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Bandoleros errantes
Por José Natanson
“El objetivo es analizar la crisis de gobernabilidad que puede generar la desmesura de los de arriba”, sostiene José Nun en el artículo “Los bandoleros errantes y el proceso democrático en la Argentina”, un análisis histórico del ciclo hegemónico del capital financiero que comenzó en 1976 y se consolidó durante la década del ’90, incluido en el libro Los guardianes del dinero. Las políticas del FMI en la Argentina (Norma).
En el comienzo de su artículo, Nun cita el concepto de “exceso de democracia” acuñado por el politólogo norteamericano Samuel Huntington. La idea es que las políticas de pleno empleo, la redistribución y el crecimiento de los treinta años gloriosos de la posguerra generaron en los países desarrollados un exceso de demandas que sobrecargaron el sistema político y provocaron las crisis económicas de mediados de los ‘70. “Según esta lectura eminentemente conservadora –sostiene Nun–, el pueblo había desarrollado expectativas exageradas, planteaba cada vez mayores demandas y había terminado por perder la confianza en las instituciones.”
El contraste con la Argentina es el eje del análisis. “El caso argentino ilustra una evolución que poco o nada tiene que ver con la indicada, que es más bien su opuesto simétrico y que viene generando desde hace tiempo resultados inmensamente más desastrosos que aquélla”, sostiene Nun, que pasará entonces a describir la crisis de gobernabilidad que puede generar “la desmesura de los de arriba, no de los de abajo”.
Nun asegura que “el ciclo de hegemonía del capital financiero” comenzó con la última dictadura militar, que unificó por primera vez los intereses de dos tipos diferentes de capitalistas: los “bandoleros estacionarios”, que controlan las palancas de la economía, y los “bandoleros errantes” que llegaron montados en sus petrodólares en busca de ganancias de corto plazo. La asociación se consolidaría en los ’90, con Carlos Menem.
Luego de un análisis riguroso sobre las raíces ideológicas del neoliberalismo, las consecuencias de su aplicación y su trayectoria histórica, Nun llega a la conclusión de que, a diferencia de la tesis de Huntington, la Argentina experimentó un “ciclo de hegemonía del capital financiero, que ha sido claramente también el del exceso de participación del gran capital en los asuntos públicos en su exclusivo beneficio”.
“Todo esto es recubierto por una retórica moralista que se viene instalando con la fuerza que suelen adquirir los lugares comunes: ‘La Argentina vivió más allá de sus medios y ahora es justo que pague por sus excesos’. Lo notable es que el argumento se usa precisamente para custodiar los intereses de quienes cometieron tales excesos”, concluye.
El artículo de Nun es una mirada histórico-política sobre el avance del capital financiero y sus efectos en la Argentina. Está incluido en una compilación coordinada por Naúm Minsburg, que busca analizar las políticas del FMI y el Banco Mundial, su relación con las elites locales y sus consecuencias económicas, sociales y culturales.
Como sucede a menudo con este tipo de trabajos, el resultado es desparejo. El primer capítulo, titulado “El FMI y los organismos internacionales. Presiones externas y poder interno”, es netamente económico. Incluye un luminoso artículo de Noemí Brenta y Mario Rapaport, quienes indagan en la repetida decisión de los gobiernos de endeudarse con el FMI. Otros artículos económicos, como el de Aldo Ferrer o el de Daniel Muchnik, son interesantes y tienen una coherencia, cosa que no sucede con el capítulo político. “La democracia según el evangelio del FMI”, de Irma Antognazzi, parece más una nota periodística que una investigación académica. El siguiente artículo, “La Argentina hace bien los deberes. Apuntes sobre las derivaciones culturales de la crisis”, de Bibiana Apolonia del Brutto, intenta un análisis de tipo “cultural” que se vuelve borroso. En general, la compilación reúne miradas interesantes, aunque quizá por buscar abarcar demasiado termine diluyendo un poco sus (loables) objetivos.