ESPECTáCULOS › MARILU MARINI HABLA DE LA OBRA QUE PRESENTARA EN EL FESTIVAL
“Aquí estoy como mujer y actriz”
La excepcional actriz, que vive en Francia desde los ‘60, presentará “Oh! les beaux jours”, una pieza de Samuel Beckett en la que compone a Winnie, una mujer desesperada que le demanda un fuerte compromiso emocional y físico.
Por Hilda Cabrera
Winnie es uno de los personajes más célebres de la dramaturgia universal. Enfrenta al espectador con un misterio único, como es el de la propia muerte, y sin grandes gestos. Winnie aparece enterrada hasta más arriba de la cintura en un montículo seco levantado en medio de un páramo. La imagen es potente, y recuerda en algún punto aquella otra, tan diferente sin embargo, del perro semienterrado en la arena de un impactante cuadro de Goya. Su creador, el dramaturgo, ensayista, poeta y novelista Samuel Beckett, disparó así, con ascética disposición de actriz y elementos, infinidad de significados. Los artistas, estudiosos y espectadores que intentaron evaluar a este personaje de Los días felices no se pusieron necesariamente de acuerdo. Hubo quienes señalaron en esta obra del autor irlandés –revolucionario de la literatura como otro compatriota suyo, James Joyce, de quien fue amigo en París– su carácter metafísico. Otros optaron por subrayar los gestos y las frases de una mujer metódica, reiterados en el transcurso de una vida que se sugiere “no ha sido mejor ni peor”, acercándose con esto a una estrategia de resignación. Algunos se han aventurado a más, y quisieron ver en Los días felices un sueño de amor nunca perdido. Lo delata el momento en que Winnie imagina que su marido, Willie (el hombre que repta en torno del montículo), le dirá finalmente que la desenterrará con sus manos.
La actriz argentina Marilú Marini, radicada en Francia desde fines de los años ‘60, es quien compondrá ahora a esta inigualable Winnie en la versión que bajo el título de Oh! les beaux jours estrenará representando a Francia en el IV Festival Internacional de Buenos Aires, que se desarrollará en varias salas de la ciudad entre el 9 y el 28 de este mes. Dirigida por Arthur Nauzyciel, y acompañada por Marc Toupence en el papel de Willie, Marini recreará palabras, gestos y pausas de esta pieza excepcional. Incluso aquellos silencios que a veces dicen más que las palabras y que a la actriz le recuerdan paisajes de su infancia, adolescencia y juventud. “Paisajes que aportan energía cuando se quiere ser creativo”, dice Marini en la entrevista con Página/12, preparada ya para reanudar los ensayos de una obra que mostró recientemente en España.
“Winnie se me aparece como alguien que se atreve a organizar lo cotidiano con buen humor a pesar de la angustia y el dolor que intentan destruirlo”, apunta la actriz. Esta versión nació luego de un trabajo de laboratorio en el Centro Dramático de Lorient, en Bretaña, “donde se realizan obras experimentales vistas por toda la ciudad y no por una élite. El Teatro de Lorient transformó la ciudad con la cooperación de escuelas, empresas y artesanos”, cuenta. En Oh! les beaux jours, Winnie habla consigo misma y ve las cosas como quiere que sean. Intensifica esa necesidad recurriendo a asuntos de la vida diaria y manipulando objetos que saca de un bolso: objetos usados, entre éstos un cepillo de dientes cuyo mango examina y lee: “Totalmente garantizada... genuina, pura”. Cada tanto vuelve sobre su propio cuerpo y las sensaciones que experimenta, y dice: “Ningún cambio, ningún dolor”. Esta pieza memorable fue estrenada por primera vez en Buenos Aires por Luisa Vehil y Rodolfo Morandi en el Teatro Liceo, dirigida por Jorge Petraglia. El actor y director Miguel Guerberof la repuso en 1984, en el Lasalle, con Chunchuna Villafañe y Osvaldo Tesser, y en 1994 se la vio en la Sala Cunill Cabanellas del TSM, con puesta de Alfredo Alcón e interpretaciones de Juana Hidalgo y Oscar Escobar.
Los montajes se sucedieron a nivel mundial desde la première en Nueva York. Fue en septiembre de 1961 y en inglés, idioma en el que fue escrita con el título de Happy Days. La dirigió Alan Schneider. Dos años después, esta Winnie que niega su agonía en esta obra “inexplicable”, según escribió el mismo Beckett, fue presentada en el Teatro Odeón de París, con Madelaine Renaud, conducida por Roger Blin. Marini, quien presenta ademásotro espectáculo en el Festival (Un animal de dos lenguas, junto a Enrique Pinti, en una especie de “cabaret” sobre textos de Alejandro Urdapilleta y Jacques Rebotier), no pierde contacto con la Argentina: lee los diarios por Internet y cuando puede se pone en acción. En una visita a Buenos Aires, en junio pasado, realizó entrevistas para France Culture (radio y TV): “Hice una serie de cinco emisiones sobre la respuesta positiva que tuvieron los intelectuales y artistas argentinos frente a la crisis económica y social del país. Difundí la opinión de la gente de teatro y cine, libreros, escritores, sociólogos y músicos. Es importante que se sepa cómo actúa, por lo menos un sector de la Argentina, frente a una situación que sigue siendo difícil, y cómo se esfuerza por no dejarse abatir por los que intentan destruir su identidad”.
