ESPECTáCULOS
El cine más nuevo del mundo, en un paraíso escondido de Grecia
El Festival de Tesalónica ya lleva 43 ediciones caracterizadas por un amplio espíritu de selección, que le permiten ganar cada proyección internacional. Este año, la competencia incluye la argentina “El bonaerense”, junto a los nuevos films de Takeshi Kitano y Claire Denis.
Por Luciano Monteagudo
Es curioso, pero mientras que toda Grecia –y muy particularmente sus islas– ha sido justamente exaltada por los más diversos escritores del siglo XX, desde Henry Miller hasta Lawrence Durrell, pasando por Patricia Highsmith y Kazantzakis, Tesalónica parece en cambio un extraño tesoro escondido, al margen de la transitada ruta de la fama y el turismo. Situada a unos 500 kilómetros al norte de Atenas, sobre las costas del mar Egeo, la capital de la provincia de Macedonia –la segunda ciudad griega en población, con un millón de habitantes– le debe su nombre a la hermana de Alejandro el Grande y sus raíces son más profundas que el tiempo. Hay vestigios helénicos, romanos y bizantinos (después de Constantinopla, Thessaloniki fue el más importante centro religioso y cultural del Imperio Bizantino), pero la ciudad –que se veía muy bien reflejada en las brumosas caminatas que emprendía Bruno Ganz a la orilla del mar en La eternidad y un día, la película que la valió a Theo Angelopoulos la Palma de Oro de Cannes– tiene hoy una moderna, sobria, melancólica elegancia. Ese mismo carácter, amplio y cosmopolita, parece haber heredado el Festival de Tesalónica, que ya lleva 43 ediciones consecutivas y que en los últimos años no cesa de crecer en prestigio y proyección internacional.
El año pasado, Tesalónica organizó una amplia sección paralela dedicada a dar cuenta del fenómeno del nuevo cine argentino, con una veintena de films que iban desde Pizza, birra, faso hasta La ciénaga, pasando por Silvia Prieto, La fe del volcán y Mundo grúa, y ahora en esta edición -que comenzó el jueves y se extiende hasta el domingo 17– aquella presencia se ve reforzada por la participación, en el concurso oficial, de El bonaerense, de Pablo Trapero. Esta competencia, dedicada a primeros y segundos films, tiene mucho que ver en espíritu con la del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, en la medida en que el director, Michel Demopoulos, también se propuso estar atento a las últimas tendencias e impulsar a cineastas con algo nuevo y diferente para decir. “Son películas audaces, radicales, que plantean preguntas esenciales no sólo al cuerpo social que las produce sino también al mismo medio del que provienen”, afirma Demopoulos, que reunió 16 títulos no sólo de países centrales en la producción mundial –Francia, Italia, Japón, Estados Unidos– sino también de regiones sin tradición de cine, como Palestina, Tailandia y Eslovenia.
Entre los doscientos films de cuarenta países que participan de toda la muestra, el cine griego por un lado y por otro el de los Balcanes (Tesalónica es un punto clave de encuentro para los cineastas de la zona) tienen sus propias secciones informativas, al margen de su participación en la competencia oficial. A su vez, la sección “Nuevos horizontes” ratifica el compromiso del festival con el cine más actual, de búsqueda y riesgo, en un amplio arco que abarca tanto Dolls, la nueva película de Takeshi Kitano, como Vendredi Soir, de Claire Denis, o The Turning Gate, del extraordinario cineasta coreano Hong Sang-soo, conocido en Buenos Aires a través de El poder de la provincia de Kangwoon y La virgen desnudada por sus pretendientes, y a quien Tesalónica este año le dedica un foco especial a su obra.
No es el único que tiene su retrospectiva. Dos miembros del jurado oficial, el italiano Marco Bellocchio y el estadounidense Bob Rafelson, también son homenajeados con muestras dedicadas a repasar todo su cine. En el caso de Bellocchio, se suma además una muestra de los bocetos y apuntes gráficos que preceden a cada una de sus películas y que se exhiben en el Museo de Arte Moderno de Tesalónica. Este año, más que nunca, el festival parece haber prescindido de las estrellas para concentrarse casi exclusivamente en los realizadores. Parafraseando el título de un libro de entrevistas de Joseph Gelmis, “el director es la estrella”. Por ejemplo, el húngaro Béla Tarr, que no sólo llegó para presentar Sátantángo, ese monumento de siete horas y media que en la edición del Bafici 2001 deslumbró a los porteños, sino también una retrospectiva de su obra, que incluye sus cortos y trabajos para la televisión.
Es sorprendente, por ejemplo, comprobar cuán diferente de Sátantángo era su cine a comienzos de los años ‘80 y, al mismo tiempo, cómo estaban ya allí, increíblemente presentes, los núcleos estructurales de su obra maestra. En la lejana Relaciones prefabricadas (1982), por ejemplo, Tarr sigue bien de cerca la crisis de un matrimonio de trabajadores de una ciudad de provincia y lo hace con una cámara nerviosa, en mano, que recuerda tanto al cinéma verité como a Una mujer bajo influencia en particular y a los films de John Cassavetes, en general. Pero, al mismo tiempo, ese cuestionamiento a los confusos valores que mueven a sus protagonistas –y que debe haber causado estupor en el politburó del comunismo de entonces– está construido con esos macizos bloques temporales tan característicos de Sátantángo y que parecen los capítulos furiosos de una novela, escritos casi sin respirar, sin puntos ni comas, como si se tratara de un eterno presente continuo.
De esos raros descubrimientos, que no siempre tienen que ver con una novedad o un estreno, está hecho también un festival como el de Tesalónica. Que sigue siendo todavía, a pesar de sus siglos, una ciudad nueva, también a descubrir.