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“Mi lenguaje está más cerca de lo espiritual que de lo racional”
Dino Saluzzi estrena mañana, en el Colón, su “Concierto Nº 2” para bandoneón y cuerdas, junto a la Filarmónica de Buenos Aires. Dirige Gandini y habrá, también, obras de Mozart y Tchaikovsky.
Por Diego Fischerman
De Salta a Buenos Aires y de las chacareras a la orquesta de Gobbi. De ahí a una música instrumental con lazos importantes hacia el jazz y, finalmente, a ser considerado internacionalmente como uno de los grandes músicos del momento. El bandoneonista Dino Saluzzi, además de ser una estrella en el sello discográfico que descubrió a Pat Metheny y donde graba Keith Jarrett, es también un compositor dentro de la tradición clásica, del que su notable álbum junto al Cuarteto Rosamunde es apenas una muestra. “Tranquilamente podría ser considerado un tradicionalista”, dice permitiéndose un dejo de ironía, en un descanso de sus ensayos con la Filarmónica de Buenos Aires, con la que mañana a las 20.30 estrenará en el Teatro Colón su Concierto Nº 2 para bandoneón y arcos.
Con dirección de Gerardo Gandini y como parte de un programa que se completará con la Sinfonía Concertante en Mi bemol mayor, para oboe, clarinete, fagot, corno y cuerdas, K. 297b de Wolfgang Amadeus Mozart –actuarán los solistas de vientos de la orquesta: Néstor Garrote en oboe, Mariano Rey en clarinete, Gabriel La Rocca en fagot y Fernando Chiappero en corno– y la Sinfonía Nº 6 en Si menor, Op. 74 “Patética” de Piotr Ilich Tchaikovsky, este estreno de Saluzzi pondrá en escena, en todo caso, ese “tradicionalismo” que el compositor se ocupa de explicar: “Hablo mucho con compositores de mi generación y respeto muchísimo los pensamientos de vanguardia. Es más, me interesa mucho escuchar esa música. Pero, cuando compongo, no soy un adicto a la modernidad. Puedo usar acordes complejos, disonancias, pero todavía me conmuevo con una melodía y con los juegos armónicos. Siento que mi lenguaje está más cerca de lo espiritual que de lo racional”.
Para definir la música elige caracterizarla como “un ejercicio inconsciente de aritmética”. Y recalca, claro, que la palabra más importante es “inconsciente”. Es que para su concepción estética la idea del cálculo y la premeditación es casi contradictoria con la del arte. “La academia es la obligación, la que da los elementos para ordenar el pensamiento, las técnicas; puede ser un medio pero jamás un fin.” El otro punto importante para Saluzzi es la capacidad de una obra de arte para hablar de un lugar y una época particulares. “Mi música no puede no ser argentina de la misma manera que una cultura no puede no ser parte de una región. No se trata de costumbrismo sino de algo más profundo, algo esencial. Uno puede no usar un sólo tema folklórico, no recurrir –por lo menos conscientemente– a ningún ritmo local y, sin embargo, si esa música es auténtica, quien escucha sabe de dónde viene.”
El hecho de estar ensayando con orquesta lo lleva a reflexionar, además, acerca del régimen de trabajo de los organismos sinfónicos. “Se trabaja tanto que no hay tiempo de expresarse artísticamente. Muchas veces se cae en la costumbre y no se ahonda lo suficiente. Lógicamente es más fácil tocar Beethoven o Mozart, que ya se sabe cómo se hace, que abordar una obra nueva. Porque una cosa es tocar una obra, hacer todas las notas y respetar todos los silencios, y otra cosa es entenderla. A veces la sencillez de la escritura es peor todavía, porque desnuda el vacío. Es como cuando uno lee un pasaje filosófico que parece sencillo y es necesario releerlo y volver una y otra vez para encontrarse con que atrás de esa sencillez hay un juego absoluto y extraordinario de razón y de consciencia.”