ESPECTáCULOS › MAS ALLA DE LA COMPETENCIA OFICIAL, LA PRIORIDAD ES VER BUEN CINE
De Godard a Torrente, sin escalas
El último film del prestigioso director francés y la segunda aparición pública del personaje bizarro creado por el español Santiago Segura acapararon la atención de los cinéfilos en la muestra marplatense.
Por Martín Pérez
Desde Mar del Plata
Ya es todo un clásico de Mar del Plata. Aquí se lo descubrió, un par de festivales atrás. Y, como dicen de los asesinos, Torrente –una suerte de asesino del buen gusto– ha regresado a la escena del crimen. “Nunca segundas partes fueron peores”, supo decir la publicidad del film en España, donde la obra de Segura rompió records de taquilla. Más allá de ser un slogan, Torrente 2: Misión en Marbella demuestra que la publicidad –al menos en este caso– sólo dice la verdad.
Producida por el propio Santiago Segura para su “Amiguetes Entertainment”, este segundo opus de su personaje mayor es seguramente un film peor que el primero. Pero, precisamente por eso, logra niveles de hilaridad altamente superiores. Con gags absurdos tan básicos que denotan genialidad, en conjunción con viñetas contundentes de incorrección política que superan bestialmente eso que se llama “mal gusto”, hay que decir que Torrente 2 esta vez no sorprendió a nadie en Mar del Plata. Exhibida a sala llena en funciones nocturnas del viernes y sábado, arrancó generosas carcajadas a sus fans, que celebraron cada una de sus gracias.
Desde un comienzo al más puro Bond –pero sin miedo de mostrar el bamboleo de los pechos de sus chicas desnudas–, este segundo Torrente (para el que se han prestado toda clase de personalidades del espectáculo español, a quienes Segura llama “amiguetes”) es el de siempre, y al mismo tiempo representa una travesura aún más grande. Una suerte de burla permitida a todos los poderes establecidos, desde estéticos hasta políticos. Una tomadura de pelo liberadora, de la que –y esto es lo mejor de todo– todo el mundo está invitado a tomar parte, aunque sea riéndose de lo que no se permite reír nunca siquiera a sí mismo. Porque, y esto sí lo deja claro Segura (y es el secreto del éxito de su personaje), al menos esta vez se está entre amigos.
Exito masivo en Madrid, culto bizarro de este lado del charco, nada parece indicar que Torrente 2 llegue a ser estrenada comercialmente en las pantallas locales. Y siempre se ha dicho que los festivales existen para subsanar esas coerciones del mercado. Un razonamiento tan válido como la contundente respuesta de una sorprendida espectadora a quien alguien le preguntó qué le había parecido el film. “Me pareció la peor película que vi en mi vida”, respondió sin asomo de ninguna duda. Y seguramente tenía razón. Algo que, al mismo tiempo, no hizo más que justificar todas los rostros sonrientes que la rodeaban.
Salvando las obvias distancias, similar unanimidad despertó entre los cinéfilos que vagan de sala en sala por el Festival la exhibición del último film de Godard, Elogio del amor. Proyectada siempre a sala llena –en una de esas proyecciones Página/12 incluso pudo presenciar la lucha por ingresar en la sala de Joy Davidson, integrante del Jurado Oficial–, la película es un Godard contenido, pero en muy buena forma creativa.
Dividida en dos partes, la primera –en un contundente blanco y negro– narra los intentos de poner en escena una película de amor, recorriendo los cuatro estados del mismo: el encuentro, la pasión física, la separación y el reencuentro. La segunda, mientras tanto, es una suerte de epílogo/prólogo, que con un registro de video en un color vibrante regresa en el tiempo dos años atrás de la historia inicial, centrándose en un encuentro entre el creador de aquella película y una suerte de antimusa que lo alejará de su creación en blanco y negro. Si en el segmento en colores Godard se explaya en su obsesión anti-Spielberg (“nunca le pagó un peso a la viuda de Schindler, que vive pobre en la Argentina”, dirá uno de sus personajes) y contra lo norteamericano, el comienzo en blanco y negro está lleno de sus habituales citas y reflexiones. Y en ambos, el trabajo de la imagen es envidiable. Como en todos los films de Godard, antes de ser frases de poster, cada texto tiene su peso en la imagen. Y al mismo tiempo forma parte del mito. De lo esperable a la hora de ver un Godard. Sin embargo, a la luz de sus trabajos más recientes, se puede calificar a Elogio del amor como un trabajo formal en el que por momentos Godard parece buscar el secreto de la adultez. “Con los jóvenes o los viejos, la cosa es fácil. Cuando uno los ve por la calle, lo primero que dice es: ‘Mirá, un joven’. O si no: ‘Mirá, un viejo.’ Pero con los adultos nada está dicho.” Con Godard, claro está, sucede lo mismo.
Mientras que Godard tiene su estreno local asegurado, este fin de semana se exhibió en Mar del Plata uno de esos films que sólo tienen su razón de ser en los festivales. Prácticamente oculta en la programación de la mañana y de la tarde –como lamentablemente ha sucedido con muchos de los films más personales del Festival–, se pudo ver Historias de H, de Nobushiro Sawa, director nacido en Hiroshima que ha basado su primer trabajo en su ciudad natal en el guión original de Hiroshima mon amour. Extraño caso de cine dentro del cine, la historia que Sawa cuenta en su Hiroshima es la de su imposibilidad de rodar una remake del film de Resnais con guión de Duras, con Beatrice Dalle en el rol protagónico. Semejante paradoja multiplica su significado por una puesta en escena y un montaje que dejan a la vista –como pocas veces se ha podido ver– el detrás de la escena de un film. Y no por develar intimidades sino por mostrar costuras. En la textura, en el armado, en la luz, en las repeticiones. Y todo eso haciéndole verdaderamente justicia al film original en el resultado final.