–¿Cómo es la Winnie que trae al Festival?
–Con el director Arthur Nauzyciel, tratamos de eludir la melancolía y la evocación con las que se asocia a este personaje, y con el concepto de marginado poético, que se usa a menudo para calificar a los clochards de Esperando a Godot. Para nosotros, Winnie está entera, aunque olvide cosas y se muestre como perdida. Ella expresa su temor a no poder encontrar las palabras que la ayuden a pasar ese tiempo final. El deterioro está presente, como lo inexorable de su destino, pero también está la situación real de una actriz que en este “viaje”, en apariencia estático, saca fuerzas de donde puede monologando frente al público. El personaje y la actriz, o sea yo, decimos cosas que algunos considerarían banales, como leer lo escrito en el mango de un cepillo de dientes o preguntarse si se puede o no quitar el sombrero. Pero eso no es más que lo que se encuentra en la superficie. Lo que Winnie intenta transmitir es un estado de precariedad vital y una gran necesidad de ser atendida.
–¿O sea que la ambigüedad de la escena final se transforma aquí en un desdoblamiento propio del hecho teatral?
–Justamente, en Oh! les beaux jours estoy como actriz y como mujer. Nuestro desafío es un espectáculo que no narra una historia palpitante sino estados emocionales, preocupaciones sin suspenso, y manteniendo ese lenguaje reducido de Beckett que transmite cosas fundamentales sobre nuestro paso por la vida. A Winnie no hay que actuarla. En realidad, pienso que no se debe hacer eso con ningún personaje. Uno tiene que enraizarse a Winnie, como ella a la vida. Ella se construye a cada momento. Lo ideal, para mí, como actriz, sería encontrarme antes de cada función en un estado de total ignorancia sobre lo que ocurrirá más adelante. Parece imposible, pero es lo que me propongo.
–Winnie no se atreve a confesar sus anhelos, pero le pide a Willie que la quiera. Recuerda vagamente sus caricias y vive el presente...
–Exacto. Le quedan hilachas de recuerdos, pero arma su lenguaje en el presente. Cuando le surge un pensamiento, lo enuncia casi sin reflexionar, porque es la palabra dicha la que la hace avanzar y la que la mantiene agarrada a la vida.
–¿Se niega a reflexionar?
–Su poder de concentración es reducido. Pasa de un tema a otro, pero es consciente del momento por el que está atravesando. A mí me conmueve su deseo de persistir en la vida. Ella lo sabe cuando se pregunta: “¿Y ahora qué?”. Esa pregunta y ese ahora es el mío, como actriz y como ser humano que desea evadirse una y otra vez de los estados de parálisis.
–¿Por qué dice que un personaje no se actúa?
–Es mucho mejor implicarse que construir un personaje fuera de uno. A mí me interesa hurgar y exponer mis sentimientos y vivencias, tal vez porque no estudié técnicas teatrales ni estoy influida por reglas escénicas. Lo importante es “meterse” en el texto, íntegramente, y trabajar sobre lo que sentimos y pensamos que nos propone, que será siempre único y particular.
–Los días felices exige además un gran compromiso físico...
–Casi masoquista, porque las acciones de Winnie están milimetradas. Beckett es un monstruo en eso de la precisión. Pero la trampa de esta obra no está en que una debe permanecer semienterrada durante un tiempo considerable (la obra dura una hora cuarenta y cinco) sino en la tentación de caer en la melancolía. Esta mujer atraviesa momentos de dolor y angustia, pero al mismo tiempo lo que dice y hace va acompañado de un humor y una ironía que encuentro feroces y que relaciono con una manera de ser de los argentinos, la de poder a veces distanciarse frente a hechos muy terribles y crear un chiste.
–¿Cree que eso ocurre sólo en la Argentina?
–Acá lo encuentro muy generalizado, y hasta pienso que tiene algún parentesco con el humor judío y el británico. Beckett era de origen irlandés y conservaba un humor que no es el francés, aunque vivió en Francia. Su humor y su ironía tan feroces son parecidos a los que muestran los emigrados, o los que en determinado momento de sus vidas no tienen nada que los entretenga y deban enfrentarse a lo inexorable. Todo eso es lo que, siento, está en el discurso que el autor nos plantea en Oh! les beaux jours.