Sáb 19.10.2002

ESPECTáCULOS  › EL GRUPO DE TITIRITEROS DEL TEATRO SAN MARTIN CELEBRA HOY SUS 25 AÑOS

“Los títeres son la poesía en movimiento”

En 1977, la idea de crear un cuerpo estable sonó revolucionaria. Lejos de la polémica sobre el “target” de los títeres, Adelaida Mangani, Carlos Almeida y Daniel Spinelli revisan su historia, signada por una frase del fundador Ariel Bufano: “Un pedazo de tela y cartón muestra al hombre en su inmensa humanidad”.

› Por Oscar Ranzani

Desde que subieron a escena con David y Goliat pasaron veinticinco años. El Grupo de Titiriteros del San Martín, nacido en 1977, se consolidó al poco tiempo de su primera presentación como un elenco estable del teatro porteño. Su director, Ariel Bufano, enfrentó el prejuicio de las viejas tradiciones que se empeñaban en limitar el espectáculo titiritero exclusivamente al público infantil. Bufano, discípulo de Javier Villafañe, abrió el abanico temático y amplió la propuesta al universo adulto. Así, a lo largo de un cuarto de siglo de existencia, la agrupación interpretó 31 obras. En 1980 estrenó Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín, primer espectáculo para adultos, y en 1981 los titiriteros aparecieron por primera vez en escena manipulando los muñecos en La bella y la bestia. Dos años más tarde marcaron un hito con El gran circo criollo, obra emblemática que convocó cerca de 600 mil espectadores.
Hasta la muerte de Bufano, ocurrida el 8 de octubre de 1992, su compañera Adelaida Mangani codirigió el grupo y, posteriormente, pasó a ser la directora. Paralelamente es, desde sus inicios, la responsable del Taller de Titiriteros del San Martín, creado en 1987. Hoy, los integrantes del Grupo tendrán una triple conmemoración, al festejar los veinticinco años de la agrupación y los quince del taller, y a la vez recordar a Ariel Bufano, a 10 años de su fallecimiento (ver recuadro) en la sede del San Martín, con entrada gratuita. Página/12 dialogó con Mangani y con dos de los titiriteros más antiguos, Carlos Almeida, quien lleva quince años en el plantel, y Daniel Spinelli, quien forma parte del elenco desde 1984.
–¿Qué recuerdos tiene de aquel momento inicial con Ariel Bufano creando el grupo?
Adelaida Mangani: –En realidad, la creación del grupo fue un proceso. Yo no puedo decir que el primer día, cuando todo esto comenzó, ya estaba claro que desde ahí se iba a generar el grupo de titiriteros que después fue. Antes de ser convocados por Kive Staiff para el primer espectáculo, sí estaba en nosotros la idea del proyecto para generar un grupo de trabajo. Entonces, cuando empezamos a trabajar en David y Goliat, el primer espectáculo, nos insertamos en una institución que tenía este concepto de los cuerpos estables: había uno de actores y uno de ballet. Y se fue gestando la idea de crear un grupo estable de titiriteros. Empezó a nacer a partir de ese espectáculo. Tuvimos conversaciones con Staiff y hay que decir que quien tuvo la visión pionera fue él. Nosotros se lo propusimos, pero él podría habernos dicho que no. Se terminó de concretar con el segundo estreno, Carrousel titiritero. La iniciación fue un proceso no muy largo, pero se fue asentando y desarrollando esta idea que iba a ser revolucionaria respecto del arte de los títeres en la Argentina.
–Ustedes fueron pioneros en realizar, además de espectáculos para niños, obras con títeres para adultos.
