Mié 05.11.2003

ESPECTáCULOS

“Matrix” termina convertida en un producto sólo para conversos

El capítulo final de la saga revela que es muy poco lo que los hermanos Wachowski tenían para agregar a la propuesta inicial.

› Por Martín Pérez

Atrapado en un lugar entre la Matrix y el mundo real. Allí es donde despierta Neo luego de haber estirado un brazo para detener a sus enemigos hacia el final de Matrix Recargado. Algo que había hecho más de una vez dentro de la Matrix, pero nunca en el mundo real. Finalmente lo logró, pero a un alto costo. El de estar esperando que llegue su tren en una impecable estación de subte llamada Mobil. O sea: Limbo. Allí también fue donde quedó descansando la saga de los hermanos Wachowski a la espera del opus final de la trilogía. Bajo un auténtico limbo de expectativas, ya que la ansiedad que provocó el estreno de la primera secuela de Matrix a cuatro años de la original ha dejado esta vez todo en manos de la maquinaria promocional. Tal vez porque la sobredosis de acción de aquella “recarga” no alcanzó a entusiasmar a los fanáticos que esperaban mucho más de la saga, y apenas sirvió para reabrir el negocio. Un negocio que terminará sumando, al final de su explotación, un promedio de mil millones de dólares por película. Y que la última de esas películas multimillonarias comienza, como corresponde, en el mismísimo lugar donde terminó la anterior.
No sólo ese detalle vincula Matrix Recargado con Matrix Revoluciones, también el hecho de que una y otra arrancan con una sobredosis de explicaciones. Neo hablará con una familia de pasajeros que encontrará en su misma estación de subte, los que le explicarán dónde es que está. Morfeo y Trinity hablarán con la Pitonisa, que les dirá qué hacer para sacar a Neo de allí. Luego irán a hablar con el Merovingian, un decadente sobreviviente del capítulo anterior que tiene la clave para salir de ese entuerto. Y más tarde Neo se reencontrará con la Pitonisa, con ganas de pedirle explicaciones. Mientras tanto, Zion sigue estando amenazada por el avance de las máquinas, y Neo, Trinity y Morfeo, luego de dejar las cosas en claro en la Matrix, deberán regresar a intentar salvar el único mundo que conocen. Allí, mientras tanto, el consejo le pide explicaciones al encargado de las defensas de la última ciudad humana, y así es como la ronda de palabras seguirá hasta que comience la verdadera acción.
A pesar de tener en su centro una extensa escena de acción –la defensa de Zion–, que su productor Joel Silver valuó en unos 40 millones de dólares, Matrix Revoluciones es una película por momentos menos espectacular que la anterior. Y eso se debe a que el peso de toda las expectativas y la ampulosidad que carga no deja mucho lugar a la más despreocupada excitación que provocaban escenas de acción como aquella de la autopista de Matrix Recargado. En esta revolución televisada (o, mejor dicho, filmada y distribuida), lo que mejor funciona son las escenas fantásticas aisladas, y cuanto más sencillas mejor. Como, por ejemplo, la escena en que Neo está atrapado en su propia estación de subte y charla con una familia de programas que lucen como inmigrantes del Tercer Mundo. Postales como el guerrero Mifune disparando sus ametralladoras enfundado en un traje inspirado en Aliens. O la imagen del diálogo entre Neo y ese rostro de dios cibernético formado por otras máquinas. Y también cada relámpago de la lucha final entre el Neo creyente y el nihilismo feroz del agente Smith, una de las pocas diversiones que conserva el film. Allí, en las paradojas existenciales más sencillas y sugerentes, y en las escenas que semejan cuadritos de historieta, es donde respira una película que, como tal, por momentos es llamativamente torpe.
Casi como si fueran invitados en su propia película, Keanu Reeves –salvo cuando está haciéndose el Superman-Neo– y Carrie–Anne Moss están sorprendentemente fríos y carentes de todo el carisma que supieron darle a sus personajes. Como si la necesidad de explicaciones en vez de insinuaciones hubiesen vaciado de sentido sus actuaciones. Dividida en escenas por momentos demasiado aisladas entre sí, y con su emotividad casi obligatoria diluida en historias de pasión de cartón pintado, Matrix Revoluciones alcanza su clímax alrededor de una batalla llena de la épica guerrera de las más clásicas películas bélicas (y también de los mejores videojuegos), pero se juega su suerte en una batalla digna del mejor comic de superhéroes. Siempre con un golpe, una pirueta o un rayo de más en sus escenas de acción, este último film de la trilogía finalmente entrega lo que promete: un final místico que completa la parábola del Elegido. El final de Matrix Revoluciones revela al mismo tiempo que es muy poco lo que los hermanos Wachowski tenían para agregar a aquella excitante propuesta inicial que unía paranoia con tecnología. Reducida a ser apenas una película para conversos, la de Matrix ya es una saga que termina necesitando su propia pastilla roja. Un momento de luz, como el que alcanzan a atisbar Neo y Trinity al superar brevemente con su nave las nubes negras que cubren su mundo. Para luego volverse a sumergir en la oscuridad de un espectáculo al que le falta toda esa excitación que desataba el vuelo de Keanu al final de la Matrix original.

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