ESPECIALES • SUBNOTA
› Por Eduardo Jozami *
Hace un año, en ocasión del primer aniversario de la muerte de Néstor Kirchner, el movimiento político que él liderara parecía haber alcanzado una victoria decisiva. Solo cuatro días antes de esa fecha, Cristina había obtenido el 54 por ciento de los votos frente a una oposición desarticulada y sin opciones: se iniciaba con notable entusiasmo una tercera etapa, signada por el compromiso de la profundización, que tenía a la igualdad como eje principal. En este nuevo balance que siempre impone la recordación del fundador del kirchnerismo, ¿cómo caracterizar la situación actual? Es evidente que aquel cuadro de hace un año se mantiene en muchos aspectos esenciales –la Presidenta ganaría hoy una elección, según todas las encuestas–, pero sería tonto negar los cuestionamientos que provocan algunas medidas en ciertos sectores medios, la sucesión de hechos tan curiosos como sospechables que dejan al Gobierno en posición difícil, la tensión permanente que imponen en la coyuntura quienes parecen dispuestos a resistir a cualquier precio la aplicación de la ley de medios.
Quizás alguien pensó que aquel respaldo masivo garantizaría al Gobierno un tránsito más sosegado. No ocurrió así y muchos achacan a la Presidenta la responsabilidad por la notable tensión del actual clima político. Probablemente, Cristina Kirchner tenga en esto mucho que ver, pero no por el estilo de gobierno, que la oposición cuestiona, sino porque insiste a rajatabla en seguir avanzando por el camino que la gente plebiscitó. Desde la perspectiva opositora, esto es lo inadmisible. Por eso, no es exagerado señalar que la misma democracia es el blanco de estos ataques que quieren evitar que se respete la voluntad popular.
Como los cuestionamientos al Gobierno se centran en temas político–institucionales, la oposición se proclama con naturalidad como republicana, adoptando una costumbre de los sectores más tradicionales del conservadorismo. En tiempos de la República llamó Federico Pinedo –-ascendiente del diputado cacerolero– la reseña de su recorrido por la política argentina que lo había llevado a las más altas posiciones durante la Década Infame. Publicado el libro en momentos del advenimiento del peronismo, el título era un modo de invocar la tradición frente a los temores que generaba el aluvión popular. En ese mismo sentido, el diario La Nación invoca tradicionalmente a la República como conjuro contra cualquier desborde mayoritario.
En ese razonamiento de la derecha subyace la idea de que la democracia es un peligro para la República, lo que la lleva necesariamente a optar por esta última. Como consecuencia se concluye que quienes ponemos el acento en la participación popular somos naturalmente antirrepublicanos. Esto es particularmente falso en la Argentina actual, porque fue el kirchnerismo el que recuperó la legitimidad del funcionamiento de las instituciones después del fundado descrédito en que habían caído en diciembre del 2001. Habrá que acostumbrarse a ver a Néstor Kirchner no sólo como el presidente de los derechos humanos y el iniciador de un proceso de transformación de la sociedad argentina, sino, también, como quien impulsó la relegitimación de la política y de las instituciones republicanas. Así debe entenderse, más allá de su significación particular, el conjunto de medidas adoptadas en los inicios de la gestión presidencial. Quienes hoy han vuelto a disfrutar de sus bancas, y de la posibilidad de caminar por las calles sin ser abucheados, harían bien en pensar cuánto deben a la voluntad del presidente republicano que mostró que la política y las instituciones podían servir para cambiar las cosas y restableció, en gran medida, en torno de ellas el consenso de la sociedad.
Otro de los equívocos, en la desatada ofensiva opositora, tiene que ver con las clases medias. Esta denominación parece abarcar a contingentes cada vez más amplios si consideramos la elevación de los ingresos de algunos sectores de asalariados y, además, la generalización de comportamientos y consumos tradicionalmente considerados de clase media. Mientras los medios opositores identifican clase media y caceroleros, parece obvio que el cuestionamiento en bloque a este sector social, característico en algunos discursos del peronismo y de la izquierda, es una actitud política errónea y peligrosa. Resulta curioso que, muchas veces, se invoque a Jauretche para justificar esa actitud, olvidando que si bien El medio pelo en la sociedad argentina critica hasta el ridículo esas pretensiones de las clases medias que las llevaron a oponerse a los movimientos populares, en muchos de sus textos el mismo Jauretche abogó por la necesidad de un frente social más amplio para asegurar la victoria popular y llegó a enfrentarse con Perón cuando consideró que su política podía llevar a espantar a los sectores medios.
Creo que a Néstor Kirchner, hombre de principios, pero político hábil que no caía en los esquemas fáciles, estas reflexiones no le habrían disgustado. La mesura que ha demostrado el Gobierno para evitar las mil provocaciones en las que se pretende involucrarlo en estos días constituye la contracara de la firmeza con que se avanza en la movilización para exigir la aplicación de la ley de medios y desbaratar todas las maniobras del monopolio. Esa combinación de consecuencia en los principios y apertura para ganar aliados constituye el mejor homenaje a Néstor y su legado para avanzar en esta compleja coyuntura argentina.
* Director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.
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