ESPECTáCULOS › ALEJANDRO TANTANIAN EXPLICA LAS IDEAS DETRAS DE SU NUEVA OBRA, “DE PROTESTA”
“Queremos restituir el gesto del puño levantado”
El actor, cantante, director y dramaturgo presenta a partir de este viernes en el San Martín un espectáculo con canciones que van de Spinetta a la Guerra Civil Española, hermanadas por un espíritu combativo que pareció diluirse con la frivolización política y social de los últimos tiempos.
Por Cecilia Hopkins
Después de las lágrimas llega el turno de la protesta. Al menos, es la conclusión que surge sin esfuerzo al considerar los dos últimos trabajos del actor, cantante, director y dramaturgo Alejandro Tantanian. Luego de una exitosa temporada en el Club del Vino con De lágrimas, un recital de canciones unidas por el tema del llanto, este viernes se estrenará en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín De protesta, espectáculo que cuenta con la dirección musical de Marcelo Moguilevsky y la participación de los músicos Alejandro Maci y Marcelo Katz, entre otros, junto a un elenco compuesto por siete intérpretes. El montaje integrará canciones de diferentes épocas y latitudes nacidas de la necesidad de expresar reivindicaciones políticas o sociales, algunas de las cuales lograron convertirse en verdaderos símbolos de una gesta, como ocurrió con las marchas que acompañaron a la Revolución Rusa o con el nutrido cancionero originado durante la Guerra Civil Española.
“El espectáculo no propone un recorrido en orden cronológico –advierte Tantanian en la entrevista con Página/12–, pero entramamos las canciones con la idea de generar un único discurso, como si todas formasen parte de un gran texto que será aplaudido al final, no después de cada interpretación.” Otra de las preocupaciones del director fue dotar al espectáculo de un carácter esencialmente teatral: “Tiene una intención escenográfica (obra de Oria Puppo) y una definida idea lumínica (a cargo de Jorge Pastorino), aparte de las secuencias coreográficas creadas por Carlos Casella para el único número en el que hay danza: cuando se canta Libérate, una canción del período post-franquista que habla de los derechos gay”, detalla. Los temas seleccionados son veinte, todos están traducidos al castellano y cubren un lapso de tiempo que va desde 1920 (de ese año es, precisamente, el anónimo Flor arrancada, compuesto en ocasión de la muerte de Lenin) hasta el presente. Otras canciones son El gallo rojo, anónimo de la Guerra Civil Española; El frente de los trabajadores, marcha escrita por Bertolt Brecht para los obreros de una fábrica metalúrgica de Berlín; Hijos de, de Jacques Brel; Barro tal vez, de Luis Alberto Spinetta; Ojalá, de Silvio Rodríguez; La gota de agua, de Chico Buarque; una de las canciones de la Cantata Santa María de Iquique, además de canciones alemanas del período de entre guerras y varias composiciones de Kurt Weill.
–¿Por qué cree que declinó la canción de protesta en nuestro país?
–A partir de la década del ‘80 yo observo que el límite entre lo público y lo privado se volvió cada vez más difuso. Un hombre público, un candidato a presidente como De la Rúa, basó su campaña en el slogan “Dicen que soy aburrido”, directamente ligado a la esfera de lo privado, algo que poco debería importar a sus potenciales votantes. Pero creo que es durante el menemato cuando se radicaliza este ingreso del mundo de lo privado a la esfera pública, ya francamente debilitada. Creo que desaparece la fuerza que en los años ‘70 tenía la protesta como manifestación musical, precisamente por esta indiferenciación, porque se está más cerca de creer que uno está siendo “gobernado” (así, entre comillas) por una esfera virtual de situaciones y no por un sujeto. Vistas desde ahora, las canciones de protesta de los ‘70 tienen un grado de ingenuidad muy grande, pero se dirigían hacia algo o alguien muy concreto. Y me parece que ahora no es fácil saber a qué cantarle para protestar. Claro, estoy hablando de la producción de canciones provenientes de una esfera burguesa (a la que pertenecen Daniel Viglietti, Georges Moustaki o Jacques Brel, más allá de sus respectivas voluntades políticas), no de las canciones populares que, indudablemente, se siguen gestando en manifestaciones o canchas. Y si se considera que junto al fracaso de los ideales que dieron tema a la protesta se decretó –falsamente– que las ideologías habían muerto, resulta que el territorio de la canción de protesta en los ‘80 y ‘90 parece muy complejo de definir. Es como un gran desierto.
–¿Qué eco esperan encontrar en el público?
–No pensamos en generar una actitud sino en restituir un gesto olvidado, ese puño levantado en contra de algo que un puño no puede derrotar. Pienso en alguien cantando con una guitarrita en contra de un monstruo y me parece que esa actitud tiene mucho de epopeya. Es como el capitán Ahab luchando contra Moby Dick o David contra Goliat. Y nosotros creemos que ése es un gesto que es necesario restituir, de un modo sencillo, conmovedor. No quisimos hacer ninguna parodia ni generar melancolía. Por eso mismo, las versiones de las canciones llevan en sí mismas una opinión estética que las vuelven contemporáneas. Lo que sí tenemos es la intención de emocionar al remitirnos a un discurso épico. Será porque, en los últimos años, el teatro que produjeron los nuevos autores (entre los que me encuentro yo, que comencé a escribir en 1992) se ocupó de mostrar gestos mínimos.
–¿Se trata de un intento de politizar la escena?
–Absolutamente. Cuando terminó el Proceso, yo tenía 18 años y después de una primavera mínima, que habrá durado unos dos años, ya estaba todo despolitizado. En los ‘90, cuando la generación de dramaturgos emerge, el vaciamiento, la farandulización, la banalización de la política eran tan fuertes que en el teatro, me parece, no se podían utilizar palabras o temas que el poder ya había vaciado de sentido. Por eso se comenzaron a hacer obras que ponían más el acento en la forma y el procedimiento que en el contenido. De chico lo había escuchado a mi papá hablar de las crisis y, luego de los sucesos del 2001, me tocó a mí sufrir una crisis directamente. Entonces, luego del epílogo decadente que De la Rúa le puso a los años del menemismo, necesité preguntarme porqué había pasado todo esto.
–¿Qué opinión le merecen los métodos actuales de protesta?
–A mí toda la protesta social me parece legítima, sobre todo cuando tiene que ver con el trabajo, con cuestiones elementales de subsistencia. La aparición del cacerolazo en el 2001 como forma de reclamo fue una suerte de embudo final que sintetizó una situación que venía de mucho tiempo atrás. En ese momento creí –utópicamente– que iba a aparecer alguien con una propuesta de liderazgo. Con el tiempo van cambiando los modos de protesta: de años atrás me acuerdo de la carpa blanca, que terminó como una situación cristalizada, por falta de dinámica. Me parece que mientras la propuesta social consiga una dinámica de funcionamiento, algo podría llegar a suceder. Aunque creo que es difícil mover la conciencia de la burguesía. Por eso, este discurso que se está escuchando ahora acerca de la necesidad de restituir la movilidad social de la clase media me parece muy peligroso... me da miedo.