafío para Kiernan, que quizás pueda meterse con los disparates más allá de nuestras fronteras y escribir un libro tan divertido como el que ha dedicado a los delirios de cabotaje.

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