ECONOMíA

“Me tienen podrido, lo mejor sería no acordar”

Pese a las declaraciones públicas, las diferencias con el FMI persisten. Lavagna no quería viajar, pero lo convenció Taylor. El juego de la negociación interminable, con o sin acuerdo.

 Por Maximiliano Montenegro

Roberto Lavagna abandonó por un instante la serenidad que lo caracteriza para confesarse ante un par de sus más estrechos colaboradores. “La verdad es que me tienen podrido. A esta altura lo mejor que nos puede pasar es que no tengamos acuerdo”, los sorprendió. Pese a las declaraciones públicas de los últimos días, las distancias entre lo que exigen los funcionarios del FMI y lo que ofrece el equipo económico siguen siendo grandes. Tanto es así que Lavagna no tenía ningún interés en viajar a Washington. Sólo un pedido expreso del subsecretario del Tesoro, John Taylor, convenció al ministro de subirse al avión esta noche. La única promesa fue “seguir avanzando”.
Los puntos de discordia son conocidos. Se concentran en el área fiscal –la magnitud del ajuste extra que reclama el Fondo–; y la cuestión de los amparos, un tema que el FMI quiso en algún momento arreglar directamente con la Corte Suprema, algo sólo visto hasta ahora en alguna oscura negociación con dictaduras y republiquetas africanas. Después, aún quedan por definir todavía cuestiones más instrumentales: por ejemplo, cuál será el cronograma de liberación cambiaria, o los pasos a seguir en la reestructuración bancaria. En el tema tarifas públicas, en cambio, hay un principio de acuerdo, ya que el FMI aceptaría un ajuste del 10 por ciento para este año, con el compromiso de evaluar aumentos escalonados a partir del año próximo.
Las negociaciones son como un limón. Sólo pueden exprimirse hasta la cáscara. Pero el Fondo hace rato que exprime cáscara, y nada. El propio ministro lo planteó ayer, en un artículo de opinión publicado en Clarín. En esa nota, Lavagna recrimina al FMI exigir metas irrealistas, imposibles de cumplir, y a los ministros que lo precedieron, haberlas aceptado. El resultado: desde 1987, la Argentina pidió 18 waivers (perdones) al organismo e incumplió 5 de los 7 acuerdos que firmó.
No es lógico pensar que los burócratas de Washington crean que, a esta altura, Lavagna es un peronista de la vieja guardia, que sigue mintiendo en la mesa de negociación para –apelando al lenguaje de la city– dar rienda suelta al populismo de una dirigencia política corrupta. Es difícil también creer que en el Fondo sean tan necios como para no darse cuenta de que, si se pretende mantener la democracia, no hay mucho margen para presionar a los otros poderes del Estado –el Judicial y el Legislativo– sin que el descontento social termine por tumbarlos.
Entonces, ¿para qué seguir exprimiendo la cáscara? Hay una respuesta coherente. Al Fondo le interesa que la negociación no termine nunca, al menos, hasta que termine el gobierno de Duhalde. Mientras tanto, la Argentina no caerá en cesación de pagos, porque siempre habrá manera de refinanciar los vencimientos que se vayan presentando. Ese concepto de negociación interminable está incluido en los propios borradores de carta de intención que fueron y vinieron de Washington.
Aun para el caso de que se llegue a un acuerdo, la carta prevé monitoreos “bimestrales” de las metas: uno en enero, otro en marzo y justo después de la asunción del 25 de mayo. En este último caso, para integrar a la negociaciones a los equipos del nuevo presidente. Así, si en noviembre Lavagna lograra estamparle la firma a un acuerdo, ya en enero debería volver a sentarse a negociar.
Lavagna entendió el juego. Por eso insiste en medio de la negociación con medidas que irritan al Fondo Monetario, como el proyecto de rebajar en 2 puntos el IVA. Tiene la esperanza de sacarle jugo a la reactivación.

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