A. M.: –El director del espectáculo no puede internamente estar pensando “si es para niños lo hago de tal manera y si es para adultos lo hago de tal otra”. Tiene que estar pensando internamente “es para el público”, por decir una cosa general. Pero sobre todo tiene que estar pensando “es un hecho estético”, que uno debe trabajar con todos los condicionamientos que el hecho estético tiene de por sí. Cuando nosotros hablamos de teatro para niños nos ha gustado siempre decir que es para todo público y no exclusivamente para niños. No queríamos restringirnos a ese criterio por el cual, durante muchísimos años, se discutió que el teatro para niños tenía que ser pedagógico o dirigido a determinados objetivos, o tenía que ser dividido por edades. Ahora esto ya no sucede, probablemente por la influencia muy grande que ejerció el grupo de titiriteros, más otros especialistas en teatro para niños y actores que fueron puliendo este criterio de que el teatro para niños tenía que ser muy dividido, en sectores, en etapas, en edades, si tenía que enseñar o no. Nosotros siempre tratamos de diferenciarnos, hacemos teatro para todo público. El niño lo va a captar en su nivel y el adulto en el suyo.
–¿Qué es un títere? ¿Un objeto que transmite alegría y tristeza? ¿Un elemento de manipulación artística?
A. M.: –Cuando los titiriteros se reúnen en congresos discuten y elaboran una definición. Se dice títere a todo objeto movido en función dramática. Después está como lo define cada artista.
Daniel Spinelli: –Sí, es así. En eso coincidimos todos como un hecho conceptual. Después hay visiones más subjetivas. A mí me gusta mucho, por ejemplo, el títere ligado a lo poético. Para mí es como poesía en movimiento. Me gusta trabajar y sentir al títere con autores que, a la vez de un lenguaje dramático fuerte, tengan un nivel poético en el desarrollo del texto.
Carlos Almeida: –Coincido que es un objeto movido en función dramática. Agregaría que este objeto que es inofensivo y que es una cosa, muestra el espíritu del ser humano con una potencia tal que desarma al espectador y al intérprete. Genera un vínculo tan profundo que, como decía Ariel Bufano, “un pedazo de tela y cartón muestra al hombre en su inmensa humanidad”.
–¿Qué siente el titiritero en esa relación que se establece entre el objeto y su manipulación?
C. A.: –Toda la expresión que uno como actor pondría en su propio cuerpo la pone en un objeto, en un material, en una cosa. Esta interpretación no es la decodificación inmediata de lo que haría el actor, del estilo “lo hago a través de un títere que responda a las mismas leyes”. Cada títere propone nuevas leyes. Entonces, uno se enfrenta al desafío de expresar, a través de una cosa, grandes emociones. El camino que se puede recorrer es infinito. Una de las mayores posibilidades que tenemos los titiriteros es primero conocer las leyes de nuestro arte, que es fundamental que las conozcamos, para después destrozarlas. Hay leyes, y la aventura de romperlas es inmensa.
A. M.: –Cuando el intérprete es un titiritero, se tiene que producir una síntesis entre el sujeto–titiritero y el objeto–títere. La expresividad que surge de esa síntesis es un lenguaje peculiar. Hay un lenguaje titiritero que no es el lenguaje del actor, y que no es un producto de un objeto plástico. Es otra cosa. Respecto a lo que siente el titiritero, se suele decir que el titiritero es alguien que se oculta detrás del títere, y eso es un mito. Yo creo que no sólo no se oculta detrás del títere sino que el títere te buchonea de tal manera que es como un objeto que te desnuda mucho más y que uno no se da cuenta de lo que está desnudando. El objeto es arrasador con lo que uno está expresando. Uno queda sumamente expuesto.
D. S.: –Es un fenómeno netamente emocional. Por supuesto que existe el dominio o la idea del estudio y el perfeccionamiento de la técnica. Pero fundamentalmente el vínculo que se tiene con el títere es primario, primordial, emotivo: puede hacer llorar o reír. Tiene un fuerte contenido mágico y categoría de instante, de eso que sucede en ese momento y no sucede más. No veo a la interpretación sólo como un fenómeno de manipulación sino como un fenómeno emotivo, psíquico y emocional que lo abarca todo, lo actoral y la manipulación.

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