ESPECTáCULOS › “HOSPITAL PUBLICO”, LA NUEVA FICCION DE AMERICA
La medicina sin sobredosis
El mejor logro del primer capítulo fue su aire de credibilidad, que evita la emulación de “ER” y se apoya en experiencias reales.
Por Eduardo Fabregat
El desafío puede parecerse a alguna instancia límite en el quirófano: ¿Cómo hacer una serie televisiva argentina sobre un tópico harto conocido y visitado como el del viaje al interior de un hospital? ¿Cómo evitar la referencia demasiado marcada a los clásicos, incluyendo un monstruito del rating como “ER”? Finalmente, ¿cómo generar credibilidad partiendo de historias y ámbitos reales que, producto de las coordenadas socioeconómicas del país, a veces parecen pura ficción? Frente a esos condicionantes, “Hospital público” (América, martes a las 23) tuvo un debut digno. Mejor aún: tuvo un debut creíble.
El director Edi Flehner tiene un currículum que lo relaciona –como productor– con películas de Adrián Suar como Cohen vs. Rosi y Comodines, buenos experimentos independientes como 76 89 03, la realización publicitaria y videoclips como “Mariposa traicionera”, de Maná. Pero a la hora de su primera serie prefirió hacer uso del oficio más que del estilo, y así fue que el primer episodio, “Puede que te dañen”, evitó los potenciales lugares comunes. No apareció ningún médico enfurecido porque “faltan gasas” o alguna otra alusión fácil al estado catastrófico de los centros de atención argentinos. Las escenas de sangre, filmadas en operaciones y cesáreas reales, ilustraron sin efectismo. No se abusó de musicalizaciones de subrayado dramático excesivo. No asomó ese costumbrismo-Suar que podría haber contaminado toda relación interpersonal en la trama: ni siquiera se vio a alguien resolviendo sus líneas con un mate en la mano.
Lo que hubo en “Hospital público”, entonces, fue el retrato de un día frenético, pero un día cualquiera en la vida de esos médicos. Y en ese retrato también hubo una decisión artística importante: en vez de perder tiempo en la presentación de personajes, el programa fue a los bifes, metiéndose de prepo primero en el impactante accidente entre un colectivo y un auto que dio inicio a las historias, y después irrumpiendo en el hospital junto con las camillas, tomando a cada personaje en un devenir natural. El único quiebre fue la pintura familiar de la Dra. Quiroga (Virginia Innocenti), pero necesario en función dramática (su retraso en llegar al hospital disparó un conflicto con el jefe de Guardia por un parto problemático), y disfrutable por la solvencia y encanto con que Innocenti resolvió la escena, un tira y afloje entre la madre atosigada, sus hijos y un marido apático (Claudio Rissi).
A partir de allí, el episodio se apoyó en tres casos derivados de aquel choque: el conductor del auto, que muere en la misma guardia, y su hermano, que espera vanamente hasta que, a última hora, Innocenti se ve en la obligación de comunicarle la muerte; una mujer embarazada que sufre convulsiones y un chico que presenta golpes no provocados por el accidente, convertido en el nudo de la trama. Girando sobre estas obligaciones médicas, el elenco tuvo momentos sólidos y matices que dependerán del desarrollo de los si-guientes episodios: Mauricio Dayub (Dr. Grotz, jefe de Guardia), por ejemplo, pareció poco cómodo en su rol, y ciertos manejos algo torpes de cámara subjetiva (en una discusión con el personaje de Pablo Rago) remarcaron el efecto, aunque quizá tuviera que ver con el envaramiento de un personaje afecto a la burocracia y las triquiñuelas de escritorio.
Lo apuntado, de todos modos, no afecta el clima general conseguido. Rago (Dr. Benegas, clínico) dosificó bien su espíritu de involucrarse con los pacientes y lució –otra vez– creíble en su ataque de furia contra el padre del chico golpeado, para dibujar una buena máscara de confusión ante la revelación de que la castigadora era la madre. Natalia Lobo (Dra. Lozano, residente de Cirugía) tendrá que trabajar para despegarse de esa imagen sex symbol que provocó que ya en el debut anduviera mostrando carne, en un coitus interruptus con el Dr. Grotz bien resuelto. Innocenti mezcló bien las dosis de profesional 100 por ciento, madre preocupada porconseguir una bandera de Naciones Unidas para el colegio (que finalmente le cose Funes, el encargado de mantenimiento que acostumbra ¡tocar el bandoneón en las calderas!). Los personajes secundarios, sobre todo la Dra. Dickman (Jimena Anganuzzi, vista antes como la novia del Negro en “Tumberos”), acompañaron sin desbordes y con criterio. No son pocos logros para un proyecto cuyo mayor riesgo era la caricatura y hasta la vergüenza ajena, pero que terminó cerrando con buen pulso, ni tan cerca de “ER” ni tan lejos de lo que vive un médico real en el día a día. Que quizá tenga críticas más sutiles que enarbolar, pero seguramente habrá visto algo de su mundo reflejado en la pantalla.