ESPECTáCULOS › LA PELEA NOCTURNA VIENE DE LA MANO DE LA NUEVA TELENOVELA
No hay verano para las ficciones
En la pantalla se impone el familión y el romance contrariado, pero varía el target: porteños, gitanos, familias de los ‘80. Vuelve el melodrama y se retira el costumbrismo que impuso como su sello distintivo la factoría Pol-ka.
Por Julián Gorodischer
Lo primero es el arbolito genealógico: será necesario para decodificar esta invasión de clanes extendidos (los Heredia, los Bertolotti, los Pagliaro...), un regreso al familión que puede llegar a confundir al recién llegado. Hijos y padres, en la ficción, viven por estos días un regreso a las pasiones tempestuosas, ya sea para amar al hijo/a del enemigo de su padre o para reaccionar a la negativa que impone el melodrama: “Está prohibido”. Los hijos en “Costumbres argentinas” son un clan en sí mismo, la clásica “mesa de los chicos” que se divierte en el picnic mientras sus padres erotómanos (Carlín y la Picchio) visitan el hotel alojamiento. El zapping de ficciones comienza y los que aparecen son estos raros ‘80, donde papá y mamá están siempre calientes entre sí y, por si fuera poco, histeriquean al vecino/a. Los niños, en cambio, tocan la guitarra o se cruzan miradas inofensivas entre los yuyos y el Rosedal, y después cantan a Tanguito y se toman la Crush entera, como para que no queden dudas: esto es el pasado.
- Picnic, Tanguito y Tiki Taka. En estos extraños ‘80, la felicidad se traduce en abundancia de colores flúo, flores y camisas hawaianas. Hay sillitas plegables, ropa tres talles más grandes, look de dama joven y de caballerito para ellos y ellas, como si más que los ‘80 esto se tratara de un pasado remoto sin anuncios de una “cultura joven”. Aquí, a los chicos no se les reserva un look a medida: son pequeñas reproducciones de papás y mamás, con una variante de excepción para su protagonista, Tomás Fonzi, con infaltable remerita Superman. Los ‘80 de “Costumbres argentinas” (Telefé) son apenas un catálogo de objetos: una gaseosa, un juego de mesa, una canción, Tanguito mezclado con Sandra. Los ‘80, dice Marcelo Tinelli en la promoción, son “una década hermosa” que se pasa al aire libre y en ojotas, el nacimiento del amor aunque sea entre familias enfrentadas (¡otra vez!), apenas una anécdota sin otro objetivo que salirse del costumbrismo de barrio en versión Pol-Ka y contada como lo haría el melancólico: época de familias bien constituidas y de chicos jugando en la vereda, sin represión ni desaparecidos, ni exilio ni peligro alrededor. Apenas con un festejo diferido: “Argentina, ¡campeón del mundo!”.
- ¡Qué bien le sale el gitano! Otra vez, al arbolito para entender esta marea de gitanos que toman mate o dicen “¡Joder!” todo el tiempo, en voz de Osvaldo Laport, españolismo que marca la diferencia. Quien fue indio, boxeador y tanguero en ficciones sucesivas, ahora tiene un enorme tatuaje en la espalda, un diente de oro, y habla raro: “El destino me ha llevado a enamorarme de la mujer de la que se enamoró mi hermano”. En “Soy gitano” (Canal 13) la fórmula es segura: serás un Heredia y te enamorarás de una Amaya, y eso no está permitido. Lo que queda es complicar el cuadro de filiación: hay muchos Heredias y muchas Amayas, y hay terceros en el medio como para que el contacto se demore. Laport echa mano a una pronunciación muy rara y anda en cueros (¡otra vez!), pero es un héroe digno y como los de antes que le deja la chica al hermano. Estos gitanos machistas mandan a las mujeres al cuarto cuando hay visitas e imponen un encierro de castidad que se vence cuando aparece el elegido. Los gitanos en versión Pol-Ka (un esfuerzo de corrección política) manejan empresas, son atentos y corteses, integrados y muy lindos. Por esas rarezas que sólo pasan en las tiras, tienen un acento que varía entre el porno soft (“el Niño te perfora”, dice la gitana), la declaración de principios (“la mujer de mi hermano no se toca”, dice el gitano) y el recitado en performance lorquiana, siempre a cargo de Laport: “Yo pronuncio tu nombre en esta noche oscura...”.
- Viveza criolla y final con moraleja. Los vivos de “Malandras” (Canal 9) introducen, por fin, algo de ironía en las noches de ficción para poner en crisis el ideal costumbrista: aquí tanos y gallegos se traicionan, sehacen camas, se mandan a la cárcel, se interponen entre sus hijos y delatan la factura Borenzstein en el off: una trama que recorre los mitos del porteñismo y agrega, cómo no, el romance trunco entre hijos de enemigos, como si esta temporada guionistas de cualquier extracción quisieran su propio cover de Romeo y Julieta en clave diaria, con padres amenazando “No te acerques” en las más variadas formas, en tono papimafi (Rodolfo Ranni), señor civilizado (Lito Cruz), canyengue simpático (Carlín) o galán de los de antes (Arnaldo André). En coro sinfónico, coincidente arreglo musical, los hombres de la ficción repiten su imposición, y los hijos narran su tragedia: accidente de auto para Damián de Santo y Julieta Cardinali en “Malandras”, o affaire con el hermano para “Costumbres...” y “Soy Gitano”.
- El único rebelde de la temporada, el que se sale de la tribu para contar una historia de dos (“Resistiré”, Telefé), abre el juego a otro clásico: chico pobre de buen corazón tiene amplias posibilidades de conquistar a la niña bien. Rige la democracia del corazón y la movilidad de clases en “Resistiré”, donde el amor borra fronteras y, para aggiornarse, se recubre de qualité mediante la canción de Kevin Johansen (“Down with my baby”), la foto en blanco y negro que abre el cuadro, o la actriz teatral (Carolina Fal, Leonor Manso) pronunciando el texto con convicción. Más allá, sólo queda –como en las otras tiras– un regreso a las fuentes en estado bruto: amor trunco, desencuentro, villano haciendo de las suyas (Fabián Vena) y la moraleja que se anticipa como una fija: el amor triunfa.