ESPECTáCULOS
El placentero ejercicio de darle nueva voz a Niní
En su nuevo espectáculo “Querida Niní”, la actriz y narradora oral Ana Padovani le da forma a un homenaje emotivo y bien balanceado, que encuentra el mejor lenguaje para recordar a una figura esencial.
Por Hilda Cabrera
Precisión, sencillez y sutileza definen el estilo de la actriz y narradora oral Ana Padovani, quien con Querida Niní homenajea a la escritora, humorista y actriz Niní Marshall. Inicia su espectáculo interpretando un tema al piano, introduciendo de ese modo al espectador en el universo de su propia formación artística. Padovani, que estudió música, practicó la docencia y se licenció en psicología, se explaya luego sobre la impresión que, tempranamente, causó en ella cada personaje creado por Niní. Los descubrió en los programas radiales que de niña compartió con su familia, fascinada como tantas otras por aquella artista, cuyo nombre real era Marina Esther Traverso.
El recuerdo de aquel ritual compartido y el apoyo que recibió siendo adulta de la misma Marshall, cuando le pidió autorización para incluir algunos de sus textos en sus unipersonales, conforman el prólogo de este nuevo trabajo de Padovani, quien además memoró, en algunos casos entre apuntes sonoros, transmisiones de época, como las de “El relámpago”, “Los Pérez García” y “Tarzán”, y las que sorprendían al escucha con aforismos de “El amigo invisible”. Entre la melancolía de ese inicio y la aclaración de que no trata aquí de imitar a Niní, Padovani logra intercalar modos que les son propios: una teatralidad que aúna humildad, conocimiento y fantasía. Lo confirma después de acreditar una importante trayectoria en el género de la narración oral, que incluye títulos como De duendes y trovadores, Las mil noches en una, Solo con voz, Seis cuentos a las seis y muchos otros en los que supo amalgamar relatos de humor, misterio o terror extraídos de la literatura universal y la narrativa contemporánea.
En este tributo incondicional, Padovani se interna en otro tiempo, vivido en un barrio de fantasía, donde es posible toparse con personajes de caracteres y orígenes sociales muy diferentes, y donde la judía Doña Pola instaló una agencia matrimonial. Ahí, entre enlaces simples urdidos por la narradora, surgen seres de lenguaje colorido, pero ajustados a una prosa intencionada. Están Catita (en la secuencia Un paseo encantador), Mónica (No me interrumpas, ¡tarúpido!), Cándida (Cándida se divorcia), La Niña Jovita (Esponsales de María de las Virtudes), Belarmina (Espiando por el agujero), Doña Pola (Doña Pola casamentera), Mingo (El Mingo está de novio) y nuevamente Catita, con Una conquista en el ómnibus.
No es ésta, desde luego, la primera vez que Niní Marshall recibe homenajes: también en La Casona se ofrece otro de Jean-François Casanovas y su grupo Caviar. Los tributos se sucedieron aun antes de su muerte, producida el 18 de marzo de 1996, a los 92 años. Todavía se recuerda el unipersonal Niní que, en 1995, mostraron en Buenos Aires (y estrenaron en el ‘94 en el Petit Montparnasse de París) la actriz Marilú Marini y el director Alfredo Arias, dos argentinos radicados en Francia, creadores también del “musical argentino” Mortadela, que incluyó textos de Marshall.
La selección hecha por Padovani, dirigida por Santiago Doria, se abre con Catalina Pizzafrola Langanuzzo, personaje que otorgará a este montajecarácter circular. La animosidad de esta Catita de barrio resulta hoy menos regocijante que la de una Mónica Bedoya Hueyo de Picos Pardos Sunsuet Crostón, señora “cheta” de otro tiempo, cuando la burguesía patricia pintaba culta, hablaba y leía en francés y adoraba a París tanto o más que los intelectuales y artistas que consideraban a esa ciudad como meca de la inteligencia y las artes. El entorno social no fue precisamente sublimado por el filoso humor de una Niní que redescubrió en sus textos el remate imprevisible y la mixtura del humor y el lugar común, teñido por prejuicios y discriminaciones de época. Cándida Loureiro Ramallada es, como los demás personajes que conforman este espectáculo, producto de esa mezcla. Cándida, cuyo nombre completo, caracteres y procedencia, al igual que las otras creaciones de esta puesta, figuran en el programa de mano, es la tosca sirvienta gallega de una clase privilegiada.
La solterona burguesa Jovita de las Nieves Leiva Peña y Obes es otro aporte a esa mixtura. También lo es la provinciana Belarmina Cueueio y Domingo Pizzafrola Langanuzzo, un pibe de barrio de pocas luces que huele mal, se sorbe los mocos y, cuando no, se los barre con el puño. Otro tanto sucede con Pola Kohen, la celestina judía retratada con todos los rasgos discriminatorios de la época. En el programa de mano se aclara que la inspiración surgió en este caso de los relatos que le hiciera a Niní una compañera judía del Liceo. Lo cierto es que en Doña Pola casamentera se subraya la avaricia de un modo que hoy resultaría chocante en otro autor. Se sabe que en el humor judío existen ejemplos de autoescarnio, pero dentro de un ámbito muy acotado. Todo aquel que sepa algo de historia social argentina tendrá que admitir el gusto por la caricatura que reinó en la sociedad porteña hasta casi los años ‘60. Hubo actores judíos que se prestaron al subrayado, sobre todo en la revista de la década del 40. Sobre este punto se ha destacado de modo recurrente el humor no enjuiciador de Niní, actitud que tampoco es transgredida por Padovani.
El espacio de la propia memoria necesita a veces de unos pocos elementos. Y a esto se atiene la narradora, hábil en sus transmutaciones, hechas a la vista del público. Le basta colocarse un sombrero o una piel de zorro al cuello, anteojos o un delantal y una cofia, para modificar el clima sin abandonar en ningún momento el pequeño estrado que hace las veces de escenario en el Café Concert de La Casona. Esta artista de aspecto frágil y sólida formación artística, que ha llevado sus narraciones a escuelas y hospitales y participó de festivales internacionales dedicados a la narración oral, no se da tregua ni necesita abarrotarse de utilería para traer al presente, a través de una actuación contenida y no orientadora, prototipos de otro tiempo, teñidos todos con el hoy bizarro surrealismo de Niní. Así proporciona al espectador la libertad que necesita para elaborar a su vez su propio imaginario respecto de lo que ve y escucha.