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“En concierto se aprende más que en diez ensayos”
Luis Roggero, violinista y concertino de la Orquesta Mayo, habla del proyecto que vuelve a unir al grupo con Egberto Gismonti: un concierto en mayo y la grabación de una obra para el sello ECM.
Por Diego Fischerman
Música en la frontera. A pocos metros, entre los juncos de la orilla, solían –o suelen, nunca se sabe– desembarcar los contrabandistas. Enfrente, del otro lado del río, está Paraguay. Y música fronteriza, también, porque allí, en esa isla del Chaco, uno de los músicos de tradición popular más importantes de Latinoamérica se junta por primera vez con una orquesta de cámara de la Argentina. Egberto Gismonti y la Orquesta Mayo tocan juntos, disfrutan, experimentan. Y un año después vuelven a hacerlo. El lugar, ahora, es Buenos Aires. Y los motivos son dos: un concierto que darán en el Teatro Gran Rex el próximo 29 de mayo -junto al quinteto de vientos– y los comienzos de los ensayos de Sertoes Vereda, una nueva obra compuesta especialmente por el brasileño, que será registrada en esta ciudad por el legendario sello alemán ECM, en el que además de Gismonti han grabado creadores de la talla de Keith Jarrett, Charlie Haden, Paul Bley, Kenny Wheeler, John Abercrombie, Dave Holland, Oregon, Paul Motian o Pat Metheny.
En el principio estuvo el deslumbramiento, parece decir Luis Roggero, concertino de la orquesta. Es que Gismonti, notable guitarrista y pianista además de compositor y cellista (oculta que toca ese instrumento con el único fin de humillar a cellistas de orquestas europeas cuando le dicen que lo que él escribe es imposible de tocar), transmite una sensación de autoridad difícil de resistir. “Conocíamos su fama de tipo difícil”, cuenta Roggero. “Pero hubo, casi enseguida, una especie de enamoramiento.” No siempre resulta fácil, para una orquesta clásica, hacer músicas que demandan otra actitud frente al ritmo, frente a la improvisación y ante la posibilidad de que las cosas no salgan siempre de la misma manera. “Esta es una orquesta muy abierta y, como todas las personalidades que han tenido que sufrir grandes cimbronazos, se ha vuelto muy flexible, muy adaptable. Estamos acostumbrados a tomar todo lo bueno de cada una de las cosas que vienen”, explica el violinista, refiriéndose a la situación que casi significó la desaparición de la orquesta, cuando cerró el Banco Mayo, y de cómo a partir de allí cambió la historia. “Tocar con músicos populares está lejos de causarnos rechazo, todo lo contrario. En mi caso, provengo de una familia de músicos populares así que tener contacto con artistas de otras extracciones no me llama la atención. Todo lo contrario: creo que tenemos mucho que aprender de ellos. El no encasillarse, el poder crear constantemente, son cuestiones en que el músico popular nos lleva la delantera. Nosotros buscamos algo y una vez que lo encontramos tratamos de hacerlo siempre igual. El músico popular tiene una actitud que, en cierta forma, es más cercana a la música pura, a las sensaciones, a las cosas que paran los pelos de la nuca. Y eso fue lo que pasó con Gismonti. Llegar a emocionarnos a un nivel como el que había sentido cuando toqué con Menuhin o con Ana Chumachenko. Esta es una orquesta ávida de cosas nuevas.”
“Tendremos la posibilidad, que pocas veces existe, de trabajar una gran obra junto al compositor y de programar la grabación de acuerdo con las necesidades. En general es distinto: se estudia una parte, se graba, se estudia otra y se graba. Con Gismonti estuvimos hablando con gran sinceridad y llegamos al acuerdo acerca de que lo haríamos sin apuro. Cuando las cosas se estudian, se preparan, se tocan, maduran y recién después se graba, el resultado es muy superior. En ese sentido, tocarla en público es fundamental. Ensayando se pueden lograr muchas cosas. Pero en un concierto se aprende lo que no se aprendió en diez ensayos.” La obra de Gismonti, escrita para cuerdas, dura 64 minutos y está pensada como un homenaje a Joao Guimaraes Rosa y a su genial novela Gran Sertao Veredas. A veinte años de su creación, la Orquesta Mayo sigue, por su parte, con el ciclo en el Centro Cultural Borges –en el que harán, entre otras obras, las Iluminaciones de Benjamin Britten, sobre texto de Rimbaud, con Mónica Philibert como solista, el Concierto para violín, piano y cuerdas de Ernest Chausson, y Souvenir de Florence de Tchaikovsky, en versión para orquesta de cuerdas– y un proyecto pedagógico llamado Vivaldi en las escuelas. “A pesar de la crisis actual, es un buen momento para la orquesta, empezando por el hecho de tener una sede propia, cosa que, paradójicamente, no sucedía cuando existía el Banco Mayo. Eso nos da mucha tranquilidad y una gran libertad para planificar nuestros movimientos.”