ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A LUISA VALENZUELA, ESCRITORA
La Argentina es el país latinoamericano que menos
La autora de “Aqui pasan cosas raras” habla de la convulsionada sociedad argentina, de sus esperanzas a mediano plazo y de cómo la literatura puede abordar los temas dolorosos, elaborándolos. Tiene autoridad para eso: fue una de las narradoras que más trabajó sobre el tema de los abusos terroríficos de la dictadura 1976-1983.
Por Angel Berlanga
Una tormenta de verano acaba de pasar, impiadosa, por Buenos Aires y Luisa Valenzuela, en su casa del barrio de Belgrano, se agarra la cabeza por tercera vez. Apenas un rato atrás, mientras abría la puerta azul de su casa, la calle Blanco Encalada, a unas pocas cuadras del hogar-estudio de la escritora, se había convertido otra vez en río y los autos flotaban corriente abajo en sintonía con las cajas de cartón, las mercaderías de comerciantes desprevenidos y las promesas de los funcionarios que explican que el dinero de las obras que solucionarían el problema fue a parar a ayudas sociales. Lo que alarma a Valenzuela, sin embargo, lo que la lleva a tomarse la cabeza con ambas manos, son las preguntas relacionadas con alertas institucionales sobre horizontes cercanos: posibilidades de tormentas nacionales desatadas por un próximo gobierno, con las consecuentes corrientes devastadoras que convertirían al río Blanco Encalada en una anécdota. “¿Se imagina a Menem presidente, otra vez?”, acaba de oír, y el gesto se repite en la entrevista por tercera vez.
La obra de esta narradora tiene a lo siniestro, a lo ocultable detrás de la oscuridad del poder y la política, como uno de sus temas predominantes. En cuentos como Cambio de armas (1982) y Simetrías (1993) abordó, por ejemplo, los horrorosos sometimientos de los militares de la última dictadura a mujeres secuestradas durante ese período. En tiempos de José López Rega, aquella morbosa sombra tras el último Perón y la increíble Isabelita Martínez, escribió Aquí pasan cosas raras (1975). “Era la época del pregolpe militar –dice–; iba a los cafés y escribía historias inventadas a partir de lo que percibía: cuentos grotescos, con mucho humor negro”. En enero de 2002 Valenzuela publicó en Página/12 un artículo en torno a las reacciones sociales que marcaron la caída de Fernando De la Rúa y pusieron en jaque a la clase política tradicional. “Quizás empezar de cero no sea tan negativo, después de todo: permite la regeneración”, escribió. “Nos han cortado la cola de lagartija, lentamente nos crecerá otra distinta. Es hora de rever no sólo nuestra perversa economía de mercado sino también nuestros mitos”.
–Se la notaba entusiasmada. ¿Y ahora?
–La situación está muy mal para mucha gente. Lo que sí me entusiasma es este contacto con la realidad, donde muchos pensamos que todos tenemos que hacer algo. Me parece entusiasmante el grado de solidaridad: las fábricas autogestionadas, la organización de los cartoneros. Hay una conciencia en la que se tocan las clases sociales, y está saliendo a la superficie lo mejor del argentino, que es su capacidad de afecto, de acercarse al otro. En esta limpieza afloran, también, los horrores que se estaban tapando; aunque no se resuelvan, salen a la luz. Me refiero a los manejos políticos y, por ejemplo, a los casos de niños apropiados, a los horrores de la dictadura.
–¿Los intelectuales generan propuestas a futuro, más allá de análisis sobre presente y pasado?
–Hay de todo: una serie de economistas de la UBA, por ejemplo, está generando propuestas, y también sociólogos; los intelectuales inclinados a la ciencia. El intelectual-artista, más que generar propuestas, tiene que movilizar, ofrecer la posibilidad de moverse desde un lugar prefijado, desde una “certidumbre” que ya no sirve. Tal vez pueda generar propuestas pero no desde el dogmatismo, sin caer en el “yo tengo la precisa”. Lo importante es abrir el diálogo: estamos muy separados entre nosotros. Desde distintos núcleos se van haciendo cosas: hubo un Congreso de la mujer contra la corrupción, por ejemplo. Lo difícil hoy es hacer una cosa masiva: no está el horno para este tipo de bollo gigante. Es un horno para bollos chiquitos: después se armará una masa general.
–En el artículo del año pasado subrayaba que vivíamos entre los fantasmas de las cosas. ¿Cómo evolucionó eso?
