ESPECTáCULOS › “RETRATOS DE UNA OBSESION”, DE MARK ROMANEK
Ahora Robin es un psicópata
El film del ex director de clips presenta a Williams en un rol atípico: un obsesivo empleado de una casa de fotografía que se mete en la vida de una familia.
Por Martín Pérez
Antes de pasar de los vestidores al gran salón de ventas, los empleados del hipermercado SavMart tienen un espejo a su disposición. Un espejo en el que, además de ver su reflejo, pueden leer una frase que dice: “Pruebe su sonrisa”. Eso es lo que hace el meticuloso y obsesivo Sy, antes de caminar hasta su puesto de trabajo, donde se encarga del revelar las fotos de los clientes. Interpretado por un Robin Williams de pelo cortísimo y teñido de rubio con una impasibilidad mentirosa, ya que aún impasible no deja de ser Robin Williams, Sy es el protagonista de la ópera prima de Mark Romanek, un videasta conocido por sus trabajos para Madonna, Michael Jackson y, especialmente, Nine Inch Nails.
Capaz de poner en sus videos de tenebrosas imágenes góticas todo el terror existencialista del líder de NIN Trent Reznor, Romanek elige el camino de la estilización del muzak a la hora de contar su historia de terror cotidiano. El terror que intenta desplegar Retratos... es uno de clase media acomodada y ascendente: la terrible posibilidad de que alguien ajeno se meta en sus vidas. Eso es lo que les sucede a los Yorkin, una familia de retrato, una pareja hermosa con un hijo simpático. Dentro de ese retrato es que Sy, precisamente, sueña con meterse. Y ser el tío Sy, en un mundo que conoce al dedillo, después de años de revelar sus fotos.
Tanto su meticulosa obsesión por la puesta en escena, como todo el despliegue de las posibilidades de un supermercado como nave espacial, hacen que el estilo de Romanek recuerde la estilización de Kubrick. Pero sus parecidos terminan ahí. Porque, más allá de lograr alguno que otro buen momento visual, su imaginación está al servicio de un relato sin intrigas, que termina interesando poco. Más allá de algunos calculados escalofríos visuales, jamás narrativos. Porque desde aquella primera imagen del espejo, puede intuirse una parte de lo que comenzará a pasar con la historia.
Con un psicópata de vida vacía y estallido lento como protagonista, y la vida de una familia ajena como escenografía, Retratos de una obsesión es en sí misma una obsesión. La de retratar la satisfecha vida del ciudadano medio estadounidense como un infierno de colores pastel. Un escenario detrás del cual, rasgando la superficie de esas inmaculadas paredes, tal vez sea posible descubrir una desgarradora pesadilla como la que Romanek imaginó para las canciones de Nine Inch Nails. Una sospecha que, sin embargo, logra inquietar sólo a ritmo de videoclip, pero que en su ópera prima se pierde detrás de la soledad de su protagonista, y una vocación justiciera a lo Taxi Driver justificada y totalmente fuera de lugar casi en el mismo movimiento.