ESPECTáCULOS › FESTIVAL DE BERLIN
Las ocho diosas del cine francés en un policial algo desquiciado
Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Emanuelle Béart y Fanny Ardant son algunas de las caras del film de François Ozon, una de las sorpresas agradables en una muestra que tiene de todo.
Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín
Crímenes y pecados. O culpas y redenciones. Pocos films de la competencia oficial de esta nueva edición de la Berlinale escapan a estas constantes temáticas que reaparecen, una y otra vez, en los films más diversos, de directores debutantes o consagrados, estadounidenses o europeos. En Bloody Sunday (Domingo sangriento), el realizador inglés Peter Greengrass elige un estilo pseudodocumental, casi a la manera de un noticiero de TV (de hecho, Greengrass se formó en la BBC), para refrescar la memoria sobre una tragedia que los irlandeses no olvidan, cuando 30 años atrás el ejército británico cargó sobre una multitud de civiles que marchaban pacíficamente por las calles de Derry, dejando un saldo de 13 muertos. (¿Alguna vez se hará en Argentina un film sobre lo que pasó en Plaza de Mayo el 20 de diciembre?). En el otro extremo del arco expresivo, el cineasta neoyorquino Amos Kollek hace de Bridget (a cargo de su actriz-fetiche Anne Thompson) un descenso de la protagonista a su propio infierno interior, para luego emerger de sus propias cenizas.
Ya sean temas sociales o intimistas, planteos que tienen que ver con la Historia con mayúsculas o con las pequeñas historias de todos los días, pocos aquí en la Berlinale parecen librarse de su ordalía. Como Kevin Spacey en The Shipping News, por ejemplo, que debe sobreponerse no sólo a la vida terriblemente gris de su personaje (un viudo arrastrado con su pequeña hija a una casa en los confines del mundo) sino también a la indiferente dirección del sueco Lasse Hallström. No le va mucho mejor a Billy Bob Thornton en Monster’s Ball: también viudo, guardiacárcel, encargado de llevar a los condenados a la silla eléctrica, es un racista militante, cuyo hijo se suicida ante sus propios ojos. La salvación le llegará de la mano de la viuda (la actriz negra Halle Berry) de uno de los hombres que él mismo puso en el cadalso.
También de estos crímenes de leso cine la Berlinale tiene formas de redimirse. La película del italiano Silvio Soldini, Brucio nel vento, por ejemplo, viene a demostrar que el éxito comercial quizás no lo es todo, que el director de Pan y tulipanes está dispuesto a intentar un cine distinto, más austero, menos demagógico, y animarse a narrar la historia de un amor enfermizo, que recuerda en parte al que describía Patricia Highsmith con precisión clínica en su novela Ese dulce mal. Los alemanes también tuvieron su segunda oportunidad después de Heaven, el vilipendiado film de Tom Tykwer. Y no la desaprovecharon. Der Felsen (o Mapa del corazón, como también se la conoció aquí), de Dominik Graf, expone de manera laberíntica la relación que una turista alemana varada en Córcega establece con un delincuente juvenil. La película de Graf sugiere un cierto cambio de aire en el cine alemán, dato que –fuera de competencia, en el Forum del Cine Joven y en el Panorama, respectivamente– confirman dos promisorios debuts: Klassenfarht (Viaje de egresados), de Henner Winkler, y Bungalow, de Ulrich Köhler.
Cada uno a su manera, el film danés Pequeñas desgracias, de Annette K. Olesen, y el húngaro Tentaciones, de Zoltán Kamondi, también hablan –con algo de humor y melancolía– de cicatrizar heridas y recomponer lazos de afecto. Pero se diría que los dos títulos más llamativos que ha presentado hasta ahora la competencia de la Berlinale –cuando todavía faltan exhibirse films de Wes Anderson, Otar Ioselliani, Costa-Gavras y el coreano Kim Ki-duk– fueron aquellos más anómalos, no sólo al espíritu general, sino también a las normas tácitas que suelen regir al concurso oficial. Se trata de El viaje de Chihiro, del japonés Hayao Miyazaki, y 8 femmes (8 mujeres), del francés François Ozon. El primero es un film de animación, algo excepcional en una competencia, si no fuera porque ya el año pasado Cannes se animó a poner en la suya a Shrek. El segundo se trata de un divertissement descabellado (las comedias tampoco suelen aspirar a los premios), que reúne a la primera línea de actrices de Francia, empezando por Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Emanuelle Béart, Fanny Ardant y la venerable Danielle Darrieux.
La película de Miyazaki (autor de La princesa Mononoke, que llegó a tener algunas multitudinarias exhibiciones clandestinas en video en Buenos Aires) es una suerte de Alicia en el País de las Maravillas, la aventura de una niña en una realidad paralela, regida por una lógica onírica. Se diría que todo en El viaje de Chihiro está concebido como un sueño, o una pesadilla, por momentos de carácter casi lisérgico, como las que le acontecían al legendario personaje de historieta Little Nemo. Por su parte, la naturaleza hipnótica de 8 femmes proviene de las chispas que se sacan las grandes divas del cine francés, recluidas por Ozon en un set deliberadamente teatral, en el que animan una pieza policial al estilo de La ratonera, de Agatha Christie, pero a la que el director parece haberle sacado todos los tornillos, hasta convertirla en una disparatada comedia musical. De los dos films de Ozon conocidos en Buenos Aires, 8 femmes está mucho más cerca, por supuesto, de la lectura posmoderna que el director hacía de Fassbinder en Gotas de agua sobre piedras ardientes que de la sorda tragedia de Bajo la arena. El humor sofisticado, la estilización chic, los premeditados manierismos de actuación, todo en 8 mujeres está al servicio de un film sin duda frívolo, pero también excéntrico, original, donde por una vez un reparto de puras estrellas no hunde a la película sino que, por el contrario, la ayuda a levantar vuelo.