–Lacan dice que partiendo desde aquello que se cree la percepción de lo real, se pasa por el imaginario y se llega a lo simbólico, que es la totalización de la idea que todos queremos compartir. El imaginario es aquello que uno quiere que ocurra. Y siempre pensé que somos un pueblo que se queda mucho en lo imaginario, en la expresión de deseo: vemos lo que queremos ver. Desde siempre nos hemos hecho muchos fantasmas: íbamos a ganar la guerra de Malvinas. iba a venir la figura carismática que nos salvaría. ¿Para qué la queremos? Es lo último que tendríamos que esperar, porque eso envuelve de nuevo en el engaño y la ilusión. Cuando se pierde la ilusión es tremendo, pero permite construir desde un punto menos utópico. Lo que no hay que perder es el brío del empuje vital. Aunque desgraciadamente hay situaciones tan terribles que no permiten eso, al mismo tiempo aquellos que más o menos pueden están peleando. Me refiero a los nuevos diseñadores, a toda la movida cultural, al nuevo cine argentino. Y también pelean los que parecieran no tener posibilidad: el tren solidario con Tucumán de los cartoneros, por ejemplo, es maravilloso. Gente que podría estar completamente entregada a la desesperación y al hambre logra ayudar a otros y sobre todo logra despertar conciencias.
–Usted escribió varios libros de ficción con elementos tomados de la realidad, con el ojo puesto fundamentalmente en el manejo del poder. ¿Trabajó en esa línea en los últimos meses?
–Estoy como en una impasse, mirando... Un par de veces hice literatura sobre lo que estaba ocurriendo, los cuentos de Aquí pasan cosas raras, y durante la hiperinflación Realidad nacional desde la cama. Tengo ganas de poder hacer algo así, representar en una metáfora lo que está pasando ahora. No me sale. Esas cosas no se pueden provocar, no se pueden elaborar desde el consciente, porque para eso escribo una nota periodística o un ensayo. Pero no tengo “una verdad” que contar.
–También hizo ficciones con el tema del horror de la dictadura. ¿Se puede escribir ficción con el tema de las muertes por desnutrición?
–Son temáticas muy difíciles de abordar. Es un tema que nos concierne a todos, quizás más que la tortura. Es extraño lo que estoy pensando, porque siempre nos sentimos fuera del tercer mundo, de alguna manera. Veíamos Biafra y cosas tremendas en el resto de América latina, y el argentino se sentía como en una cáscara que nunca existió. Ahora sabemos que estamos ahí. No sé si es esto lo que yo tocaría: da mucho dolor. Pero uno no puede sustraerse porque dé dolor. Y tampoco se puede hacer desde afuera, porque entonces sería oportunista. Hay que hacerlo desde un sentimiento totalmente integrado, sin caer en patetismos y sin buscar arrancar lágrimas en el lector.
–¿Por qué son tan poco leídos los autores argentinos de ficción?
–La Argentina es el país latinoamericano que menos lee a sus propios autores. Tal vez esté vinculado con lo que decía al principio: la necesidad de idealización y de no enterarse. Hay interés por enterarse de lo inmediato, por lo periodìstico. La literatura es más compleja. El libro, además, sigue estando muy caro.
–¿Cuáles son tus expectativas respecto del proceso electoral?
–(Se toma la cabeza.) Lo único que pido es que haya alguien medianamente potable para votar. Espero no tener que votar en blanco: me parecería atroz. Por ahora todo es de tal saña... Lo de los radicales es increíble. Voy a votar lo más lejos posible del modelo anterior. Hay sectores que están haciendo cosas interesantes, como las asambleas, o la CTA. ¿Pero quién quiere agarrar esta papa caliente? Este gobierno, con todos sus errores, logró mantener cierta cordura. Creo que Lavagna actuó bien, dentro de lo que yo entiendo.
–¿Teme el retorno de un gobierno autoritario? Aldo Rico, por ejemplo, según algunas encuestas, está bien posicionado en la provincia de Buenos Aires...
–(Vuelve a tomarse la cabeza.) ¡No, qué horror! Eso siempre es de temer. Y también le temo al clientelismo tradicional del peronismo. A muchos les conviene los desocupados, los planes trabajar. Eso es un peligro real. Iba a decir que prefería no hablar de eso, pero hay que hablar, porque sino un buen día el monstruo está ahí otra vez.
–¿Se imagina a Menem presidente, otra vez?
–Seguiría la miopía total. No sólo es gente que robó: también sembró la corrupción y logró corromper a mucha gente. Me da miedo. Sería atroz volver a esas manos, y estar con gente que no aprende nada, nunca.
–¿Qué sensación le produjo la muerte de Galtieri?
–Lamento que esta gente se muera así, que de una extraña manera se salve con la muerte, sin decir algo, al menos, sobre lo que se está tratando de averiguar acerca de paraderos y crímenes de la dictadura. Es tremendo ir perdiendo estas posibilidades de saber; ahí está Massera, también. Al mismo tiempo mueren en su ley: una ley de mierda.